Editorial
UN
CACHITO DE MUNDO
Varios años
atrás, un vecino de apellido Maiuzzo, acuñó la expresión “un cachito de Utopía”
al describir nuestro Programa de Salud Mental Barrial.
Es verdad:
hay cosas que pasan dentro de los grupos que nos hacen percibir un área de
nuestra humanidad que no siempre es tan fácil de ver en el trajín cotidiano.
Me refiero a esos momentos en los que algo del
orden de lo sagrado es atisbado a través de gestos solidarios, de palabras que
se vuelcan para decir lo nunca antes dicho, de oídos y corazones que están
dispuestos a abrirse ante el sentir de los otros, situaciones que solamente
ocurren cuando el miedo queda de lado, al menos un rato, gracias al estilo de
encuentros que nuestro programa promueve.
Ese “cachito
de Utopía” sigue vigente hoy, y lo saben bien quienes transitan los talleres y
ven lo que puede hacer el vecindario cuando valora su capacidad y se ofrece en
la solidaridad del intercambio. La gente habla, se entrelaza, se ayuda, se
acompaña, se divierte, se enamora, y se apasiona, y también, encuentra fuerza y
crecimiento en los innumerables conflictos, chusmeríos, riesgos que
transparentan, también, parte de lo que somos.
Es que el
Programa es una parte del mundo organizada al “uso nostro”, pero que no deja de
ser mundo más allá de sus particularidades. Por eso me gusta pensar que eso tan
vital y lindo que vemos a diario en los talleres, es un saludable y fecundo
reflejo de lo que somos como sociedad, no un espacio de excepción, ajeno a lo
que somos más allá de los talleres.
Me gusta
pensarlo así, entendiendo que el Programa es simplemente una lámina en la que
podemos ver y vivir, con mayor claridad y cercanía, aspectos de nuestra vida comunitaria más
abarcativa. De hecho, creo que las virtudes que tenemos como comunidad abundan,
solo que no encuentran cauces confiables y organizados, y tampoco láminas que
las reflejen y hagan visibles con igual énfasis que las láminas que muestran
nuestras cotidianas pesadillas y bajezas.
El programa,
en ese sentido, no es solamente un
“cachito de Utopía” sino que es “un cachito de Mundo”. En tal sentido, es
importante entender que es un espacio representativo que se “disfraza” de
excepcional ya que, para el que sabe ver, las cosas que hacemos en él pasan,
también, en los barrios.
Veía hace un
rato un capítulo de un breve programa de TV llamado “Varieté”. Se trata de una
seguidilla de documentales de diversas situaciones comunitarias que van desde
una fiesta tradicional de algún pueblo a mostrar un día en la costanera porteña
con sus pescadores y observadores de aviones,
pasando por reuniones multitudinarias para bailar danzas folklóricas o
festejar la existencia del salame, además de otras situaciones similares en las
que la gente se reúne y disfruta en comunidad.
El programa de hoy, por ejemplo, refería
a semblanzas de hombres y mujeres que
realizan oficios en la localidad de Diamante, Entre Ríos, en donde los
pescadores, los afiladores, los panaderos, el sodero, eran filmados con
conmovedora intimidad, en interacción con la gente de su comunidad.
Al mirar como
se relacionaban, pensaba que hay redes humanas por todos lados, y que la
frescura de los vecinos sigue siendo más fuerte que las oscuridades de esos
mismos vecinos, que de alguna manera son un reflejo de todos nosotros.
Lo que pasa es que las noticias y nuestra
manera de relatar las cosas de la vida apuntan a la sordidez más que a este
tipo de situaciones vitales que vivimos cada día.
La excepción
de este documental al que refiero, que sintoniza a mi gusto de manera
maravillosa con la vitalidad de las personas y de las comunidades, no me impide decir que es muy difícil mostrar
que el mundo también, y sobre todo, es potencia, es ganas, es alegría y
capacidad para revertir dolores y abismos.
Pero quien
sepa ver, verá que en los talleres ocurren cosas que también ocurren en otros
lados, sólo que acá está más concentrado y con más fácil acceso. En esa
sintonía Carlos Campelo decía que a veces el objetivo de un programa como el
nuestro era el propiciar que alguien apagara la televisión y viniera a
compartirse con otros, en un lugar que tiene puertas de entrada algo más anchas
que otros espacios de nuestra vida social.
Es lindo
pensarlo así, y es verdadero, además. Por eso el mundo se nos muestra a través
de lo que hacemos en el Pirovano, y no es escaparnos de ese mundo lo que
buscamos en este espacio, sino, por el contrario, queremos encontrarnos con ese mundo en los
talleres, para luego saberlo también ver en nuestra vida de cada día.
MIGUEL
ESPECHE
Coordinador General