viernes, 14 de marzo de 2014

LEALTADES

Editorial
LEALTADES

La lealtad es un hondo y noble valor. Sin él navegaríamos en la desconfianza, sin anclas afectivas que nos permitan hacer una vida que se precie. Se trata de la existencia de  lazos que apuntan al bien recíproco de quienes participan del vínculo, el que es terciado, justamente, por esa buena intención.

Toda lealtad genuina  tiene, insisto,  al bien por intermediario. Al menos, eso ocurre en los casos en que el amor es lo que une y no el espanto. Un padre, por ejemplo,  es leal con su hijo cuando le marca la cancha, le indica cómo se juega el partido, las reglas del mismo. Es leal con ese chico cuando apunta a favorecer su crecimiento y desarrollo, no cuando solamente le cumple los caprichos. Por ejemplo, el padre no es leal cuando le agranda el arco porque el chico no patea bien, le enseña a transgredir con tal de ganar en la competencia o lo endiosa cebándole el ego como si fuera Messi, sin decirle qué es lo que debiera corregir para mejorar en su juego, por más que duelan sus palabras.

La lealtad se da entre dos personas o más, no entre una persona y otros que, más que personas, son sombras del primero. En tal sentido, la lealtad no es hacerse mero eco de alguien a quien el leal se somete a modo de objeto. Es que la lealtad, de hecho, se da entre gente potente, no entre el tirano y su sombra sumisa.

Valen estas reflexiones a la hora de compartir lo que es la lealtad dentro de nuestro programa. Es un tema habitual, muy enriquecedor  e interesante ya que nos enseña qué es lo que sirve para que las experiencias perduren y florezcan, y qué es lo que hace que, esas experiencias, puedan caerse sin más.

La sana lealtad no le puede hacer mal a nadie que juegue con honestidad su juego. En el Programa de Salud Mental Barrial pretendemos ser leales a un espíritu solidario, vecinal, entusiasta y honesto que se encarna en el orden que se propone, dentro del cual cada uno juega su juego.

Un ejemplo de ésto es lo que suele ocurrir con los talleres cuando se encapsulan y pierden su nexo de lealtad con el espíritu que da sentido a nuestro programa. En esos casos, los coordinadores que antes abrevaban en un programa que los legitimaba y ofrecía identidad como tales, se cortan solos y empiezan a necesitar del beneplácito de los miembros de base, algo que está muy bien, salvo cuando dicho beneplácito pasa a ser una suerte de soborno a través del cual se logra una “lealtad” que, a mi gusto, no es tal. En esos casos, aparece un “nosotros” (el grupo del caso) y un “ellos” (el conjunto del programa) antagónico, competitivo, mala onda, que hace aparecer un juego de lealtades contrarias en donde no las hay de verdad.

Claro, para entender de verdad lo antedicho hay que entender, como decíamos antes, que la lealtad  no es  un sometimiento que nos transforma en mera “cosa”. Por el contrario, el ser leal se nutre de la voluntad de abrevar  en valores comunitarios (de común-unión)  que nos hagan ser más nosotros mismos, no transformarnos en una persona diferente a la que somos.

El chupamedias, por ejemplo, no es leal, ya que está buscando acomodo, no salud. El coordinador leal, lo es en esencia consigo mismo y con todos esos valores que tiene dentro de sí, posiblemente acuñados a lo largo de años de vida, aprendidos de sus padres o seres queridos, valores que sintonizan con él, y a partir de los cuales puede, justamente,  sintonizar con aquellos que están en una frecuencia parecida.

 A modo de ejemplo de lo que se vive en relación a la lealtad dentro del programa, digamos que ha ocurrido que algunos coordinadores llevaron amigos personales a sus grupos para que participaran como miembros de base de los mismos. De repente, en ese grupo era menester decirle algo a ese amigo, de ese tipo de cosas algo duras, que se ven cuando uno está coordinando y que son más difíciles de percibir cuando se está en el llano, comiendo un asado o charlando en un café amistosamente. He visto ante ese tipo de situaciones dos tipos de actitud por parte del amigo/miembro de base. La primera,  descalificar el decir del amigo/coordinador, “ninguneándolo” porque ese amigo propio no es “nadie” como para decir lo que dice, descalificando el rol de animador y siendo de esa manera desleal con el espíritu del programa y, por añadidura, el espíritu de la amistad. En esos casos, suele ocurrir que el aludido sienta que la lealtad con el grupo (lealtad que hace que el coordinador diga lo que dice), es, a la vez, una deslealtad para con la amistad. Se vive así una noción mafiosa de lo que es la amistad: una asociación para encubrir defectos y bendecir manejos y cosas de ese orden. Un amigo leal, se diría, no “buchonea” los defectos, no abre el juego en ese sentido, pero…si fuera así, ¿para qué estar en un grupo donde el tema es abrir y no encubrir las cosas?

La segunda actitud que he visto en esos casos en los que hay un vínculo personal por fuera del grupo entre el animador y un miembro de base, es la de aceptar y respetar la voz del animador, teniéndola en cuenta, entendiendo que ser buen amigo en ese caso es ser buen compañero en el grupo, lo que significa dejar entrar la palabra del coordinador (o de cualquier miembro del grupo) para “dejarse habitar” por ella,  para así poder explorar si dicha palabra sirve o no, sin ponerse un impermeable en el alma, que impida un genuino intercambio. Es una lealtad profunda con la verdad de las cosas, con el espíritu de confianza, y con el grupo dentro del cual se está para jugar el juego grupal, no otro.

En el programa nos reunimos en nombre de la Salud y a ella le somos leales. Esa Salud nos ordena, nos ubica, nos permite la mayor honestidad posible, y nos saca de la idea facciosa de lo leal, para ubicarnos en el lugar de una lealtad  que habilita y abre, no que obtura y cierra.

A veces nos sale mejor, otras peor. Pero somos leales con esa valoración del espíritu comunitario. Es una lealtad que nos da referencia, que nos ubica cuando nos perdemos, y que nos hace respetar el buen orden que tiene toda experiencia colectiva en la que, ser buen y leal vecino, nos salva de quedar encarcelados en el ego, por ser leales solamente a nuestros caprichos.


                                                                                  MIGUEL ESPECHE

                                                                                  Coordinador General