martes, 15 de febrero de 2011

Los hilos invisibles

Hoy presentí que era el día, no quería dejar pasar más tiempo. Así que delante de un pocillo de café, mientras giraba la  cuchara comencé a revivir la experiencia y a hilvanar los recuerdos de mi viaje.
Junto a mi hermano Tito, mi sobrino Juan Carlos y su esposa Amelia, partimos llenos de expectativas hacia EE.UU.  New Jersey,  precisamente hasta Ashley.
Allí otro pedazo de mi vida mi sobrina Marcela y su esposo después de veintidós años sin verla nos regalaban la  dicha de realizar esta travesía. Nos recibieron con amor, con los brazos dispuestos a dar todo lo que no pudo ser durante ese tiempo. La bienvenida fue magnífica, en el Salón de de una Iglesia Luterana en Nueva York fuimos recibidos por el pastor del lugar y por un grupo de amigos de mis sobrinos sumamente cálidos.
La emoción me desbordó, hoy al revivir esa experiencia mi piel se estremece erizándose.
Fue una noche de gala, una pareja de bailarines de tango da comienzo al espectáculo, los acordes de un bandoneón acompañan los cortes y quebradas. Elegantes,  con  vestido negro ella y  de impecable traje a rayas él recorren la pista convirtiendo la escena en una obra de arte. Vinieron a mi memoria recuerdos  de mi Taller de Tango, el que me dejó tan gratos momentos durante años y transportada, mi cuerpo bullía. Estuve a punto de sumarme a los bailarines y girar una y otra vez al compás de la Cumparsita hasta embriagarme de gozo.
La noche  había llegado a su fin,  de regreso a Ashley conversando Millie amiga de mi sobrina me comentó que estaba aprendiendo a bailar tango, y no le  resultaba nada fácil, pero que a pesar de todo seguía insistiendo en progresar. Instintivamente busqué en mi cartera el folleto de mi taller que siempre lo  llevo a cuesta y se lo dí, estaba segura de que  las instrucciones que tiene escritas  iban a ayudarla. La joven lo guardó sin leerlo porque ya estábamos  próximos  a su domicilio, nos despedimos con un beso con la seguridad de volver a vernos. Y así fue después de unos días un nuevo encuentro de tíos, hermanos padres y amigos nos reunía para compartir las vivencias ocurridas a lo largo de los veinte años que estuvimos separados. Esa noche noté a Millie seria y muy observadora, como queriéndome decir algo. De pronto estalló la pregunta: ¿vos sos Olga Cufré? Sentí sorpresa, pensé que mi sobrina podría habérselo dicho, pero no, en seguida me confirmó que lo había leído en el folleto y que me conocía hacía tiempo a través de una gran amiga que tenía en Argentina, con la cual  se comunicaba con frecuencia y ella le había hablado de mí porque concurría al Taller de Tango del Pirovano.
Mi curiosidad rebalsó ¿Quién es? ¿Cómo se llama? Le pregunté impulsivamente mientras vi sus ojos llenos de lágrimas cuando nombró a Irene Madeira.
 Recordé que esa compañera se había ausentado un tiempo del programa por salud, miré a Millie y  compungida pronunció lo que no quería escuchar: Falleció hace tres meses dijo, pero como si fuese necesario recordarla con alegría la joven corrió hacia la computadora y buscó la foto sonriente de Irene. Sentí paz,  de pronto mi mente retrocedió unos años y se instaló en aquella escena cuando una tarde en Triunvirato y Monroe me crucé con ella con su eterna sonrisa, contagiando alegría de vivir, siempre cargada enormes bolsos simulando una eterna mudanza. Esa fue la última vez que la vi, compartimos un café y hablamos de cosas íntimas. Me quedé sentada en un sillón de la sala mientras los chicos cerraban la computadora y pensé, pensé bastante, estaba sorprendida de la distancia y cercanía de las cosas al mismo tiempo, que pequeño es el mundo y que grande el programa que teje hilos invisibles que se van anudando dándole forma, fuerza y sostén a los que estamos adentro.
Los días volaron preparando el regreso. Buenos Aires me recibió con alegría, cargada de reencuentros para saborear y compartir con mis compañeros del programa, con mi reunión de Coordinadores, con los talleres de Paula y Claudia a los cuales  concurría Irene, donde de alguna manera cada uno al recordarla rescató lo positivo  de su paso por esos espacios. Ayer en una cena informal hablando con mi vecina de bueyes perdidos, asomó el recuerdo de Irene, curiosamente amiga en común.  Los hilos nuevamente se entrelazan el asombro me recorre, la trama toma dimensiones gigantescas y decido escribir lo prometido de mi experiencia. Les dejo esta página para compartirla con ustedes.


Olga Cufré
Coordinadora del Taller de Tango (1996- 2004)

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