domingo, 29 de julio de 2018

NUESTRAS RESERVAS FRENTE A LAS CRISIS

EDITORIAL

NUESTRAS RESERVAS FRENTE A LAS CRISIS

El cuerpo tiene reservas que se activan cuando son convocadas. Cuando hay hambre o sed, cuando aparece una infección o peligro, se activan partes de nosotros mismos que estaban allí, dormidas, esperando por las dudas… En nosotros está el alimento acumulado, el líquido que hemos bebido, los anticuerpos que habitan nuestro universo celular y que, a la hora de defendernos de un intruso que viene a infectarnos, se apresta, como un soldado, a defender el territorio con recursos poderosos.
El alma también tiene esas reservas. Por ejemplo, contamos con  coraje cuando hay peligro, temple cuando las cosas se ponen feas, humildad cuando hay que repechar una circunstancia que nos mostró nuestra pequeñez, o paciencia, para las ocasiones en las que no es la épica sino el “paso a paso” lo que se requiere para salir de la mala.
Lo antedicho apunta a lo que está en nosotros, en el terreno de nuestra interioridad o, si se prefiere, dentro de nuestra mente.
Sin embargo, existen también otras reservas al momento de vérnosla con los dolores, los peligros, las crisis, los dilemas o las confusiones que forman parte de nuestra vida. Parte de esas reservas son los otros, es decir, aquellas personas que forman parte de nuestro ecosistema emocional.
Parientes, amigos, vecinos…con ellos contamos cuando nos agarra algún “tsunami”, o cuando alguna encrucijada nos lastima u obnubila.
A veces ni siquiera son personas que conocemos. En ese sentido, me suele conmover lo que pasa por lo general cuando alguien se cae en la calle, o cuando un ciego debe cruzar un semáforo que no puede ver. Si bien siempre habrá algún egoísta, por lo general en esas ocasiones aparece gente que ayuda, que da una mano. Es un ejemplo sencillo, casi obvio, pero sirve a modo de ejemplo de lo que quiero decir al nombrar aquello con lo que contamos para los momentos de dificultad, sea eso obvio o no para nuestra percepción.
Otra reserva con la que contamos es nuestra historia. Podemos apelar a la evocación de nuestros los logros como ejemplo ante los nuevos desafíos. También está la historia de nuestra familia o de nuestro pueblo, que suman nociones que nos ayudan a sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos. Las tradiciones, por ejemplo,  tan vituperadas cuando salen del mero pintoresquismo de danzas y trajes típicos, son una acumulación de sabiduría que puede ayudarnos a la hora de decidir frente a lo que la vida nos pone enfrente. Sin conciencia de que formamos parte de una tradición, o que lo que los antepasados han acuñado no es todo “dinosaurismo”, nos vemos muy débiles y perdemos sostén frente a las cosas de la vida, perdiendo solvencia y calidad anímica.
Habitualmente evoco aquella frase que le escuché a Jayme Barylko que decía que “el individuo es un error antropológico”. No hace falta ser filósofo para valorar la importancia de esta frase. Significa que esa idea de que somos seres aislados y separados de nuestros prójimos o de la Tierra en la que vivimos, es un error que pagamos caro. Somos en red, en comunión con los otros y con el Mundo, formamos parte de algo que está más allá y más acá de nosotros.
Algunos pensadores apuntan al concepto de “persona” en vez del de “individuo” ya que el primero apunta a una concepción más profunda y generosa de nuestra identidad, constituida en red con los otros y con el mundo en general.
En esa línea, hace poco, para mi sorpresa, encontré en internet un discurso de Arnold Schwarzenegger, el corpulento actor de “Terminator”. El hombre criticaba la noción del “self made man”, es decir, el “hombre que se hace a sí mismo”, tan elogiado en la Individuocracia norteamericana, pero tan dañino como irreal a la hora de describir lo que somos. Enumeraba el gran Arnold  en su discurso, a todos aquellos que lo habían ayudado en el camino desde su Austria natal hasta Hollywood Eran personas sin las cuales él no habría llegado nunca a donde llegó. Nunca pensé que palabras dichas por ese actor y ex gobernador de California podrían conmoverme pero…la vida trae sus sorpresas, si dudas.
Nuestras reservas son los otros, y cuando nos quedamos solos, cuando nos aislamos de la red de prójimos, o cuando perdemos aquellos sostenes en los que habíamos confiado, estará siempre esa red de familia, vecinos, amigos, personas, que forman parte de nuestra identidad y le dan riqueza a la misma.
Cuando en la crisis del 2001 los ahorros fueron confiscados por los bancos, y los trabajos cayeron en picada, estuvo la red de vecinos llamada Programa de Salud Mental Barrial para acompañar, para cuidar, actuando como reserva frente a la dolorosa circunstancia. Es un ejemplo de lo que significa saber que formamos parte de una comunidad, no somos islas, somos red. El programa en aquellos días ayudó a que no nos identificáramos con nuestra economía, recordando que hay un capital inconfiscable: los humanos que nos acompañan en el camino de la vida, con los cuales podemos contar en los malos momentos (y en los buenos también).
A veces, por propio descuido, por las desgracias que suelen ocurrir o porque fuimos egoístas o equivocamos el camino, quedamos solitarios y a la deriva, sin nadie con quien compartir nuestro penar. Asimismo, en ocasiones, por esas mismas razones, nos olvidamos de lo que valemos, de lo que podemos ayudar, de nuestra sabiduría desconocida o dejada de lado.
Allí aparece la red de talleres, que permiten recordar quienes somos, con qué contamos, cuáles son nuestras fuerzas y virtudes, para atravesar los momentos duros. Somos la gran familia de la comunidad que se acuerda que, para existir, debe ser solidaria y organizada, pudiendo así activar nuestras potencias y nuestras reservas.
Cuando nos duele el alma, el solo hecho de compartir con alguien significa un consuelo. Sin embargo, algo pasa en nuestra cultura que ese compartir no se hace fácil, nos aislamos, nos avergonzamos o creemos en aquello del “self made man” criticado por el bueno de  Arnold, el ahora amigo de nuestro programa.
La red comunitaria nos fortalece, nos ayuda, nos da perspectiva y ganas. Son cientos o miles de pequeños milagros de amor, encarnados en conversaciones que se dan en los talleres, así, como quien no quiere la cosa.
A veces nos olvidamos de la maravilla del sencillo acompañarnos, el compartir la mesa de la emoción y la idea. Pero esa posibilidad es nuestra reserva, nuestra red, nuestra fortaleza compartida, sin la cual, sin dudas, poco seríamos, sobre todo, cuando los tiempos se hacen difíciles y se hace duro vivir a la intemperie.
                                                                            
                                                                              Miguel Espeche

                                                                          Coordinador General