martes, 4 de agosto de 2009

EL CUIDADO DEL PROGRAMA

Hace unos días ocurrió de nuevo. En un taller del programa varios vecinos indignados clamaron por el envío de un coordinador al barrio de Palermo (lugar en donde estaba el taller), dado que el coordinador anterior había dejado la animación del mismo.
Los vecinos del caso estaban bastante enojados. Decían que era injusto que se cerrara ese taller, que implicaba una discriminación que iba en detrimento de quienes vivían lejos del Hospital Pirovano, y, algunos de ellos hasta decían, con razón, que nada impedía que se juntaran los participantes de dicho grupo para continuar con sus reuniones, pero, claro está, sin llevar el apellido “Pirovano” como atributo de identidad.
En algunos textos de protesta que se hicieron circular acerca de esta situación (clara lámina de un equívoco bastante habitual), también se clamaba por un derecho que, suponían, merecían quienes creían haber sido maltratados por nuestro programa: el derecho a que se les designara un coordinador en el taller hoy cerrado, un animador que se dirigiera a Palermo (aunque podría haber sido en cualquier lado, inclusive en el hospital mismo) para reemplazar al ausente coordinador.
Al leer esos correos que circulaban a diestra y siniestra, no podía más que pensar acerca de las diferencias entre ser coordinador de un programa de voluntarios y un General del Ejército.
Imaginaba un General ordenando a un teniente, por ejemplo, a que se desplace hacia el objetivo sito en Palermo a los fines de dar por solucionada la situación generada ante la partida del coordinador anterior. “Obediencia Debida” mediante, el teniente debería dirigirse al lugar y tomar posesión del objetivo. Claro…yo soy tan solo coordinador, es decir: coordino voluntades, no puedo prescindir (y que se me perdone la obviedad) de las voluntades de los voluntarios (debo, eso sí, coordinar con autoridad esas voluntades), y es así que, en esas ocasiones, si no hay quien desee coordinar algún taller, este se cierra.
En general intentamos que haya quien reemplace a algún coordinador que se va, pero no siempre eso se da. Y, siendo gente grande y potente como consideramos que son los vecinos que forman parte del programa, será parte de la capacidad inherente a todos el aceptar las cuestiones que nos frustran sabiendo que no podemos ordenarle a la realidad que sea como nuestra mente quiere, imperativamente, que sea. Bueno…en verdad podemos ordenarle eso, pero de allí a que nos haga caso hay un buen trecho… A su vez, y como ejemplo de otra situación que también es habitual que llame a equívocos, algunas veces un taller se cierra porque su coordinador no cumple con requisitos que hacen que el programa sea eso: un programa, y no un mero rejunte de gente que se reúne sin un marco que les de orden y sentido comunitario.
En esos casos, recordamos a los vecinos que la manera de cuidar que tiene el programa es a través de las reuniones de animadores, en las que se transparentan las actitudes de los voluntarios quienes tienen a su cargo los diferentes talleres de base, lo que permite no sólo ayudar a apuntalar su labor, sino a saber de sus intenciones y su real deseo de pertenecer a una red de ayuda mutua. Recordamos también, en ese sentido, que muchas veces se pretende mal usar al programa con fines egoístas, de mero regodeo narcisista,
usando la capacidad de convocatoria del programa y la confiabilidad que éste tiene tras tantos años de labor, para vivir un momento de gloria muchas veces demagógica, que impide que la tarea se desarrolle en salud y de manera perdurable. Muchas veces hay coordinadores que son como esos “tíos piolas”, solterones y adolescentes eternos que llegan a la casa de sus sobrinos, los “manijean”, les ofrecen alternativas poco sustentables de felicidad, les dan de comer tan solo postres ricos en azúcar pero sin alimento real y, luego, cuando está hecho el daño, se van, dejando a los padres la tarea de reordenar las cosas y sostener al hijo que se ha quedado en banda.
Estas cosas pasan, y forman parte del crecimiento personal y comunitario que promueve el Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano. Siempre han ocurrido cosas del estilo y son oportunidad para aprender todos de ellas llevando las escenas para nuestra vida personal y familiar.
No siempre es agradable, pero estar allí para promover un orden sustentable de amor comunitario es lo que deseamos, y, en definitiva, es lo que venimos haciendo desde hace muchos años con entusiasmo.
Que se enojen algunos vecinos no nos produce placer precisamente, pero creemos que muchos de ellos, viendo de qué se trata este programa y reconociendo el respeto que significa saberlos potentes y no “necesitados” o incapaces, sabrán valorar esta actitud que es la que marca la originalidad y la perduración en el tiempo de nuestra red de talleres de ayuda mutua.
MIGUEL ESPECHE
Publicado en el Boletin del PSMB. Agosto/09

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