jueves, 11 de junio de 2009

DE CANTO Y TULIPANES

A veces la vida te da sorpresas. Eso imagino debe haber pensado Andrea Ottolini cuando de repente le comunicamos que su taller “Quiero vivir como canto” sería visitado por una delegación de médicos holandeses que querían conocer nuestro programa.

Andrea, a quien conozco desde hace muchos años, fue coordinadora de un ya legendario taller para tímidos, y, a primera vista, pareciera ser eso: tímida, por más que su paso por el programa haya demostrado que, si es tímida, eso no le impide tener su temperamento.

El taller de Andrea es uno más de los muchos del programa. Y eso de ser “uno más” implica, por supuesto, que, como todos los otros, es un universo en sí mismo, haya muchos o haya pocos integrantes en él.

Si Andrea estaba sorprendida por el hecho de que irían los holandeses, más imagino que se debe haber sorprendido al saber que eran 16 los mismos y que, como suele pasar, varios otros vecinos del programa nos “colaríamos” en su grupo para cantar junto a los visitantes y los “habitués” del taller en cuestión.

Como Coordinador General había propuesto el taller de Andrea para que lo visitaran los holandeses porque creí que, dado el tema del idioma, la música sería una vía regia para el entendimiento de lo que es el programa, una vez que, en un encuentro previo en el taller de Animadores de Adriana Bresler, hubiésemos explicado a nuestros visitantes, a través del perfecto inglés de nuestra traductora oficial, Stephanie Berwick, la filosofía, la ética y las formas del Programa de Salud Mental.

Ya a esa altura, Andrea empezaba a recibir presiones del Coordinador General, quien quería darle al taller un sesgo que él consideraba acorde a la situación especial que se vivía. Claro, la coordinadora era ella y, a no dudarlo, tenía sus propias ideas al respecto. Al principio creí que todo sería un fiasco. Andrea no me daba bolilla y parecía seguir su línea habitual, en la que ella colocaba un cassette (en este caso, una canción de Yupanqui), lo escuchaban todos, leían y analizaban su letra…yo pensaba: “estamos en el horno, los holandeses quedan afuera y no tienen idea de lo que significa huella y camino”. Mientras los tres o cuatro habitués cantaban, y los varios visitantes argentinos intentábamos hacerlo con timidez, veía a los holandeses observar con cierto azoramiento lo que ocurría.

Les dijimos a los holandeses en algún momento que había un conflicto entre Andrea y yo, o, al menos, una suerte de desacuerdo pero que, llegado el caso, lo que valía era lo que fuera coordinando Andrea. Mostramos en acto lo que es un taller, con eso de “juntos aunque no estemos de acuerdo”.

A la vez, de repente Andrea dice unas palabras mágicas: “qué sienten ustedes con nuestra canción”. Y allí empezó todo…

Los holandeses empezaron a relacionar: la nostalgia de la música les sugirió sus propias nostalgias, todas ella traducidas maravillosamente por Stephanie a nivel de las palabras y entendidas, desde el gesto y el sentir, por todos. Una holandesa (a esa altura, ya era vecina) saca un mp3 o cosa similar y, emocionada, pone un tema que le evoca la ciudad en la cual vivió su embarazo. La escuchamos enternecidos. Luego salieron otras canciones, en un ping pong maravilloso en el que los profesionales de la salud europeos mostraban que el Barrio es el Barrio, no importa dónde quede el lugar físico.

Nos reímos mucho. Apareció “Estoy hecho un demonio” ya con baile incluído. Ellos, los de “allá”, sacaron canciones de la galera que ni ellos mismo podían creer estar cantando ya que, se suponía, eran gente seria. Nosotros nos prendíamos muertos de risa, porque, convengamos, las canciones tradicionales de Holanda son graciosas dado que a veces vienen acompañados por gestos también tradicionales que marcan un estilo muy particular.

Los temas de Francis Smith o los oriundos de los lejanos pagos de los Orange, el baile a capella, la risa, llegaron a su paroxismo. A esta altura ya es difícil relatar lo que iba ocurriendo, porque los hechos se mezclan en la memoria debido al shock de endorfinas que sufrimos debido a la risa y la alegría.

Solo puedo decir que terminamos preguntando acerca de Máxima Zorreguieta y, al final de los finales, cantamos dos preciosas canciones: los himnos de Argentina y de Holanda, abrazados en ronda.

Los holandeses se fueron contentos, abrazando a diestro y siniestro, dándonos regalitos divertidos y riendo por lo que sería traducir a lenguaje “serio” lo vivido. Nosotros, quizás más acostumbrados a nuestras “locuras”, reíamos con ellos.

Repito, el Barrio es el Barrio, y cuando hay vecinos de ley, el lenguaje es el del gozo, el de compartir y el respeto por nuestra humanidad. De los temores, la tentación totalitaria del Coordinador General, la generosidad de un taller pequeño que, en realidad, vivió con grandeza su momento especial, pasamos a la fiesta.

Nadie, pero nadie, nos quitará lo bailado…


MIGUEL ESPECHE

Publicado en Boletín Junio 2009