jueves, 6 de abril de 2017

APUNTES SOBRE LA AUTORIDAD EN EL PROGRAMA

EDITORIAL

APUNTES SOBRE LA AUTORIDAD EN EL PROGRAMA

En nuestro programa usamos una palabra que generalmente está mal vista por relacionársela con la palabra “autoritarismo”. Se trata, por supuesto, de la palabra “autoridad”.

El tipo de asociaciones que al respecto de esa palabra hacemos en nuestro país siempre van ligadas a regímenes autoritarios, crueldad, prepotencia, avasallamiento, abuso… es ése, y no otro, el estilo de imágenes que, lamentablemente, surgen cuando aparece esa palabra que, en realidad, es una buena palabra, sobre todo,  cuando entendemos su significado.

La autoridad es uno de los instrumentos del amor y, como tal, corresponde ejercerla cuando, por ejemplo, criamos un hijo, conducimos un auto o…cuando animamos un taller. Sin alguien que cumpla la función de autoridad la experiencia se trunca. Se pueden generar diversos sistemas de autoridad, pero no amputar dicha función sin que la cosa se aborte de la peor manera. El sistema elegido por el programa es el de animadores que tienen la “última palabra” dentro de su grupo. Esa última palabra, sabemos, no es tan última, porque continúa con la palabra del programa en su conjunto, como un aire que circula e impide el encierro de la autarquía.

En el curso-taller de ingreso a la conducción del programa, el que deben hacer todos aquellos que acceden en algún momento a coordinar un grupo, solemos abundar en el tema. Se enseña allí que nuestro programa se vincula al hospital, el hospital se vincula con el Ministerio de Salud de la Ciudad, el mismo con la Jefatura de Gobierno y, dicha jefatura, con el Pueblo, que vota en las elecciones del caso. Señalo esto para decir que todos nos debemos a algo o a alguien que está por fuera de nosotros, y que el sistema de autoridad no es un callejón sin salida (como sí lo es el del autoritarismo) sino que se “ventila” a través del hecho de que todos, pero todos, tienen que reportar a alguien o a algo al respecto de sus acciones.

Con esta salvedad, los animadores tienen una suerte de “jurisdicción” en lo que hace al ejercicio de su autoridad, que es el territorio de su taller. En el mismo, quien anima/coordina puede hacer varias cosas, generar su criterio para aplicarlo, tener cierto arte para marcar los ritmos, las cadencias, los lugares de cada uno, con ánimo de integrar y, a la vez, contextualizar la experiencia según los valores que el programa propone.

“Todo está bien siempre que estemos dispuestos a revisarlo” decía Carlos Campelo, y en tal sentido, los animadores del programa revisan lo suyo en su reunión de animadores, y los animadores de animadores lo hacen, a su vez, en el Comité de Etica y Conducción.
Este Comité, en particular el coordinador general, por su parte responde a las autoridades del hospital, es decir, no es el final de un recorrido sino un eslabón más dentro del mismo, lo que es un alivio, por cierto, porque detentar un poder autocrático, además de aburrido, es un esfuerzo narcisista sumamente estéril y poco estimulante en lo que a Salud comunitaria respecta.

En ocasiones dentro de los talleres existe lo que suelo llamar “conducciones paralelas”. Estas serían algo así como personas que, de manera metódica o solamente circunstancial, piensan que ellos, si fueran quien dirige el grupo, harían otra cosa ya que está mal lo que el coordinador está haciendo. Puede o no tener razón esa persona al respecto del proceder del coordinador del caso, pero lo que importa no es tanto el motivo del desacuerdo, sino que interesa más cómo se ubica ese participante y qué tipo de aporte hace ante esa circunstancia.  Algunos presentan batalla, se enojan, compiten. Otras manifiestan su sentir, hablan de su deseo, proponen desde el entusiasmo pero…mirando donde están, afinando su sonido respecto del sonido de los otros con ánimo de sinfonía, aceptando tiempos que no son solamente los de su impulso, escuchando con confianza lo que los otros, compañeros y coordinadores, tienen para decir.

Recién acá viene, a mi criterio, lo más interesante: el tema de la confianza. Si no hay confianza con el grupo de pertenencia y los animadores de ese grupo, habrá batalla, competencia, y no ayuda mutua. Si la hay, si se confía, habrá sentimientos, manifestación de deseos, escucha, paciencia, además de un fuego intenso, que no genera incendio, sino vitalidad en el grupo.

El deseo genuino que un participante puede traer al grupo va encontrando su camino, va contagiando, va pisando sobre el terreno que le corresponde y no sobre el que no le corresponde. Esa es la fuerza de aquellos que en nuestro programa llamamos “indios”, que son los participantes de los talleres que no coordinan, pero influyen desde la fuerza de su entusiasmo genuino.

Cada tanto sucumbimos a la tentación de plantear las cosas como conflicto de poder. Por ejemplo, en un taller puede venir alguien con propuestas al respecto de cómo debiera proceder el coordinador del caso en el manejo del grupo, y, cuando ese coordinador pone un límite y recuerda la naturaleza de la función de cada uno dentro del taller, el participante puede tener dos tipos de actitudes: señalar que ese coordinador es autoritario, desconfiando de su buena fe, adjudicando un deseo del coordinador de anularlo y “ningunearlo” para que no se le haga sombra, o, por el contrario,  puede preguntarse qué debe hacer para lograr su deseo sin avasallar al prójimo, respetando el juego y, además, qué  estarán viendo el animador y sus compañeros que él no está viendo, suponiendo que estos no le desean el mal, sino todo lo contrario.

Claro: si alguien supone que un coordinador o el grupo en su conjunto le desean el mal, el problema es otro, pero soy de la idea de que un programa como el nuestro no sobrevive tantos años con coordinadores y vecinos que le desean el mal a los vecinos, o animadores que pretenden anular toda iniciativa para generar obsecuentes aduladores sin deseo propio.

Todo lo que hacemos  en nuestro programa se revisa de manera comunitaria. Todo. Tarde o temprano se hace público nuestro proceder dentro de nuestra red, sea porque lo hablamos o sea porque percibimos los efectos de ese proceder.

Por eso, uno de los lemas del programa es “juntos, aunque no estemos de acuerdo”, porque sabemos que el hecho de estar juntos, pero no revueltos, nos ayuda a encontrar esos acuerdos que son esenciales, que a veces se ocultan tras los conflictos. Ese es, quizás, el optimismo del programa: el optimismo que cree que hay acuerdo en el deseo de pertenecer a un mismo valor y una misma vivencia comunitaria, en la cual las diferentes perspectivas, desde la buena fe, suman a la conciencia ampliada, sin tanta competencia, ya que, sabemos, nosotros somos más de colaborar que de competir, porque así es como las comunidades prosperan mejor, y nuestra salud mental también.

                                                                  Miguel  Espeche
                                                                 Coordinador  General