lunes, 16 de enero de 2012

EL CUIDADO DE LOS TALLERES

Si bien seguramente hayan sido escritas editoriales y otros textos acerca de cómo se cuidan los talleres de nuestro programa, y figure también en la primera parte de nuestro boletín y la página web una exhaustiva descripción de nuestra ética y manera de cuidar los grupos en los que participamos, nunca está demás volver sobre el tema.

Como se sabe, el programa es, entre otras cosas, una red de talleres de ayuda mutua coordinados por vecinos organizados. Esa organización pivotea en el hospital y hace a la capacidad de toda población de promover su salud, en el amplio sentido de la palabra, de las maneras que crea más convenientes. En este caso, se trata de actividades vecinales con una organización y, sobre todo, una ética (valoración de las cosas) que permitió que a lo largo de más de 25 años hayan existido y continúen existiendo, innumerables grupos de ayuda mutua, con resultados lo suficientemente entusiasmantes como para que la cosa siga, de buena manera, hasta el día de hoy y, deseamos, por mucho tiempo más todavía.

La clave de todo, al menos en lo que a “mecánica” se refiere,  son los talleres en los cuales, los coordinadores de los grupos llamados “de base”, se reúnen cada semana. Son los llamados “talleres de coordinadores”, los que a su vez son coordinados por los miembros del Comité de Conducción (también llamado “Comité de Ética”).

En dichos talleres de coordinadores, a lo largo de los años, y gracias al descubrimiento de Carlos Campelo, el fundador del PSMB, se percibe con sorprendente transparencia la calidad personal de quienes coordinan nuestros grupos “de base”. Campelo descubrió que no hace falta poner cámaras ocultas en los grupos, enviar espías a los mismos, o hacer complejos tests de admisión a los coordinadores potenciales antes de  permitirles contar con un grupo. Él percibió que si alguien no cumple con venir a su grupo de coordinadores, no es buen compañero, no se integra, miente de manera perpetua, malversa confianzas, se ausenta sin aviso, no le importa lo que genera emocionalmente a sus compañeros, etc., difícilmente sea un coordinador que sea útil para  nuestro programa, por más que, en ocasiones, el taller específico por él coordinado sea agradable para quienes a él se dirigen.

A la corta o a la larga, se demuestra que, en la interacción de los grupos de coordinadores, se hace visible la calidad de vecino de cada uno de los participantes. Se sabe: sin ser “buen vecino” no se puede ser parte de la faz de coordinación de nuestro programa. Los demasiado egoístas, los camorreros, los ladrones, los malos, todos quedan desnudos en su intención al participar en algún taller de coordinadores. Tarde o temprano “muestran la hilacha” y es ese un filtro, entre otros, que tenemos para conocernos entre todos y, desde allí, saber cómo están nuestros talleres, sin tener que poner micrófonos ni nada del estilo.

A la vez, un elemento clave que también tiene nuestro programa a la hora del “control de calidad” de los talleres es el sentido común que, sabemos, es patrimonio de la población en general y de los participantes potentes de nuestros talleres en particular (recordemos que para nosotros, todos los habitantes de nuestro país, argentinos o no,  son “personas potentes”). Consideramos que la gente que se nos acerca no es tonta, o, si lo es, igual  sabe por dónde rumbear de acuerdo a su deseo e irá afinando la puntería de acuerdo a cómo vaya ponderando cada taller en el que participe.

En tal sentido, los vecinos saben cuidarse y, en ocasiones, nos ayudan señalando macanas que pueden ocurrir dentro de los talleres porque, por si no lo saben lo digo, acá todo es público y, por tal razón, en el corto o largo plazo, todo se termina sabiendo, tal como ocurre con los chismes de pueblo, con todo lo bueno y lo malo que eso implica (a mi gusto, más bueno que malo).

El “ad gaudium” (“por el gozo”) al que están obligados nuestros coordinadores es otro elemento a tener en cuenta a la hora de evaluar la calidad de un taller. Si no goza el coordinador su tarea, no debiera realizarla, siendo que incluimos en ese “gozo” a los dolores de crecimiento y a las fricciones que nos potencian como personas y como comunidad. Al decir “por el gozo”  no sólo nos referimos al placer sino más bien al entusiasmo.

 A quienes nunca participaron de una reunión de coordinadores de nuestro programa les digo: no imaginan cuánto se nota cuando un coordinador deja de estar entuasiasmado y gozoso en relación a su participación en los talleres o en el programa todo. Tenemos nuestra manera de percibir con rapidez el grado de ganas que tienen los coordinadores y, digámoslo, cuando hay ganas (amor por lo que se hace), se tiende a hacer las cosas bien, honestamente y de manera límpida y mayormente eficaz.

Son sólo algunos elementos que hacen a nuestro “control de calidad” en lo que a talleres se refiere. Nunca está demás recordarlo. La interacción humana nos va mostrando y demostrando cómo somos, qué queremos, qué amamos y qué no. Y el programa está hecho de interacciones, de vínculos, de relatos compartidos con los que creamos en conjunto una realidad a ser vivida y disfrutada.

Por eso los talleres, a la larga, son siempre buenos, más allá de las metidas de pata, las mezquindades, las zonceras y otros pecados humanos de los que participamos, a veces, con  entusiasmo, mal que nos pese. Es que a la luz de la comunidad, de la interacción pública, todo se ve, y lo iluminado por la mirada comunitaria tiende a encontrar su mejor forma. De eso podemos dar fe absoluta acá, en el Pirovano.





                                                                                             MIGUEL ESPECHE

                                                                                            Coordinador General