viernes, 5 de noviembre de 2010

“Actuando nuestras emociones y sentimientos”

Quiero contarles como llegué a mi deseo de tener  el  taller “Actuando nuestras emociones y sentimientos”, historia esta, que es también la historia de mi vida.
Cuando yo era chico tenía ataques de asma bronquial, me llevó muchos años darme cuenta que las crisis estaban ligadas a mis estados emocionales. Si estaba contento, no había espasmos bronquiales. Decían que yo era un chico muy bueno, que no lloraba nunca, hoy pienso que en realidad era muy poco expresivo en todo sentido, hasta en el hablar, era de muy pocas palabras, y especialmente nada sabía decir de mi, de lo que me pasaba. Hice muchas cosas para aumentar mi capacidad de expresión, para librarme de mis propias ataduras, terapias de grupo, psicoanálisis, teatro, psicología social, psicodrama, expresión corporal y ya ni me acuerdo cuantas cosas más que me ayudaron a construirme como el hombre que hoy soy, mucho más expresivo y con muchas más capacidad para gozar y sufrir en la vida, creía que había superado definitivamente todas estas cuestiones, hasta que en el año 2000 perdí  a uno de mis hijos en un accidente y comencé a tener episodios de  arritmias cardiacas, también ligados a mis estados de ánimo. Luego del 2002 y mi ruina económica, los episodios se incrementaron y me dí cuenta que los disgustos, las broncas y tristezas  me enfermaban y que todo lo que pudiera hacer para expresar mis emociones me ayudaría, y que esto iba a ser un trabajo permanente.  Yo ya había aprendido que hablar de lo que a uno le pasa con otros es bueno y sabía del  Programa del Pirovano, hago el ingreso como coordinador en el 2004 y  tuve mi primer taller “El dolor de la muerte y el desafío de la vida” donde pude trabajar el duelo por la muerte de Lucas compartiendo penas y alegrías con otros,  luego abrí mi taller “Erotismo con humor” que me llevó al extremo opuesto, de Tanatos a Eros. Y esta fue la historia que me llevó al taller al que quiero invitarlos “Actuando nuestra emociones y sentimientos”, donde deseo compartir con ustedes mis experiencias y dificultades. Si crees que expresar las emociones es bueno, y que se puede crecer con otros, te esperamos los jueves a las 19 en el bar TV Monroe 3602 arriba. Solo se requieren  ganas de compartir con otros. Nos gustaría que vengas  para compartir nuestras vivencias y  acompañarnos en este camino, con buena onda,  fe y coraje.
.Hacer o no hacer algo, sólo depende de nuestra voluntad y perseverancia.

Carlos Gonzalez, animador
Alicia Merzario, ayudante
Jueves 19hs - Bar TV 1er piso


martes, 2 de noviembre de 2010

LOS AYUDANTES


Los talleres del programa están coordinados, por lo general, por un coordinador y su ayudante. Ambos forman parte del equipo que anima y conduce al taller en resonancia con el programa, que es su referencia institucional. Ambos, coordinador y ayudante, deben participar en una reunión de coordinadores del PSMB, algo imprescindible para pertenecer a la red de talleres.
El coordinador coordina y el ayudante…ayuda.  Algunos creen que el coordinador es “más” que el ayudante. Algo así como “cuando un ayudante crece, se transforma en coordinador”, pero no es así.
Acá no se trata de “ser” más o “ser” menos, sino de cumplir funciones diferentes dentro de un aspecto de la conducción grupal que es la coordinación/animación de un taller.
Mucho aprendemos de nuestra vivencia y concepción de lo que es la autoridad al ver cómo vivimos y percibimos la relación entre coordinador y ayudante, algo que transparenta nuestra concepción de lo que significa “ayudar” y la forma de experimentar lo que es la autoridad y la aceptación, o no, de la misma.
Muchos creen que “ayudar” es dejar de ser, renunciar a la propia identidad en función de un verticalismo que, en verdad, indica una suerte de supresión de identidad, una “cosificación” del ayudante que, inclusive, suscribiría el slogan de “haz de mí lo que quieras”, confundiendo orden con mera sumisión claudicante.
Otros, quizás temiendo ser sumisos, creen que el ayudante no debe obedecer y, seguramente, apuntan a que, en realidad, ellos lo harían mejor si fueran coordinadores, y que la mejor manera de evitar el ser sumiso es ser rebelde, una zoncera adolescentona en la que caemos a veces cuando olvidamos que ya crecimos y somos grandes.
Queda claro que la ayudantía existe en tanto el ayudante ayude siendo quien es y no otro. Esto significa que lo que el ayudante percibe, siente, anhela y piensa es material de su ayudantía. No es una molestia el pensamiento de un ayudante, ni su mirada sobre alguna cuestión. Tampoco lo es su sentir, expresado en el grupo. Lo que puede o no perturbar el ejercicio de la animación es el cómo esa vivencia del ayudante es puesta en juego, no tanto el hecho de que el ayudante tenga una vivencia y de cuenta de ella.
En una época en el programa se asimilaba la función del ayudante a la función ejercida por “Juanita”, quien era la ayudante de cocina de la inmortal Petrona C. de Gandulfo. Luego, con el tiempo fuimos dejando de lado esa idea acerca de la ayudantía, ya que en ocasiones esta “Juanita” pirovanense decía qué quería comer, qué le parecían algunas cosas del procedimiento culinario, y, sobre todo, ofrecía su mirada y su sentir acerca de la vivencia compartida “en la cocina”. Eso significaba una forma de ayudar más amplia que la que ejercía Juanita, la de Petrona. Además de alcanzar la fuente o la sal, el ayudante pirovanense aporta otras cosas, si quiere, y sino, puede también hacer de manera honorable el rol de Juanita, que nadie le va a decir nada.
Queda claro que el animador tiene en su grupo la última palabra. Pero antes de arribar a esa última palabra existen palabras anteriores que van nutriendo la hondura de la palabra final. Esas son las palabras que puede y debe pronunciar el ayudante. No dice lo que hay que hacer, pero sí lo que ve y siente, y, aún más, quizás hasta pueda decir lo que quiere, siempre que acepte que la última palabra es del animador y no le ande poniendo palos en la rueda.
Cuando el coordinador/animador falta, el ayudante coordina…y se transforma, ese día, en coordinador. Eso da tranquilidad al grupo, que sabe que tiene a quién acudir a la hora
del faltazo. No es imprescindible (recordemos que existe la autogestión), pero viene bien tener ayudantes por si se ausenta el coordinador.
Hay coordinadores que hablan mucho con su ayudante. Planifican, se ponen de acuerdo, mastican juntos la circunstancia grupal al reunirse antes o después para compartir la misma. Otros coordinadores no hablan demasiado con sus ayudantes. Salen a la cancha a jugar y confían en actitudes más que en planes o estrategias. Ambas formas son obviamente válidas, además de que existen matices en el medio de ambas. Por lo general, desde el programa sugerimos no intentar tenerlo “todo controlado”, confiar más en la intuición y no temer los “errores”. A veces los animadores y sus ayudantes nos llevan el apunte respecto de esta sugerencia. Otras, no. En estos casos, solemos enfatizar en la idea de que no se tome a la conducción del grupo de una manera “profesional”. Al fin y al cabo, somos vecinos compartiendo, no otra cosa. Los estándares de calidad están dados no tanto por el que “salgan las cosas tal cual lo planeado” sino por el hecho de que salgan como salgan, pero como producto del compartir grupal, sabiendo que todo está bien en ese caso cuando, además, se revisa luego, con ánimo de aprender, lo acontecido.
Ser ayudante a veces es más difícil que ser animador. Sobre todo, porque el ayudante no se nutre tanto del lugar a veces muy visible que tiene el coordinador y debe poner en juego la humildad. Ponerse a disposición del otro, estar atento a complementar los deseos del que está coordinando, señalar aspectos que el animador no está viendo, no para competir sino para ampliar la conciencia y la visión del compañero que coordina, ofrecer apoyo emocional al coordinador en los momentos difíciles, y a veces tener paciencia con la persona de ese animador que también tiene sus cosas a ser soportadas….o no.
Todo eso, y más aún implica el ser ayudante. Es un espacio en el que se aprende mucho, se ofrece mucho, se trabaja para el bien común sin las luces del estrellato, pero con el ánimo de pasarla bien ayudando, estando allí, con actitud de disponibilidad, en silencio, hablando, señalando o “haciendo el aguante” del que ha tomado el rol conductor a su cargo.
En estos últimos tiempos nos percatamos que muchos ayudantes no hablaban en las reuniones de animadores porque no querían perturbar el “discurso único” del coordinador al que ayudan. Allí vimos cuánto sufrimos aún la idea de que ayudar es dejar de ser. Propusimos que los ayudantes hablen y cuenten su experiencia porque ellos no son dueños del grupo, pero sí lo son de su experiencia. Y dicha vivencia personal vale, siendo de suma importancia para los grupos de animadores ya que ofrecen perspectivas nuevas y enriquecedoras. Seguiremos proponiendo a los ayudantes contar más, ofrecer más su vivencia como tales, para que se note que no son “menos” ni deben ser una réplica subvaluada del animador, sobre todo, porque son compañeros, vecinos, y lo que tengan para decir amplía la mirada sobre lo que ocurre en el grupo.
El vecino/ayudante de nuestro programa es una función de las más generosas. Como Sancho Panza, tan importante como el Quijote, el ayudante está allí, dispuesto.
Honor pues a la ayudantía pirovanense, función generosa que acompaña cada taller. En la sobriedad de su tarea está su valía, y saber ejercer dicha sobriedad, con ánimo dispuesto, es de esas cosas lindas que existen en este programa, otra más, modestia aparte, entre las muchas con las que contamos.

MIGUEL ESPECHE
Coordinador General

Editorial publicada en boletín de Noviembre 2010 (Escrito en Agosto 2008 Bol. Nº115)