lunes, 19 de abril de 2010

LA VIDA ES BELLA

No había sido un buen día. Llegaba esa tarde al taller de coordinadores del viernes caminando por Monroe, con el ánimo mellado. Es que esa mañana había tomado contacto con una muy trágica situación ligada a un abuso sexual a menores y la vivencia de lo visto no salía de mi mente. Al llegar casi a la puerta del Guido Bar me topé con una compañera, quien me contó que otra vecina muy querida, coordinadora del programa, sufría una dura enfermedad. Fue así que me quedé charlando en la vereda sobre la triste cuestión, demorándome en entrar al grupo que ya se encontraba dentro del bar.
"Demasiado para un solo día", decía para mis adentros, lleno de tristeza y perturbación. El grupo ya estaba trabajando cuando llegué. Me senté y ví que era Nora G. la que hablaba, pero mi alma tardó un rato en llegar, más allá de que mi cuerpo ya estuviera en su lugar en el grupo.
Nora hablaba y hablaba, y sus compañeros (mis compañeros) también decían lo suyo, en un diálogo que, me dí cuenta de a poco, tenía que ver con la apertura de un nuevo taller.
Aún con ese ánimo triste, me esforcé en escuchar mejor y, al percatarse de mi esfuerzo, Nora me dijo: "Estoy queriendo abrir un nuevo taller con el título "La vida es bella"".
Confieso que me enojé. Me pareció un título banal, tonto, mentiroso, falso, vacío de sentido, voluntarista...., los adjetivos mala onda se agolparon de repente en mi mente, prestos a salir por mi boca para causar algún daño, algún movimiento que diera por tierra con lo que me parecía pueril y, sobre todo, no condecía con la mirada del mundo que traía al grupo en esa agobiante tarde de viernes.
Me detuve a tiempo. Mejor escuchar al grupo, me dije, y eso hice un rato, mientras los compañeros evocaban la película de Roberto Benigni, con las clásicas polémicas al respecto de si era o no legítimo el recurso de encubrir el horror para que no se marcara en el alma de un chico...
Mi ánimo seguía perturbado, no podía entrar al grupo, era como mirar desde atrás de un vidrio una situación, con la presión de ser quien debía coordinar y, peor aún, animar, el taller.
Por fin...lo dije. Les conté lo que me pasaba a mis compañeros. Del tema del abuso y sus consecuencias, de la enfermedad de una compañera querida y que ellos conocían bien..., y de lo que me costaba pensar que "la vida es bella" dentro de esas circunstancias.
El grupo acompañaba mi decir con la mirada y un tácito entendimiento. Tras unos minutos, asimilado ya el primer impacto, la pregunta del grupo retomó el orden del taller, sin abandonar mi presencia entristecida y amargada: "Nora, si imaginamos que éste es el taller tuyo, ¿qué hacemos con alguien con un día como el que hoy tiene Miguel?".
Las reflexiones aparecieron, por decenas, vivas, intensas, dichas en tiempo presente porque no era tanto pensar qué pasaría "allá" en el mundo hipotético del futuro taller, sino acá, entre nosotros, creando experiencia desde nuestra encarnadura.
Y Nora pensó, y nosotros pensamos con ella, cambiando figuritas sobre lo que nos ocurría en la vida con la belleza, hurgando en nosotros para reconocer si en nuestra cotidianidad el horror, el miedo, la muerte, la enfermedad, el abuso, todo eso era materia misma de la belleza que vemos y sentimos, o esas cosas "malas" son de aquellas que hay que sacar del mapa para que no perturben el ánimo festivo.
Las respuestas fueron muchas, y más habrá en el taller que prontamente Nora abrirá, más allá que dichas respuestas siempre dejan y dejarán "hilachas sueltas" para que el tejido esté siempre abierto a lo nuevo y a lo vivo.
En la hora y media de taller los intercambios, la reproducción de ideas, pero, sobre todo, la generación del pensar y vivenciar "in situ", vital y palpitante, le dio un sentido transformado a mi espíritu perturbado.
Algo pasa con el ánimo cuando se abre al otro, algo ocurre con la palabra que se desprende de la boca para abrir un puente con el vecino. Esa palabra que da cuenta del dolor abre una brecha que resquebraja el muro del agobio. Y por allí entra aire y horizonte. Lo que circula se purifica y logra mejor destino que en el encierro. Lo viví y agradecí ese viernes de tardecita.
Quizás, porque la vida incluye lo que hacemos, lo que creamos y generamos en derredor de lo dado (sea esto horroroso o maravilloso), o porque cuando compartimos ocurre el milagro de la trasmutación de todos los males, digo hoy que sí, la vida es bella. Esa tardecita de viernes, junto a mis compañeros, pude corroborarlo.


MIGUEL ESPECHE
Coordinador General

martes, 6 de abril de 2010

Operación rescate...."la enfermedad no impide la salud"


En el taller de coordinadores del miércoles 3 de marzo de 2010, Miguel Espeche, coordinador del mismo, nos comentó el deterioro que presentaba el cartel de la plaza Carlos Campelo. Manos anónimas lo habían manchado con aerosol plateado y negro, hecho desgraciadamente muy común en los lugares públicos. También comentó que alguien había formulado un comentario-metáfora:"Así como está el cartel, anda el programa", refiriéndose a nuestro querido programa P.S.M.Barrial.

Algunos compañeros se molestaron por semejante comparación, asociándolo a la mala intención de dicho comentario. Yo tomé este hecho desde otra perspectiva, con suma tranquilidad pero sin quedarme sentada.

Había una verdad en ese dicho, el cartel estaba deteriorado, y sentí que debía hacer algo. Como vecina de esta ciudad, siento que lo que pasa en ella me es propio y siempre estoy dispuesta a hacer algo.

Ese mismo día a la tarde, muñida de materiales para restaurar dicho cartel, me dirijí a mi taller "Quiero vivir en tiempo presente, hoy" pensando que luego de finalizado el mismo, iría personalmente a meter manos en el asunto. Invité a una compañera del programa, Rosa Dangelo, ayudante de mi taller, a que me acompañara y formara parte de esta aventura-operación "Rescate al Cartel".

Ese día, luego de nuestro trabajo, el cartel ya lucía diferente: las manchas de aerosol casi habían desaparecido y sólo restaba retocar algunos detalles de la pintura. Volví el viernes y sábado a por ello, llevando conmigo las pinturas para hacer los retoques. También llevé algunas plantas para embellecer el lugar. Finalmente el sábado concluí el trabajo. Dicho cartel había quedado una "preciosura" y recuperado su "salud".

En nuestro cartel hay una frase muy Campeliana "LA ENFERMEDAD, NO IMPIDE LA SALUD". Esto movió muchos recuerdos y logró emocionarme. El cartel estaba "enfermo" por las malas intenciones de quienes lo habían deteriorado, pero también había salud y entusiasmo en Rosa y en mí, que trabajamos para sanarlo, con ganas.

De una situación de posible enojo o bronca por los comentarios malintencionados de aquel señor, se optó por resolver y devolver al cartel la buena salud.Qué bueno que ante situaciones que vivimos, surjan diferentes miradas y sensaciones, sumando escenas donde somos leales a nuestro deseo, como escribió Miguel Espeche:" El barrio sigue su camino, tejiendo circunstancias que nos dan imagen de lo que somos".

Un abrazo, Mirtha Arroyo