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martes, 2 de octubre de 2018

EDITORIAL


EDITORIAL
                      LA SOLEDAD Y SUS FORMAS
Llegar a casa y escuchar el silencio que indica que nadie, salvo nosotros, vive allí, se puede experimentar de maneras diversas.
En ocasiones con alegría, pues al fin llegamos a ese silencio reparador, el lugar en el cual estamos tranquilos, lejos de tanta vorágine y exigencias.
 El vaso, el florero, el libro, los platos lavados o sin lavar y el control remoto de la televisión están donde los dejamos, sin que nadie haya intervenido. Encontramos todo en donde estaba, no hay que responder a nadie, hacemos pura y exclusivamente lo que queremos y sentimos paz y sosiego.
En otras ocasiones, esa misma circunstancia es vivida con tristeza, como un frío que acongoja y donde se anhela a alguien que, aunque desordene nuestra vida traiga calor a ella.
Algunos dirán que una soledad es “buena” y otra “mala”, y posiblemente tengan razón, aunque la soledad en sí misma es lo que es, y lo bueno o no tan bueno de ella está en la manera en cómo la experimentamos.
La soledad “buena” es quizá, esa elegida una vez que hemos compartido nuestra vida, criado o no a nuestros hijos, o después de habernos desarrollado profesionalmente con éxito y sentimos que llega el tiempo del descanso, del sosiego y de la simplificación de lo cotidiano.
La soledad “mala” es quizá, esa que como un destino impuesto nos abruma en clave de nostalgia o anhelo insatisfecho, donde las presencias que alguna vez llenaron nuestra vida ya no están.
Cuando sentimos que tenemos amor para dar, pero no sabemos cómo compartirlo podemos quedar encerrados con el alma aislada en el silencio y la futilidad de una vida donde la energía no circula.
En la ciudad los edificios nos aíslan y la calle es de nadie, sobre todo, porque somos tantos que tendemos a refugiarnos en nuestra guarida, echando cerrojo al corazón por aquello de que la calle es peligrosa y estamos muy ocupados.
En los pueblos no es fácil esconderse, está la plaza, el club, la red de comadres o el vecino que nos saluda apenas salimos a la calle, si bien no es cuestión de idealizar esos pueblos, las cosas allí se viven de otra manera, menos anónima, por cierto.
Los que saben suelen hablar de la importancia de las redes de pertenencia que nos dan el contexto para sentirnos lo más plenos posibles. La soledad “mala” es aquella que aparece cuando perdemos esas redes, sean familiares, afectivas, sociales, culturales, o las que se les ocurran.
Como decía antes, el pecho duele de tanto amor para dar, pero no hay red que lo reciba. Y el deseo de escuchar al otro, ofrecer lo que sabemos y recibir lo que sepamos recibir nos hace recordar, aun con dolor,  lo humanos que somos.
Por eso cuando se rompen redes y aparecen soledades, simultáneamente también se crean ámbitos para reparar la herida. La comunidad se las ingenia a través de lo grupal, sea en el ámbito social, religioso, cultural, político…lo que sea.
En ese contexto, está el Programa de Salud Mental Barrial para ofrecer la opción de conversar, compartir la abundancia de lo que cada uno es y tiene, entre-tenerse, y disfrutar el entusiasmo de ser humano entre humanos.
No se trata de batallar contra la soledad, sino de ayudar a vivirla como opción, no como maldición.
La soledad, gracias a las redes que sabemos construir, no es un exilio, sino una situación. Siempre habrá otros que sabrán recibirnos cuando llegamos a ellos con buena fe.
 Y siempre habrá quien sepa valorar lo que tenemos genuina y generosamente para ofrecer, sobre todo cuando queremos evitar que aquello que abunda en nuestro corazón se marchite por causa del aislamiento que nos atrapa, a veces casi sin que nos demos cuenta.
                                                                                                  MIGUEL ESPECHE
                                                                                              Coordinador General

domingo, 29 de julio de 2018

NUESTRAS RESERVAS FRENTE A LAS CRISIS

EDITORIAL

NUESTRAS RESERVAS FRENTE A LAS CRISIS

El cuerpo tiene reservas que se activan cuando son convocadas. Cuando hay hambre o sed, cuando aparece una infección o peligro, se activan partes de nosotros mismos que estaban allí, dormidas, esperando por las dudas… En nosotros está el alimento acumulado, el líquido que hemos bebido, los anticuerpos que habitan nuestro universo celular y que, a la hora de defendernos de un intruso que viene a infectarnos, se apresta, como un soldado, a defender el territorio con recursos poderosos.
El alma también tiene esas reservas. Por ejemplo, contamos con  coraje cuando hay peligro, temple cuando las cosas se ponen feas, humildad cuando hay que repechar una circunstancia que nos mostró nuestra pequeñez, o paciencia, para las ocasiones en las que no es la épica sino el “paso a paso” lo que se requiere para salir de la mala.
Lo antedicho apunta a lo que está en nosotros, en el terreno de nuestra interioridad o, si se prefiere, dentro de nuestra mente.
Sin embargo, existen también otras reservas al momento de vérnosla con los dolores, los peligros, las crisis, los dilemas o las confusiones que forman parte de nuestra vida. Parte de esas reservas son los otros, es decir, aquellas personas que forman parte de nuestro ecosistema emocional.
Parientes, amigos, vecinos…con ellos contamos cuando nos agarra algún “tsunami”, o cuando alguna encrucijada nos lastima u obnubila.
A veces ni siquiera son personas que conocemos. En ese sentido, me suele conmover lo que pasa por lo general cuando alguien se cae en la calle, o cuando un ciego debe cruzar un semáforo que no puede ver. Si bien siempre habrá algún egoísta, por lo general en esas ocasiones aparece gente que ayuda, que da una mano. Es un ejemplo sencillo, casi obvio, pero sirve a modo de ejemplo de lo que quiero decir al nombrar aquello con lo que contamos para los momentos de dificultad, sea eso obvio o no para nuestra percepción.
Otra reserva con la que contamos es nuestra historia. Podemos apelar a la evocación de nuestros los logros como ejemplo ante los nuevos desafíos. También está la historia de nuestra familia o de nuestro pueblo, que suman nociones que nos ayudan a sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos. Las tradiciones, por ejemplo,  tan vituperadas cuando salen del mero pintoresquismo de danzas y trajes típicos, son una acumulación de sabiduría que puede ayudarnos a la hora de decidir frente a lo que la vida nos pone enfrente. Sin conciencia de que formamos parte de una tradición, o que lo que los antepasados han acuñado no es todo “dinosaurismo”, nos vemos muy débiles y perdemos sostén frente a las cosas de la vida, perdiendo solvencia y calidad anímica.
Habitualmente evoco aquella frase que le escuché a Jayme Barylko que decía que “el individuo es un error antropológico”. No hace falta ser filósofo para valorar la importancia de esta frase. Significa que esa idea de que somos seres aislados y separados de nuestros prójimos o de la Tierra en la que vivimos, es un error que pagamos caro. Somos en red, en comunión con los otros y con el Mundo, formamos parte de algo que está más allá y más acá de nosotros.
Algunos pensadores apuntan al concepto de “persona” en vez del de “individuo” ya que el primero apunta a una concepción más profunda y generosa de nuestra identidad, constituida en red con los otros y con el mundo en general.
En esa línea, hace poco, para mi sorpresa, encontré en internet un discurso de Arnold Schwarzenegger, el corpulento actor de “Terminator”. El hombre criticaba la noción del “self made man”, es decir, el “hombre que se hace a sí mismo”, tan elogiado en la Individuocracia norteamericana, pero tan dañino como irreal a la hora de describir lo que somos. Enumeraba el gran Arnold  en su discurso, a todos aquellos que lo habían ayudado en el camino desde su Austria natal hasta Hollywood Eran personas sin las cuales él no habría llegado nunca a donde llegó. Nunca pensé que palabras dichas por ese actor y ex gobernador de California podrían conmoverme pero…la vida trae sus sorpresas, si dudas.
Nuestras reservas son los otros, y cuando nos quedamos solos, cuando nos aislamos de la red de prójimos, o cuando perdemos aquellos sostenes en los que habíamos confiado, estará siempre esa red de familia, vecinos, amigos, personas, que forman parte de nuestra identidad y le dan riqueza a la misma.
Cuando en la crisis del 2001 los ahorros fueron confiscados por los bancos, y los trabajos cayeron en picada, estuvo la red de vecinos llamada Programa de Salud Mental Barrial para acompañar, para cuidar, actuando como reserva frente a la dolorosa circunstancia. Es un ejemplo de lo que significa saber que formamos parte de una comunidad, no somos islas, somos red. El programa en aquellos días ayudó a que no nos identificáramos con nuestra economía, recordando que hay un capital inconfiscable: los humanos que nos acompañan en el camino de la vida, con los cuales podemos contar en los malos momentos (y en los buenos también).
A veces, por propio descuido, por las desgracias que suelen ocurrir o porque fuimos egoístas o equivocamos el camino, quedamos solitarios y a la deriva, sin nadie con quien compartir nuestro penar. Asimismo, en ocasiones, por esas mismas razones, nos olvidamos de lo que valemos, de lo que podemos ayudar, de nuestra sabiduría desconocida o dejada de lado.
Allí aparece la red de talleres, que permiten recordar quienes somos, con qué contamos, cuáles son nuestras fuerzas y virtudes, para atravesar los momentos duros. Somos la gran familia de la comunidad que se acuerda que, para existir, debe ser solidaria y organizada, pudiendo así activar nuestras potencias y nuestras reservas.
Cuando nos duele el alma, el solo hecho de compartir con alguien significa un consuelo. Sin embargo, algo pasa en nuestra cultura que ese compartir no se hace fácil, nos aislamos, nos avergonzamos o creemos en aquello del “self made man” criticado por el bueno de  Arnold, el ahora amigo de nuestro programa.
La red comunitaria nos fortalece, nos ayuda, nos da perspectiva y ganas. Son cientos o miles de pequeños milagros de amor, encarnados en conversaciones que se dan en los talleres, así, como quien no quiere la cosa.
A veces nos olvidamos de la maravilla del sencillo acompañarnos, el compartir la mesa de la emoción y la idea. Pero esa posibilidad es nuestra reserva, nuestra red, nuestra fortaleza compartida, sin la cual, sin dudas, poco seríamos, sobre todo, cuando los tiempos se hacen difíciles y se hace duro vivir a la intemperie.
                                                                            
                                                                              Miguel Espeche

                                                                          Coordinador General

martes, 3 de mayo de 2016

CIMARRONES

Editorial
CIMARRONES

Desde que emergió el Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, allá por la mitad de la década del 80, existieron aquellos vecinos que, por su estilo, Carlos Campelo (fundador del programa) llamaba “cimarrones”.
Según el diccionario, el significado de “cimarrón” remite a lo no domesticado, o a los que, a pesar de haber conocido las reglas del juego, por diversas razones no las juegan, al menos, no en su medida total.

Es verdad que ninguna organización humana sobreviría si todos sus miembros fueran cimarrones. De hecho, no podría ni emerger un grupo de personas que solamente se rigieran por la idea de no regirse por norma alguna. Es por esa razón que suelen los cimarrones ser alejados de las organizaciones, o alejarse ellos mismos de los grupos.

En la historia del programa, sin embargo, quedamos marcados por una intuición generosa de Campelo, quien no solamente acuñó la palabra “cimarrón” dentro de nuestra red, sino que supo, con arte, y gracias a esa intuición,  interactuar con los cimarrones de modo tal que nos hizo crecer a todos. Tenía una gran paciencia y, a la vez, generosidad con los “raros”, los distintos, aquellos que se desbocaban y requerían guía, pero no siempre expulsión.

El tema es más difícil de lo que parece. En estas líneas pretendemos decir que los cimarrones son nocivos cuando se apropian de una organización o monopolizan sus energías, pero simultáneamente decimos que nos hace bien tener siempre cerca algún cimarrón que nos venga a mover la estantería, para no morirnos de perfeccionismo.

Siempre nos conviene recordar que la esencia del programa es generar acompañamiento, mas que arribar a alguna perfección organizativa. Si hubiésemos tenido en nuestro horizonte ser algo así como los “suizos” de la Salud Mental Comunitaria, aceitando mecanismos, generando pautas estandarizadas de interacción, homogeneizando el discurso “correcto” para poder generar una pertenencia discursiva a modo de la militancia política, por ejemplo, ya lo habríamos hecho hace rato, pero, creo, ya no existiríamos hoy como organización viva y palpitante de vecinos generando salud con ganas y entusiasmo.

Por eso, cuando todo parece estar genialmente organizado, aparece un cimarrón y nos complica la vida…..y habrá que agradecer que así sea.

Esa gratitud no significa otorgarle el poder, sino jugar el juego de la inclusión hasta su extremo, sin asustarnos demasiado por algún nivel de desorden que pueda, por ejemplo, significar que en un grupo alguien interrumpa, salga con un “martes 13”, venga sin bañarse, haga frente a la autoridad del grupo o tienda a pelearse con los otros, de una u otra forma.

Son ejemplo de ciertos estilos de cimarrones, quienes pueden interrumpir el fluir amable y amoroso de un grupo ya estructurado, planteando desafíos que, decimos, merecen abordarse con un espíritu de aprendizaje, no de expulsión automática o segregación inmediata.

Queda claro que la firmeza de un grupo está marcada por la profundidad de sintonía que tenga el coordinador con los valores que el programa propone. Esos valores, entre otros, son los de acompañar, ayudar de verdad sin asistencialismo, potenciar capacidades, verse como responsables de los propios actos, etc.

También queda claro que la firmeza de un grupo no está marcada por el blindaje que este tenga en su perímetro, a modo de fortaleza. Como dice el I Ching, el libro chino de sabiduría acerca del cual tenemos un lindo taller, la idea es ser firmes en el centro, para poder ser flexibles en la periferia.
Por eso los cimarrones son bienvenidos, para jugar el juego de la vitalidad que da lo que no está en el libreto. No es ser complacientes con ellos cuando son egoístas, violentos, ególatras o simplemente tontos, sino usar el viento de su presencia para navegar hacia aguas por las que no siempre podemos  adentrarnos cuando todos somos “buenos chicos” y no nos sacuden la estantería cada tanto.

Se trata de un juego paradojal. El cimarrón no es del todo salvaje, pero no está domesticado. Y su destino es andar por la periferia del programa, transitar diversos talleres, generando a veces conflictos reiterados en ellos. En ocasiones sabotean, pretenden arruinar la fiesta o, por el contrario, pretenden sumarse a ella pero sin tener en cuenta a los otros invitados.

El coordinador que recibe un cimarrón en su grupo verá qué hacer. Quizás pueda aprovechar sin asustarse de la experiencia y salir de la modorra, aunque, sabemos, si el cuidado del grupo indicara que algún vecino debe irse del mismo, se procede en tal sentido, y listo.

Pero sabiendo que el coordinar un grupo puede legítimamente ejercer el “derecho de admisión”, y con esa tranquilidad a cuestas, es interesante guardar el “ancho de espadas” para el final y extender el juego, aprendiendo, dejando de lado el “gatillo fácil” del enjuiciamiento o la expulsión para sacar el mayor provecho de la experiencia.

Vernos reflejados en aquel que viene y es “raro”, tantear los límites de nuestro enojo para que este no nos domine, entender algo de nuestra famosa “sombra”…., pero a la vez sabiendo que se tiene la capacidad de tomar las decisiones del caso de acuerdo al propio criterio.

El criterio del coordinador, sabemos,  siempre está bien y es el adecuado…si está dispuesto a revisarlo a posteriori en su grupo de animadores.

Volviendo al I Ching, recuerdo un “capítulo”(hexagrama, para los entendidos) que se llama “El Caldero” en el cual se hace referencia a lo que ocurre cuando se pone una olla al fuego. Para que la cuestión funcione hay que manejar bien la cuestión. Si se pone mucha agua, esta se derrama y apaga el fuego. Si se pone mucha leña, el fuego excesivo evapora el agua y daña la olla…., así las cosas, los cimarrones pueden ser agua o fuego, pero la clave está en cómo se relacionan dentro del grupo,  de manera tal que pueda su presencia ser algo útil para la comunidad. No se trata tanto de los elementos, sino de cómo  y en qué medida se vinculan estos entre si. Y allí está el arte de cada coordinador y su grupo para discernir.

Hemos tenido grandes y queridos cimarrones en el programa, que nos han llenado de vitalidad que, no por desbocada, dejó de hacernos bien. Es por eso que los  recordamos con gratitud y cariño. Tuvimos que marcarles la cancha, es verdad, pero ellos nos dieron (sobre todo aquellos de buen corazón) energía y vitalidad, permitiéndonos descubrir un área de nosotros mismos y de los otros que antes no conocíamos, y que hoy por la fortuna de haberlos encontrado en nuestro camino podemos conocer para no transformarnos en seres parapetados, confundiendo la salud con la costumbre nuestra de cada día. Nada hay contra la costumbre, pero un sacudón cada tanto, sabemos, no nos viene mal, y para ello están… los cimarrones.

                                                                                                       MIGUEL ESPECHE

                                                                         Coordinador General

miércoles, 2 de marzo de 2016

LA RED REAL

Editorial
LA RED REAL

Estábamos los dos en el mostrador, en la antesala del lugar en el cual nos haríamos la Resonancia Nuclear Magnética. El estaba antes que yo, pero nos dieron a ambos a la vez los formularios para el estudio, con preguntas varias sobre nuestra salud, motivo de consulta, etc.

El señor tendría unos setenta años, con pinta de haber sido medio atleta ya que se lo veía fornido y vital, una onda Hemingway bien llevada. Ibamos, uno al lado del otro, llenando los casilleros, hasta que llegamos casi a la vez al lugar en el que decía: ¿”es claustrofóbico?”.

“No se si soy claustrofóbico” dijo riéndose, “nunca me hice una de éstas y no lo sé”. Lo miré, le sonreí medio tristemente y le dije:”ya se va a enterar…por mi parte, lamentablemente ya se que lo soy, y la voy a “parir” ahí encerrado”.

Se lo dije riéndome, pero era verdad: el encierro que significa hacer una resonancia nuclear no es algo que disfrute, y tenía miedo, bastante, al ver que tenía que pasar por esa prueba otra vez, ya que anteriores veces ya había, a duras penas, pasado el trance.

Nos miramos, sonrientes, como dándonos ánimo, y el trámite siguió. Nos sentamos alejados en la sala de espera, yo al lado de mi mujer, él solo, allá a unos metros.

Pocos minutos  después el hombre pasó y fue a hacerse lo suyo, mientras que yo, con el “julepe” encima, practicaba respiraciones profundas que haría mientras la máquina me tuviera allí, encerrado durante los minutos que me tocaran.

Fue un rato bastante largo. Yo estaba en modo “espera agonizante” mientras mi mujer  acompañaba con paciencia y afecto, bancando mientras yo respiraba, meditaba y esas cosas que uno hace cuando tiene que sacar fuerzas para atravesar los temores nuevos que a veces aparecen cuando se llega a la “edad madura”.

De repente, se abrió la puerta del gabinete y salió el hombre.  Lo miré, pero pensando más en “ahora me toca a mí” que en él y  en cómo le había ido en su experiencia. Se fue acercando y, de repente, vi como su brazo me abrazaba media espalda, se acercaba a mi oído y me decía: “vos cerrá los ojos, no mires, y pensá que estás durmiendo la siesta….vas a ver que no pasa nada y se pasa volando”.

Me impactó lo repentino del hecho, su calidez inesperada y la generosidad de su decir. Me saludó y se fue, dejándome sus palabras y su compañía, que me llenó de una extraña vitalidad, algo que me puso contento…

Pasé entonces a la resonancia con esa “vibración”, me sumergí en esa suerte de extraño sarcófago, y… todo fue bien. Era como que tenía otro resto, sentía sobre mi hombro  izquierdo a mi señora, y su compañía, y sobre el derecho me quedaba la sensación de lo concreto del afecto de ese tipo que supo decir algo tan sencillo, pero con presencia real, que me permitió afrontar mis fantasmas (porque dentro del aparato sólo estábamos yo y mis fantasmas) con una entereza diferente, permitiendo que mi mente navegara durante esos largos minutos, por imágenes de amplitud y afecto, ausentes de todo temor.

Pensé que algo similar vivimos siempre en nuestros talleres. Ocurre que hay otros allí que nos dicen cosas sencillas que nos acompañan y nos fortalecen a la hora de abordar nuestras vicisitudes. Es la presencia real de los otros en clave de buena onda y en sintonía de ayuda mutua, la que nos hace bien.  Lo que sana es el acompañamiento, no la solución de un problema.

Es lindo saber que en el programa representamos esa red verdadera que habita entre nosotros, los que vivimos en este país del que tan mal se habla en ocasiones. El Programa de Salud Mental Barrial, como siempre he dicho y hoy corroboro con la gratitud que siento ante el gesto de este “Hemingway criollo”, está forjado con una red real y verdadera  de solidaridad “silvestre” que constituye la esencia de nuestros vínculos de cada día.

Nuestro programa, sin dudas, ayuda a que esa solidaridad se de dentro de los talleres, pero sepamos que somos parte de algo que nos trasciende,  y que en todos lados cobra formas de solidaridad cotidiana sencilla y “acompañadora”. Se da en forma similar a lo que viví en esa sala de espera o en tantas otras escenas que ojalá sepamos ver y valorar.

En cada taller ocurre esa suerte de iluminación sencilla pero rotunda cuando alguien, que está aislado y a la merced de sus dolores y pesadillas,  de repente recibe la presencia de otro que le dice algo así como “estamos acá, no estás solo, va todo bien…”.

De esas moléculas de amor está hecha la experiencia humana. A veces sale mejor, otras peor, pero la propuesta es generar un territorio para que recordemos que la alternativa de ayudarnos con onda está lista para ser servida.

Así las cosas, los miedos se diluyen, respiramos distinto y sabemos que somos parte de la red de nobleza que permite que los humanos sigamos haciendo nuestro camino, con el mejor combustible para continuar nuestros pasos.

MIGUEL ESPECHE
                                                                         Coordinador General

miércoles, 25 de noviembre de 2015

LA POLÍTICA EN “MODO TALLER”

                                        LA POLÍTICA EN “MODO TALLER”

El presente de nuestro país aparece teñido por la situación política, en medio de un tiempo electoral bastante peculiar.

Los talleres se hacen eco de ésta circunstancia, resonando con las diferentes perspectivas que se presentan en el panorama, al que hoy se le suma la cuestión electoral.

Si bien alguna vez se rumoreó que en los talleres no se podía hablar de política o religión, eso no es así, y queda claro que los temas se abordan aunque, eso sí, no de cualquier manera, si es que queremos que los talleres sean eso: talleres, y no escenarios de tirantez competitiva.

Sabemos por experiencia que los talleres se debilitan cuando se los confunde con un foro de polémica, dado que nos hemos dado cuenta que la polémica (palabra que viene de polemos dios de la guerra) vacía anímicamente los grupos, impidiendo aquello que nos gusta tanto: compartir, agrandar la conciencia, empatizar, sentir en sintonía, aprender, fraternizar.

Siendo que los talleres no son un ámbito de proselitismo partidario, es obvio que no propiciamos que se use el escenario de los grupos para juntar votos o para convencer a nadie, pero eso no significa que el programa sea ascéptico y pasteurizado a la hora de tocar el tema político. No atravesamos con éxito las tormentas de la política en nuestro programa porque evitemos el tema, sino porque lo vivimos de una manera especial: lo vivimos (y compartimos) en “modo taller”.

De hecho, la historia de nuestro programa se enorgullece de un tremendo taller que hizo muchos años atrás su fundador, Carlos Campelo, que se llamaba “Habrá más penas y habrá más olvidos”, en donde compartían hijas de generales el Ejército, ex detenidos desaparecidos, miembros del equipo de Antropología Forense, mezclados con otros vecinos sensibles al tema. Fue en ese taller en donde vi por única vez llorar a Campelo, siendo la intensidad emocional de lo vivido fruto del hecho de agarrar al toro por las astas, y no por pasteurizar las vivencias o los discursos. Se compartió desde las entrañas, no desde los formatos ideológicos despojados de la subjetividad de las personas que a ellos suscribían. Y es así que el taller salió tan bien, aprendimos tanto de aquello, que aun hoy lo evocamos.

Asimismo, en el 2002 hicimos otro taller, “Salud y potencia ciudadana”, en plena crisis y con la sangre que nos hervía. Vinieron como 300 personas durante varias jornadas, en las que compartimos todo lo que experimentábamos ante el quebranto que el país vivía en ese entonces. Fue una experiencia extraordinaria, y recuerdo nuestra emoción al terminar cada reunión cantando nuestro Himno Nacional.

Por eso digo que nuestro programa no le hace feo a lo político, y que  es el “modo taller” lo que permite que las cosas se encaminen, sintonizando con el otro desde el corazón, ahondando en lo que se siente a la hora de expresar una idea (priorizando ese sentir más que la idea), teniendo curiosidad por lo que el otro dice en vez de buscar la manera de


defenestrar sus dichos, buscando lo que Juan Pablo ll llamó la “semilla de verdad” que habita en cualquier perspectiva ideológica que circule por el mundo.

Es así que hemos logrado estar “juntos aunque no estemos de acuerdo” y, digámoslo, hemos logrado querernos más allá de que, a la hora de los votos o las ideologías, las cosas sean aparentemente muy distintas y hasta antagónicas.

Mi opinión es que la beligerancia ocurre cuando ninguneamos el existir del otro y, en tal sentido, defenestramos su decir. El formato de los talleres nos cuida, lo que permite que, sin miedo, desmenucemos los sentimientos que habitan tras los dichos, y nos encarguemos de, en cada taller, generar salud vecinal. No se trata de arreglar el Mundo, no se trata de generar un mapa del Universo, no se trata de tomar el Poder. Se trata de habitar una hora y media con vecinos, tripulantes de un mismo barco, espejo de una parte de lo que somos, compañeros de ruta y, por esa causa, merecedores de nuestra curiosidad. Sin miedo, protegidos por el “modo taller” que nos “obliga” a fraternizar, podemos ahondar en significados y olvidarnos de esa pesadilla que es el tener que “ganar” en pulseadas dialécticas que nos desangran y desgastan.

Así las cosas, la política se honra en una escala no competitiva y no polemizadora. Se honra sí en el contexto de las personas, las que, se sabe, son más importantes que las ideas, sobre todo, aquellas ideas pre diseñadas.

Como siempre decimos, la Verdad es grande, muy grande. Lo es a tal punto que es imposible que uno solo la abarque toda. Por eso, ponemos a la mesa del taller la parte que sí podemos percibir, y la compartimos con la parte que los otros ponen también desde su lugar. Así, armamos el rompecabezas, siendo que cada pieza es amiga de la otra, y no su competidora.

A veces cuesta, sobre todo, cuando no podemos creer que el otro piense lo que piensa, o cuando  ese mismo compañero que minutos antes veíamos con afecto, dice cosas que encontramos aniquilantes o escandalosas, y nos dejamos tentar por el juego de las refutaciones seriales, que van escalando hasta que, de repente, vemos que estamos vacíos, enojados, con ganas de pelear para erradicar aquello que creemos nos produce tamaño enojo.

Ahí viene el “juntos aunque no estemos de acuerdo”, ahí aparece la ética vecinal de nuestro programa, ahí aparece el elemento anímico que nos rescata, el parar para respirar, lograr nueva perspectiva, y…convivir, aprendiendo lo más posible, en un marco en el que el objetivo no es ganar, sino compartir.

Y funciona…, y es lindo, y nos permite atravesar, con mucho menos desgaste y desazón que otras maneras más beligerantes de intercambio, los tiempos de intensidad política que, como éste que hoy nos toca a días del Ballotage, forman parte del Barrio, y nos permiten crecer,  habitando con gozo nuestro “cachito de Utopía” de cada día, sin temerle a nada, porque estamos juntos.

                                                                                                            Miguel Espeche
                                                                       Coordinador General

viernes, 14 de marzo de 2014

LEALTADES

Editorial
LEALTADES

La lealtad es un hondo y noble valor. Sin él navegaríamos en la desconfianza, sin anclas afectivas que nos permitan hacer una vida que se precie. Se trata de la existencia de  lazos que apuntan al bien recíproco de quienes participan del vínculo, el que es terciado, justamente, por esa buena intención.

Toda lealtad genuina  tiene, insisto,  al bien por intermediario. Al menos, eso ocurre en los casos en que el amor es lo que une y no el espanto. Un padre, por ejemplo,  es leal con su hijo cuando le marca la cancha, le indica cómo se juega el partido, las reglas del mismo. Es leal con ese chico cuando apunta a favorecer su crecimiento y desarrollo, no cuando solamente le cumple los caprichos. Por ejemplo, el padre no es leal cuando le agranda el arco porque el chico no patea bien, le enseña a transgredir con tal de ganar en la competencia o lo endiosa cebándole el ego como si fuera Messi, sin decirle qué es lo que debiera corregir para mejorar en su juego, por más que duelan sus palabras.

La lealtad se da entre dos personas o más, no entre una persona y otros que, más que personas, son sombras del primero. En tal sentido, la lealtad no es hacerse mero eco de alguien a quien el leal se somete a modo de objeto. Es que la lealtad, de hecho, se da entre gente potente, no entre el tirano y su sombra sumisa.

Valen estas reflexiones a la hora de compartir lo que es la lealtad dentro de nuestro programa. Es un tema habitual, muy enriquecedor  e interesante ya que nos enseña qué es lo que sirve para que las experiencias perduren y florezcan, y qué es lo que hace que, esas experiencias, puedan caerse sin más.

La sana lealtad no le puede hacer mal a nadie que juegue con honestidad su juego. En el Programa de Salud Mental Barrial pretendemos ser leales a un espíritu solidario, vecinal, entusiasta y honesto que se encarna en el orden que se propone, dentro del cual cada uno juega su juego.

Un ejemplo de ésto es lo que suele ocurrir con los talleres cuando se encapsulan y pierden su nexo de lealtad con el espíritu que da sentido a nuestro programa. En esos casos, los coordinadores que antes abrevaban en un programa que los legitimaba y ofrecía identidad como tales, se cortan solos y empiezan a necesitar del beneplácito de los miembros de base, algo que está muy bien, salvo cuando dicho beneplácito pasa a ser una suerte de soborno a través del cual se logra una “lealtad” que, a mi gusto, no es tal. En esos casos, aparece un “nosotros” (el grupo del caso) y un “ellos” (el conjunto del programa) antagónico, competitivo, mala onda, que hace aparecer un juego de lealtades contrarias en donde no las hay de verdad.

Claro, para entender de verdad lo antedicho hay que entender, como decíamos antes, que la lealtad  no es  un sometimiento que nos transforma en mera “cosa”. Por el contrario, el ser leal se nutre de la voluntad de abrevar  en valores comunitarios (de común-unión)  que nos hagan ser más nosotros mismos, no transformarnos en una persona diferente a la que somos.

El chupamedias, por ejemplo, no es leal, ya que está buscando acomodo, no salud. El coordinador leal, lo es en esencia consigo mismo y con todos esos valores que tiene dentro de sí, posiblemente acuñados a lo largo de años de vida, aprendidos de sus padres o seres queridos, valores que sintonizan con él, y a partir de los cuales puede, justamente,  sintonizar con aquellos que están en una frecuencia parecida.

 A modo de ejemplo de lo que se vive en relación a la lealtad dentro del programa, digamos que ha ocurrido que algunos coordinadores llevaron amigos personales a sus grupos para que participaran como miembros de base de los mismos. De repente, en ese grupo era menester decirle algo a ese amigo, de ese tipo de cosas algo duras, que se ven cuando uno está coordinando y que son más difíciles de percibir cuando se está en el llano, comiendo un asado o charlando en un café amistosamente. He visto ante ese tipo de situaciones dos tipos de actitud por parte del amigo/miembro de base. La primera,  descalificar el decir del amigo/coordinador, “ninguneándolo” porque ese amigo propio no es “nadie” como para decir lo que dice, descalificando el rol de animador y siendo de esa manera desleal con el espíritu del programa y, por añadidura, el espíritu de la amistad. En esos casos, suele ocurrir que el aludido sienta que la lealtad con el grupo (lealtad que hace que el coordinador diga lo que dice), es, a la vez, una deslealtad para con la amistad. Se vive así una noción mafiosa de lo que es la amistad: una asociación para encubrir defectos y bendecir manejos y cosas de ese orden. Un amigo leal, se diría, no “buchonea” los defectos, no abre el juego en ese sentido, pero…si fuera así, ¿para qué estar en un grupo donde el tema es abrir y no encubrir las cosas?

La segunda actitud que he visto en esos casos en los que hay un vínculo personal por fuera del grupo entre el animador y un miembro de base, es la de aceptar y respetar la voz del animador, teniéndola en cuenta, entendiendo que ser buen amigo en ese caso es ser buen compañero en el grupo, lo que significa dejar entrar la palabra del coordinador (o de cualquier miembro del grupo) para “dejarse habitar” por ella,  para así poder explorar si dicha palabra sirve o no, sin ponerse un impermeable en el alma, que impida un genuino intercambio. Es una lealtad profunda con la verdad de las cosas, con el espíritu de confianza, y con el grupo dentro del cual se está para jugar el juego grupal, no otro.

En el programa nos reunimos en nombre de la Salud y a ella le somos leales. Esa Salud nos ordena, nos ubica, nos permite la mayor honestidad posible, y nos saca de la idea facciosa de lo leal, para ubicarnos en el lugar de una lealtad  que habilita y abre, no que obtura y cierra.

A veces nos sale mejor, otras peor. Pero somos leales con esa valoración del espíritu comunitario. Es una lealtad que nos da referencia, que nos ubica cuando nos perdemos, y que nos hace respetar el buen orden que tiene toda experiencia colectiva en la que, ser buen y leal vecino, nos salva de quedar encarcelados en el ego, por ser leales solamente a nuestros caprichos.


                                                                                  MIGUEL ESPECHE

                                                                                  Coordinador General

sábado, 23 de noviembre de 2013

EL CAMINO DE LOS SENTIMIENTOS EN EL PIROVANO

Editorial

EL CAMINO DE LOS SENTIMIENTOS EN EL PIROVANO

Llegamos al programa habitados por  sentimientos. Irradian, nos “salen de adentro”, tiñen nuestro pensamiento, se vislumbran en nuestros gestos, nuestras miradas, y, también, se notan en el tono de voz con el que nos dirigimos a los demás.

Tristeza, angustia, rabia, rencor, afecto que desborda y quiere ser compartido…el programa abre los brazos y recibe todo eso que habita en el corazón de los vecinos que se acercan. Ellos, los que vienen y se suman a la fiesta, lo hacen  con ánimo de poner a circular lo que les pasa  en el terreno de las emociones, las que muchas veces atoran el pecho cuando no son compartidas, ya que han sido hechas para circular,  como lo hace el agua para encontrar su máxima pureza.

Las emociones no merecen ser “descargadas” ya que no son deshechos que se excretan, sino que son a la vez raíz y frutos de la pura experiencia. En realidad, los sentimientos no cambian sino que evolucionan, sobre todo, cuando se comparten.

Al tener nuestro programa la premisa de “perseverar en el ser”, es decir, no pretender cambiar a la persona sino ayudarlas a ser “más ella misma”, incorpora la noción de que la cuestión no es la de maldecir algunos sentimientos, intentar amputarlos cirugía mediante, sino que se trata, en todo caso, de ver cómo ese sentir se transforma, al llegar a su esencia a través del intercambio.

Como decíamos años atrás en el taller Penas de Amor, la alegría está hecha con la misma materialidad con la que está hecha la pena. Es el mismo ADN, en diferente estadío de evolución. Un niño no es un adulto fallido….es un niño, y crecerá aprendiendo, intercambiando, nutriéndose de lo que lo rodea, para ser más él, desarrollando al máximo sus potencialidades. Pero….repito, un niño no es un adulto fallido, y hay que honrarlo como tal para que viva bien su momento, y desde allí, camine hacia su porvenir.

Ese es el camino del sentir en el Pirovano. No importa en qué taller ocurre el fenómeno, el hecho de intercambiar ayuda a que circule el sentir y que lo que es dolor o podredumbre, se transforme en fertilizante para nuevas experiencias, sean éstas propias o ajenas. El penar de hoy, mañana es una palabra de aliento para un vecino que sufre, a quien se le da consejo y conocimiento a partir de decirle, con humildad,  “yo estuve allí”.

Por eso quizás muchas veces al encontrarnos en los talleres nos sentimos más nosotros mismos, más allá de que no hayamos “solucionado” el problema. Esto lo he visto palmariamente en casos dolorosísimos de pérdidas por muerte de seres queridos. Nunca hemos podido ni querido resucitar a nadie, pero….hemos acompañado y nos hemos dejado acompañar con ese dolor y allí, ¡oh maravilla! ese dolor toma otro color, se transforma… duele igual, pero distinto…

A la vez, sabiendo que los talleres son para acompañar, no para solucionar, los coordinadores y los compañeros de ruta dentro de un taller se liberan del fetiche del “solucionismo” como meta, para dedicarse a compartir con el mayor amor posible las circunstancias de cada uno y las de todos, sin cargar con responsabilidades que estén fuera de jurisdicción. 

El sentimiento, sea el que sea, tiene un lugar en los talleres. Como tales, no merecen exclusiones. Sentimos lo que sentimos, y ningún juez podrá enjuiciar fácilmente al respecto, aunque sí, convengamos, podrá enjuiciarnos por lo que con esos sentimientos hagamos. Sentir bronca no es punible, pegar una piña sí lo es, y está bien que así sea.

Los sentimientos son lo que son, y lo bueno o malo del asunto es lo que hagamos con ellos. Hace bien que esos sentimientos puedan encontrar un lugar compartido que los saque del exilio. Porque lo que más duele no es el sentir angustia, envidia, rencor o lo que sea, sino el no poder ofrecerle a ese sentimiento una ceremonia, por breve que sea, en la que se lo honre y ofrezca un instante de aceptación. A veces los sentimientos piden eso nomás: un minuto de aceptación que los saque del destierro, y luego, con ese momento de respeto, se trasmutan y se  transforman en una mejor versión de ellos mismos.

Eso pasa con la envidia, la rabia, el rencor, y todos los sentimientos “malditos” que suelen quedar guardados bajo la alfombra del “bienpensar”. Cobijados por el programa, por sus normas y valores, es más fácil encontrar un momento para fluir y dejar salir al común aquellos sentimientos que parecen malditos.

A la vez, algo parecido pasa con tanta ternura, cariño, afán solidario, abrazos y manos dispuestas al compartir, que a veces tampoco encuentran caminos para salir a la luz del sol. Siempre he pensado que la ciudad hierve de amor, pero no encuentra los canales comunicantes para ese amor que, con vasos comunicantes obturados, se tranca en el alma. De hecho, una de las delicias del compartir pirovanense y de tantos otros espacios generosos, es ver brotar ese amor comunitario oculto, para volcarse en una corriente de arterias emocionales que los transforman en tejido social optimista y ganoso. Es lindo vernos saliendo de nuestros exilios para estar con otros, sacando los trapitos al sol, ese sol que todo lo va purificando.

Leer el fenómeno de nuestro programa desde el derrotero de los sentimientos es apasionante. Nada se pierde, todo se transforma, todo se potencia, todo se multiplica o divide, a los fines de mejorar lo que ya somos: humanos de ley, red de afectos, en el camino de  vivir en la mayor de las plenitudes.

                                                                       MIGUEL ESPECHE

                                                                      Coordinador General

jueves, 19 de septiembre de 2013

EL CAMINO DE LOS SENTIMIENTOS EN EL PIROVANO

Llegamos al programa habitados por  sentimientos. Irradian, nos “salen de adentro”, tiñen nuestro pensamiento, se vislumbran en nuestros gestos, nuestras miradas, y, también, se notan en el tono de voz con el que nos dirigimos a los demás.
Tristeza, angustia, rabia, rencor, afecto que desborda y quiere ser compartido…el programa abre los brazos y recibe todo eso que habita en el corazón de los vecinos que se acercan. Ellos, los que vienen y se suman a la fiesta, lo hacen  con ánimo de poner a circular lo que les pasa  en el terreno de las emociones, las que muchas veces atoran el pecho cuando no son compartidas, ya que han sido hechas para circular,  como lo hace el agua para encontrar su máxima pureza.
Las emociones no merecen ser “descargadas” ya que no son deshechos que se excretan, sino que son a la vez raíz y frutos de la pura experiencia. En realidad, los sentimientos no cambian sino que evolucionan, sobre todo, cuando se comparten.
Al tener nuestro programa la premisa de “perseverar en el ser”, es decir, no pretender cambiar a la persona sino ayudarlas a ser “más ella misma”, incorpora la noción de que la cuestión no es la de maldecir algunos sentimientos, intentar amputarlos cirugía mediante, sino que se trata, en todo caso, de ver cómo ese sentir se transforma, al llegar a su esencia a través del intercambio.
Como decíamos años atrás en el taller Penas de Amor, la alegría está hecha con la misma materialidad con la que está hecha la pena. Es el mismo ADN, en diferente estadío de evolución. Un niño no es un adulto fallido….es un niño, y crecerá aprendiendo, intercambiando, nutriéndose de lo que lo rodea, para ser más él, desarrollando al máximo sus potencialidades. Pero….repito, un niño no es un adulto fallido, y hay que honrarlo como tal para que viva bien su momento, y desde allí, camine hacia su porvenir.
Ese es el camino del sentir en el Pirovano. No importa en qué taller ocurre el fenómeno, el hecho de intercambiar ayuda a que circule el sentir y que lo que es dolor o podredumbre, se transforme en fertilizante para nuevas experiencias, sean éstas propias o ajenas. El penar de hoy, mañana es una palabra de aliento para un vecino que sufre, a quien se le da consejo y conocimiento a partir de decirle, con humildad,  “yo estuve allí”.
Por eso quizás muchas veces al encontrarnos en los talleres nos sentimos más nosotros mismos, más allá de que no hayamos “solucionado” el problema. Esto lo he visto palmariamente en casos dolorosísimos de pérdidas por muerte de seres queridos. Nunca hemos podido ni querido resucitar a nadie, pero….hemos acompañado y nos hemos dejado acompañar con ese dolor y allí, ¡oh maravilla! ese dolor toma otro color, se transforma… duele igual, pero distinto…
A la vez, sabiendo que los talleres son para acompañar, no para solucionar, los coordinadores y los compañeros de ruta dentro de un taller se liberan del fetiche del “solucionismo” como meta, para dedicarse a compartir con el mayor amor posible las circunstancias de cada uno y las de todos, sin cargar con responsabilidades que estén fuera de jurisdicción.
 El sentimiento, sea el que sea, tiene un lugar en los talleres. Como tales, no merecen exclusiones. Sentimos lo que sentimos, y ningún juez podrá enjuiciar fácilmente al respecto, aunque sí, convengamos, podrá enjuiciarnos por lo que con esos sentimientos hagamos. Sentir bronca no es punible, pegar una piña sí lo es, y está bien que así sea.
Los sentimientos son lo que son, y lo bueno o malo del asunto es lo que hagamos con ellos. Hace bien que esos sentimientos puedan encontrar un lugar compartido que los saque del exilio. Porque lo que más duele no es el sentir angustia, envidia, rencor o lo que sea, sino el no poder ofrecerle a ese sentimiento una ceremonia, por breve que sea, en la que se lo honre y ofrezca un instante de aceptación. A veces los sentimientos piden eso nomás: un minuto de aceptación que los saque del destierro, y luego, con ese momento de respeto, se trasmutan y se  transforman en una mejor versión de ellos mismos.
Eso pasa con la envidia, la rabia, el rencor, y todos los sentimientos “malditos” que suelen quedar guardados bajo la alfombra del “bienpensar”. Cobijados por el programa, por sus normas y valores, es más fácil encontrar un momento para fluir y dejar salir al común aquellos sentimientos que parecen malditos.
A la vez, algo parecido pasa con tanta ternura, cariño, afán solidario, abrazos y manos dispuestas al compartir, que a veces tampoco encuentran caminos para salir a la luz del sol. Siempre he pensado que la ciudad hierve de amor, pero no encuentra los canales comunicantes para ese amor que, con vasos comunicantes obturados, se tranca en el alma. De hecho, una de las delicias del compartir pirovanense y de tantos otros espacios generosos, es ver brotar ese amor comunitario oculto, para volcarse en una corriente de arterias emocionales que los transforman en tejido social optimista y ganoso. Es lindo vernos saliendo de nuestros exilios para estar con otros, sacando los trapitos al sol, ese sol que todo lo va purificando.
Leer el fenómeno de nuestro programa desde el derrotero de los sentimientos es apasionante. Nada se pierde, todo se transforma, todo se potencia, todo se multiplica o divide, a los fines de mejorar lo que ya somos: humanos de ley, red de afectos, en el camino de  vivir en la mayor de las plenitudes.

                                                                            MIGUEL ESPECHE

                                                                          Coordinador General

domingo, 17 de febrero de 2013

LA VITALIDAD DEL PROGRAMA


Nos gusta ser vitales. Sentirnos vivos, despiertos. Nos gusta que cada momento tenga algo de virginal, que sea nuevo, que tenga pulso, aire, más allá de que sea conocido y tenga algún orden que le de perdurabilidad o referencia.
A veces, sin embargo, nos dormimos. El automatismo es un arrullo que nos hipnotiza o sumerge en ese ensueño que nos ofrece la ilusión de que todo es para siempre y  que lo nuestro está garantizado por el solo hecho de repetir ciertos rituales y ciertas palabras. Estos rituales y palabras, creemos, mágicamente nos hacen eternos, ajenos al hecho de que, si no respiramos cada día, por más que hayamos respirado mucho en todos estos años, igual nos vamos a asfixiar ya que no se “capitaliza” el oxígeno, ni el del cuerpo, ni el del espíritu.
Por ejemplo, las frases hechas, por inteligentes que sean, se arruinan cuando son pronunciadas de manera mecánica, sin savia ni vibración, como si fuéramos el eco de otro, y no los generadores de eso que decimos.
La misma frase dicha un día puede iluminar y, al tiempo, repetida, puede oscurecer. Por eso, si bien tenemos nuestras palabras, en nuestro programa proponemos “la vida” y no tanto “la forma”. A veces, una metida de pata nos sirve más que un acto pulcro e inmaculado que sigue el manual del buen coordinador a pies juntillas y se rige por las palabras correctas de nuestro catecismo.
Por eso, despertar al presente siempre ofrece nuevas energías y sorpresas, y ofrece, también, desprendimientos respecto de lo que ya no alimenta, sino que pesa en demasía y hay que dejar de lado.
Quiero pensar que en el programa no cambiamos, evolucionamos, y con eso quiero decir que el tiempo presente nos va despertando a realidades que suman a las que conocíamos antes.
¿Ejemplo?: la página web de nuestro programa. Antes era un “berretín” que sumaba en exigua proporción a lo que nos daban los talleres de orientación y el boletín como puerta de entrada para los nuevos vecinos que se acercaban. Hoy mucha gente viene por vía de Internet, y los talleres de orientación son ayudados, como entrada a la red de talleres, por la vía cibernética, a la que se suma los ya clásicos boletines y la vía mediática (reportajes, gacetillas, etc.) que, en su conjunto, son las maneras que tiene el programa para convocar y ofrecer una puerta y un faro visible a los vecinos que se nos acercan o nos están buscando.
Antes los talleres de orientación para los que vienen por vez primera eran muy numerosos. “Antes” es la década del 80, 90 y principios de la del 2000. Ahora, como digo, se suman alternativas para los que se quieren arrimar y desean averiguar cómo y dónde hacerlo,  y el programa, en su deseo de abrazar a los recién llegados y ofrecerse de manera visible, quiere crecer para honrar ese deseo.
Por eso, está en marcha la modernización de la página web, para hacerla genuinamente atractiva ya que, al ponerla linda, demostramos que queremos que la gente nos vea bien, que sean bienvenidos y así se sientan al saber que le ponemos “onda” a la cosa, sin simplemente dormirnos en formas que nos dieron resultado antes, pero que ahora, con la sumatoria de circunstancias, requieren de la adecuación de nuestra práctica.


“El que busca la vida, encuentra la forma. El que busca la forma, encuentra la muerte”. Ese refrán sigue dándonos referencia. Es importante registrar la vitalidad de lo que decimos y hacemos, y de allí viene luego el cómo del obrar. La cuestión a la que nos referimos, por ejemplo,  no tiene por objetivo tener una página web maravillosa, sino  tener entusiasmo para recibir a los nuevos, y que ese entusiasmo redunde en que la página web sea linda, ágil, atractiva,  como fruto de una labor integral del programa en clave de entusiasmo.
Al hablar de la página web, tan sólo estoy ejemplificando lo que, a mi gusto, es una actitud que puede manifestarse en muchas cosas. Es un ejemplo de actitud vital, que, justamente, apunta a vitalizar nuestros talleres al poner sobre la mesa lo que sentimos y pensamos, para no mezquinarle al grupo algo que, aunque a veces pueda ser difícil, es patrimonio grupal y fuente energética para la labor “copada” de sus integrantes.
Apostar a la autocrítica, a la solidaridad, al optimismo, a la buena fe ayuda en ese sentido. También apuntar a una mirada de conjunto, sabiendo que nuestros talleres tienen como fuente de su fuerza el que forman parte de un cuerpo más grande que ellos mismos, por lo que eso de “cortarse solo” debilita y roba alternativas a sus integrantes…
Crecer en la propia autoridad, entusiasmarse, darle vida a las propias palabras sin repetir  consignas vaciadas de sentido, disfrutar de verdad el entusiasmo de los talleres, sean los que coordinamos, sean los que nos hospedan como simples integrantes…tantas cosas hay para hacer para embellecer la tarea de cada día en los grupos…
El año que inicia nos espera, generoso, para que en él pongamos nuestras ganas y nuestro entusiasmo. Vamos a hacerlo bueno, si queremos.
 La “vida” encontrará su “forma” y el día a día transparentará nuestro genuino deseo de crecer en salud, con nuestros compañeros. El tema es pasarla bien, sabiendo que lo grupal nos nutre y despierta de los automatismos y los dogmas vacíos de sentido. Es que, al participar honestamente en los grupos, algo mágico pasa que nos hace ver la vida de otra manera, más fresca y generosa, como si, por fin, pudiéramos vernos en un espejo que refleja lo mejor de lo que somos, para liberarnos de tanta mala onda que anda por ahí rondando.

                                                                           MIGUEL ESPECHE
                                                                          Coordinador General

sábado, 15 de diciembre de 2012

LIDERES Y SEGUIDORES


En nuestro programa damos mucha importancia al rol que ocupa y juega cada uno de los que participan en la red de talleres.
Lo hemos dicho muchas veces y es motivo de cotidianas charlas en los diferentes grupos: nos parece importante que el coordinador coordine, el ayudante ayude, que el usuario use en clave vecinal los talleres…cada uno en su lugar, atendiendo su juego, para jugar un juego conjunto  y más abarcativo que nos parece muy interesante y grato.
Cada lugar tiene la respetabilidad inherente a la condición humana y comunitaria de los que comparten la fiesta pirovanense. No hay superiores ni inferiores, pero sí los hay diferentes: personas que marcan, a través de su función, el lugar que les corresponde en la sinfonía.
En relación a lo antedicho, quisiera comentar que mirando las ofertas de cursos que existen en nuestra ciudad de Buenos Aires, percibí la innumerable cantidad de los que apuntan al tema del Liderazgo, así, con mayúsculas. Liderazgo de esto, liderazgo de aquello…todos los cursos apuntan a ser caciques, sin que parezca demasiado prestigiado el rol de indio, ya que no ví ningún curso ni libro acerca del arte de obedecer, de seguir, de aceptar el rol de subordinación, de ayudantía…., nada de nada, al punto que, en realidad, me da la impresión que los roles mencionados, que no son referidos al del liderazgo, son sinónimos de algo feo, servil, bajo, tonto, obsecuente, perdedor, etc.
Alguna vez me impresionó que Carlos Campelo trajera a modo de ejemplo para la tarea de nuestros talleres aquella frase que aparecía en el Poema del Mio Cid que decía “Qué buen vasallo sería si tuviera buen señor”. Me impresionó aquel relato que traía Campelo  porque poco y nada se han valorado  roles que no sean los de “jefe” de algo, como si “ontológicamente” fuera superior ser jefe que, por ejemplo, subalterno o, como decimos en los talleres, como si ser cacique diera una categoría esencialmente superior a quien cumple ese rol, que a quien es “indio” y cumple con otro rol, igualmente respetable, dentro de un grupo determinado.
 Es en el Programa nuestro que he visto elaborar de la más profunda manera el rol de aquel que no manda, pero no por ello se torna objeto inerte de la voluntad ajena, sino, por el contrario, honra profundamente su  propia voluntad desde el lugar que ocupa y en el que profundiza, sin anhelar el lugar del otro. Perseverar en el rol que toque, sea de cacique o de indio, nos hace crecer y encontrar recursos que no son los de desear usurpar el lugar ajeno sino enaltecer el propio, para que nuestro deseo sea parte de la función.
En diferentes ámbitos se tornaron insultantes algunos adjetivos que, de por sí, no son ofensivos ni mucho menos. Vuelvo al tema del Cid Campeador, que siendo “vasallo” de un rey, y sin jamás pelearse contra ese lugar que deseaba ocupar, desde hace siglos sigue siendo valorado como mito fundacional de la cultura hispana.
Ser “obediente”, por ejemplo, para muchos es sinónimo de ser “obsecuente”, lo que da por tierra la capacidad humana de obedecer, es decir, desvirtúa esa capacidad al verla como servil o claudicante en sí misma, lo que nos permite entender muchos de los problemas de organización que tenemos en Argentina.
Por eso, para nosotros no se trata de decir “cuando sea grande voy a ser coordinador, pero ahora me contento con ser ayudante”, sino que consideramos de igual importancia y jerarquía ambos roles, si bien sus atribuciones son diferentes.
Por esa causa tenemos, por ejemplo,  talleres en los que el coordinador y uno de los usuarios invierten roles en otro grupo. Como se entiende que se trata de cumplir funciones y no de ser uno “superior” al otro, esto se puede desplegar y, de hecho, se despliega, sin que existan mayores problemas.
   Con la dolorosa y desvirtuada noción de poder que generalmente tenemos, es entendible que todos crean que ser jefe es algo bueno, y  que no ser jefe es algo malo. En realidad, ambas cosas son buenas en esencia, aunque, como todo en la vida, se puede desnaturalizar y pervertir la función: tanto la de jefe como la de subordinado. No es la función, sino su mal uso lo que hace que sea “mala” la cosa.
Coordinar un grupo no es manipular un grupo, sino conducirlo, ofrecerle ritmo, eje, orden, referencia, enlace con el programa, nombre….No se trata de tener “personal a cargo” sino de poner las velas bien puestas y el timón bien rumbeado para aprovechar los vientos que trae la energía de los vecinos concurrentes. No se domina, se coordina, un grupo y, además, se lo anima.
En éste último sentido, la animación (el “ponerle alma” al asunto) es la parte intangible del rol de quien genera y comparte un taller desde su lugar de conducción. Ponerle alma al taller es tener contacto con la propia, y no es muy recomendable suscribir una idea de “dominio” (en el sentido de “cosificar” al otro) si es el entusiasmo lo que se desea compartir en el grupo en cuestión. Recordemos que, sin entusiasmo, los vecinos se van, y es bastante perspicaz la gente a la hora de percibir quién la respeta y quién la ve solamente como público a ser manipulado.
Creo que alguna vez he hecho mención a la ocasión en la que me dijeron algo así como “Llevá a tu gente a tal lugar”, con ánimo a hacer algún tipo de movilización. Yo siempre he respondido: “no soy un general, que manda tropa a cumplir una orden, independientemente de la voluntad de esa tropa. Soy un coordinador de voluntades, no un manejador –y menos- un generador de voluntades”. Es que el coordinador puede influír pero no generar los actos y deseos de los que asisten a su taller y se subordinan a su autoridad dentro del accionar del grupo. De hecho, la autoridad del coordinador refiere a su práctica y al orden fáctico dentro del taller, pero no avanza sobre el sentir de sus coordinados. Por eso, no se “lleva” gente a ningún lado, sino que se comparte con ellos en los talleres, organizando, vivenciando, sintiendo, deseando, todos juntos, y desde el lugar de cada uno, en clave de solidaridad.
Mucho hay y habrá para decir sobre estas cuestiones. Pero lo mejor es ir directamente a los talleres a vivirlas en carne propia, aprendiendo que el propio lugar es el que está bajo nuestros pies, ya que es desde allí que emprendemos el camino, siendo, entonces, el punto del poder que tenemos para ir avanzando.
Jugando desde nuestro rol de líderes o subordinados, acá en el programa todos somos potentes. Lo somos porque vamos creando nuestro propio lugar sin propiciar envidias ni confusiones respecto a las diferentes funciones. Lo hacemos desplegando nuestro juego, para crecer en un  bienestar que es solamente posible cuando amamos lo que hacemos junto a los vecinos que nos acompañan en el camino.


                                                           MIGUEL ESPECHE
                                                     Coordinador General PSMB

lunes, 26 de noviembre de 2012

Dos mil personas asisten por semana al Pirovano


Clásico. Los talleres del Pirovano empezaron en el ‘85 y crecieron tanto que hasta se hacen en bares. / Fernando de la Orden

18/11/12
A esta altura los talleres del Pirovano ya son famosos (tienen 27 años). La oferta hoy llega a los 200 talleres, que tratan todo tipo de problemáticas, a los que asisten alrededor de 2000 personas por semana. La demanda siempre fue tan alta que la idea ahora se desparramó en muchos otros hospitales públicos. La particularidad es que los talleres del Pirovano son coordinados por vecinos, mientras que los nuevos de los otros hospitales tienen profesionales al frente.
“Sí, varios hospitales incorporaron diferentes formas de talleres a su oferta, bastante inspirados en lo nuestro, que fue vanguardia en la esfera pública en lo que hace a grupos”, explica a Clarín Miguel Espeche, coordinador general de los talleres. “Lo nuestro no es terapia, porque son grupos de ayuda mutua conducidos por vecinos. Tiene un efecto sobre la salud, si bien no son contra la enfermedad. Es por eso que se llaman grupos de promoción de salud y no de lucha contra la patología”. Sigue Espeche: ”Compartir los problemas no siempre es solucionarlos, pero significa sin dudas un enorme alivio y una posibilidad de encontrar acompañamiento. Muchos, al problema que tienen, le agregan la viviencia de ser los únicos que lo están viviendo, lo que suma una sensación de exilio, que se diluye cuando se ve que otros atraviesan igual circunstancia”.
Que sean del Pirovano no significa que sólo se realicen allí, son tantos los talleres que también funcionan en bares de muchos barrios. “Cómo constuyo los vínculos con el sexo opuesto”, “Hablemos de la pareja”, “Vivir de a dos”, “Cosas de mujeres”, “Violencia familiar” son algunos talleres, que son libres y gratuitos. Informes: www.talleresdelpirovano.com.ar.
http://www.clarin.com/sociedad/mil-personas-asisten-semana-Pirovano_0_812918844.html