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lunes, 18 de marzo de 2019
martes, 2 de octubre de 2018
EDITORIAL
EDITORIAL
LA SOLEDAD Y SUS FORMAS
Llegar a casa y escuchar
el silencio que indica que nadie, salvo nosotros, vive allí, se puede
experimentar de maneras diversas.
En ocasiones con alegría,
pues al fin llegamos a ese silencio reparador, el lugar en el cual estamos
tranquilos, lejos de tanta vorágine y exigencias.
El vaso, el florero, el libro, los platos
lavados o sin lavar y el control remoto de la televisión están donde los
dejamos, sin que nadie haya intervenido. Encontramos todo en donde estaba, no
hay que responder a nadie, hacemos pura y exclusivamente lo que queremos y
sentimos paz y sosiego.
En otras ocasiones, esa
misma circunstancia es vivida con tristeza, como un frío que acongoja y donde
se anhela a alguien que, aunque desordene nuestra vida traiga calor a ella.
Algunos dirán que una
soledad es “buena” y otra “mala”, y posiblemente tengan razón, aunque la
soledad en sí misma es lo que es, y lo bueno o no tan bueno de ella está en la
manera en cómo la experimentamos.
La soledad “buena” es
quizá, esa elegida una vez que hemos compartido nuestra vida, criado o no a
nuestros hijos, o después de habernos desarrollado profesionalmente con éxito y
sentimos que llega el tiempo del descanso, del sosiego y de la simplificación
de lo cotidiano.
La soledad “mala” es
quizá, esa que como un destino impuesto nos abruma en clave de nostalgia o
anhelo insatisfecho, donde las presencias que alguna vez llenaron nuestra vida
ya no están.
Cuando sentimos que tenemos
amor para dar, pero no sabemos cómo compartirlo podemos quedar encerrados con
el alma aislada en el silencio y la futilidad de una vida donde la energía no
circula.
En la ciudad los
edificios nos aíslan y la calle es de nadie, sobre todo, porque somos tantos
que tendemos a refugiarnos en nuestra guarida, echando cerrojo al corazón por
aquello de que la calle es peligrosa y estamos muy ocupados.
En los pueblos no es
fácil esconderse, está la plaza, el club, la red de comadres o el vecino que nos
saluda apenas salimos a la calle, si bien no es cuestión de idealizar esos pueblos,
las cosas allí se viven de otra manera, menos anónima, por cierto.
Los que saben suelen
hablar de la importancia de las redes de pertenencia que nos dan el contexto
para sentirnos lo más plenos posibles. La soledad “mala” es aquella que aparece
cuando perdemos esas redes, sean familiares, afectivas, sociales, culturales, o
las que se les ocurran.
Como decía antes, el
pecho duele de tanto amor para dar, pero no hay red que lo reciba. Y el deseo
de escuchar al otro, ofrecer lo que sabemos y recibir lo que sepamos recibir
nos hace recordar, aun con dolor, lo
humanos que somos.
Por eso cuando se rompen
redes y aparecen soledades, simultáneamente también se crean ámbitos para
reparar la herida. La comunidad se las ingenia a través de lo grupal, sea en el
ámbito social, religioso, cultural, político…lo que sea.
En ese contexto, está el
Programa de Salud Mental Barrial para ofrecer la opción de conversar, compartir
la abundancia de lo que cada uno es y tiene, entre-tenerse, y disfrutar el
entusiasmo de ser humano entre humanos.
No se trata de batallar
contra la soledad, sino de ayudar a vivirla como opción, no como maldición.
La soledad, gracias a las
redes que sabemos construir, no es un exilio, sino una situación. Siempre habrá
otros que sabrán recibirnos cuando llegamos a ellos con buena fe.
Y siempre habrá quien sepa valorar lo que
tenemos genuina y generosamente para ofrecer, sobre todo cuando queremos evitar
que aquello que abunda en nuestro corazón se marchite por causa del aislamiento
que nos atrapa, a veces casi sin que nos demos cuenta.
MIGUEL ESPECHE
Coordinador
General
domingo, 29 de julio de 2018
NUESTRAS RESERVAS FRENTE A LAS CRISIS
EDITORIAL
NUESTRAS
RESERVAS FRENTE A LAS CRISIS
El cuerpo tiene
reservas que se activan cuando son convocadas. Cuando hay hambre o sed, cuando
aparece una infección o peligro, se activan partes de nosotros mismos que
estaban allí, dormidas, esperando por las dudas… En nosotros está el alimento
acumulado, el líquido que hemos bebido, los anticuerpos que habitan nuestro
universo celular y que, a la hora de defendernos de un intruso que viene a
infectarnos, se apresta, como un soldado, a defender el territorio con recursos
poderosos.
El alma también tiene
esas reservas. Por ejemplo, contamos con
coraje cuando hay peligro, temple cuando las cosas se ponen feas,
humildad cuando hay que repechar una circunstancia que nos mostró nuestra
pequeñez, o paciencia, para las ocasiones en las que no es la épica sino el
“paso a paso” lo que se requiere para salir de la mala.
Lo antedicho apunta a
lo que está en nosotros, en el terreno de nuestra interioridad o, si se
prefiere, dentro de nuestra mente.
Sin embargo, existen
también otras reservas al momento de vérnosla con los dolores, los peligros,
las crisis, los dilemas o las confusiones que forman parte de nuestra vida.
Parte de esas reservas son los otros, es decir, aquellas personas que forman
parte de nuestro ecosistema emocional.
Parientes, amigos,
vecinos…con ellos contamos cuando nos agarra algún “tsunami”, o cuando alguna
encrucijada nos lastima u obnubila.
A veces ni siquiera
son personas que conocemos. En ese sentido, me suele conmover lo que pasa por
lo general cuando alguien se cae en la calle, o cuando un ciego debe cruzar un
semáforo que no puede ver. Si bien siempre habrá algún egoísta, por lo general
en esas ocasiones aparece gente que ayuda, que da una mano. Es un ejemplo
sencillo, casi obvio, pero sirve a modo de ejemplo de lo que quiero decir al
nombrar aquello con lo que contamos para los momentos de dificultad, sea eso
obvio o no para nuestra percepción.
Otra reserva con la
que contamos es nuestra historia. Podemos apelar a la evocación de nuestros los
logros como ejemplo ante los nuevos desafíos. También está la historia de
nuestra familia o de nuestro pueblo, que suman nociones que nos ayudan a sentir
que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos. Las tradiciones, por
ejemplo, tan vituperadas cuando salen
del mero pintoresquismo de danzas y trajes típicos, son una acumulación de
sabiduría que puede ayudarnos a la hora de decidir frente a lo que la vida nos
pone enfrente. Sin conciencia de que formamos parte de una tradición, o que lo
que los antepasados han acuñado no es todo “dinosaurismo”, nos vemos muy
débiles y perdemos sostén frente a las cosas de la vida, perdiendo solvencia y
calidad anímica.
Habitualmente evoco
aquella frase que le escuché a Jayme Barylko que decía que “el individuo es un
error antropológico”. No hace falta ser filósofo para valorar la importancia de
esta frase. Significa que esa idea de que somos seres aislados y separados de
nuestros prójimos o de la Tierra en la que vivimos, es un error que pagamos
caro. Somos en red, en comunión con los otros y con el Mundo, formamos parte de
algo que está más allá y más acá de nosotros.
Algunos pensadores
apuntan al concepto de “persona” en vez del de “individuo” ya que el primero
apunta a una concepción más profunda y generosa de nuestra identidad,
constituida en red con los otros y con el mundo en general.
En esa línea, hace
poco, para mi sorpresa, encontré en internet un discurso de Arnold
Schwarzenegger, el corpulento actor de “Terminator”. El hombre criticaba la
noción del “self made man”, es decir, el “hombre que se hace a sí mismo”, tan
elogiado en la Individuocracia norteamericana, pero tan dañino como irreal a la
hora de describir lo que somos. Enumeraba el gran Arnold en su discurso, a todos aquellos que lo
habían ayudado en el camino desde su Austria natal hasta Hollywood Eran
personas sin las cuales él no habría llegado nunca a donde llegó. Nunca pensé
que palabras dichas por ese actor y ex gobernador de California podrían
conmoverme pero…la vida trae sus sorpresas, si dudas.
Nuestras reservas son
los otros, y cuando nos quedamos solos, cuando nos aislamos de la red de
prójimos, o cuando perdemos aquellos sostenes en los que habíamos confiado,
estará siempre esa red de familia, vecinos, amigos, personas, que forman parte
de nuestra identidad y le dan riqueza a la misma.
Cuando en la crisis
del 2001 los ahorros fueron confiscados por los bancos, y los trabajos cayeron
en picada, estuvo la red de vecinos llamada Programa de Salud Mental Barrial
para acompañar, para cuidar, actuando como reserva frente a la dolorosa
circunstancia. Es un ejemplo de lo que significa saber que formamos parte de
una comunidad, no somos islas, somos red. El programa en aquellos días ayudó a
que no nos identificáramos con nuestra economía, recordando que hay un capital
inconfiscable: los humanos que nos acompañan en el camino de la vida, con los
cuales podemos contar en los malos momentos (y en los buenos también).
A veces, por propio
descuido, por las desgracias que suelen ocurrir o porque fuimos egoístas o
equivocamos el camino, quedamos solitarios y a la deriva, sin nadie con quien
compartir nuestro penar. Asimismo, en ocasiones, por esas mismas razones, nos
olvidamos de lo que valemos, de lo que podemos ayudar, de nuestra sabiduría
desconocida o dejada de lado.
Allí aparece la red
de talleres, que permiten recordar quienes somos, con qué contamos, cuáles son
nuestras fuerzas y virtudes, para atravesar los momentos duros. Somos la gran
familia de la comunidad que se acuerda que, para existir, debe ser solidaria y
organizada, pudiendo así activar nuestras potencias y nuestras reservas.
Cuando nos duele el
alma, el solo hecho de compartir con alguien significa un consuelo. Sin
embargo, algo pasa en nuestra cultura que ese compartir no se hace fácil, nos
aislamos, nos avergonzamos o creemos en aquello del “self made man” criticado
por el bueno de Arnold, el ahora amigo
de nuestro programa.
La red comunitaria
nos fortalece, nos ayuda, nos da perspectiva y ganas. Son cientos o miles de
pequeños milagros de amor, encarnados en conversaciones que se dan en los
talleres, así, como quien no quiere la cosa.
A veces nos olvidamos
de la maravilla del sencillo acompañarnos, el compartir la mesa de la emoción y
la idea. Pero esa posibilidad es nuestra reserva, nuestra red, nuestra
fortaleza compartida, sin la cual, sin dudas, poco seríamos, sobre todo, cuando
los tiempos se hacen difíciles y se hace duro vivir a la intemperie.
Miguel
Espeche
Coordinador General
domingo, 28 de abril de 2013
Próximo curso de Ingreso a la Animación
Quiero recordar a los compañeros del
Programa que el próximo curso de Ingreso se reunirá durante los meses de junio,
julio y agosto próximos, los días lunes de 15 a 16.30hs.
Para que lo difundan entre los
integrantes de sus talleres que puedan estar interesados en hacerlo y para los
que quieren volver a hacerlo.
Como siempre la inscripción será
durante todo el mes de mayo, en las Orientaciones.
Cordialmente. Virginia Pugnali
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