EDITORIAL
LA SALUD NO EXCLUYE
TEMAS
Creo que malentendemos las cosas cuando decimos que acá, en los grupos,
no hablamos de enfermedad o de cuestiones como la muerte o la desgracia, ya que
nos dedicamos a la salud y sólo a la salud.
Cuando hacemos eso, lo que logramos es banalizar esa salud que tanto
valoramos, circunscribiéndola a la
esfera del mero bienestar placentero, cuando, en realidad, la Salud, así con mayúsculas, es
mucho más que eso.
No creo que sea bueno excluir temas como los señalados. En todo caso lo
que deseamos es cuidar que en nuestro programa sea la Salud el eje de la
cuestión, entendiendo que lo saludable no es la ausencia de enfermedades o
sinsabores, sino que es la actitud que adoptamos ante esas circunstancias, sin
que quede inhibida la posibilidad de hablar de todo, sin excluir nada.
En todo caso, ordenamos esos temas según nuestra ética vecinal que
indica que nos definimos por nuestra potencia y no por nuestra carencia, y por
nuestra libertad frente a los acontecimientos de la vida, sin vernos como meros
objetos de dichas circunstancias. “Eso”
humano que agregamos a lo que nos pasa, es lo que nos hace personas, y
eso es, justamente, el campo al que llamamos Salud.
Desde luego, la irrupción de una enfermedad en nuestra vida, de una
situación dramática o la muerte de alguien querido, es algo que puede ser
arrasador. Frente a eso, hay un tiempo
para “barajar” el impacto, doblarse en dos del dolor, llorar, sufrir,
lamentarse, desesperarse….todo eso es lo que nos pasa ante esas cuestiones que
muestran nuestra finitud y fragilidad.
Dentro de ese tiempo posterior al impacto del dolor, la enfermedad, la
crisis o el problema, una de las alternativas que ofrecemos es la de venir a
los talleres para acompañarnos de los vecinos que participan en los grupos. Ya
el hecho de venir es un indicador de que aquel golpe no ha logrado destruir a
quien, frente a lo que le tocó en suerte, toma la actitud de ir al encuentro
con otros para seguir andando por la vida, sumando recursos a los que ya tiene.
Sin embargo, vale señalar que hay formas más potentes y productivas que
otras para compartir en los talleres lo
que hacemos con nuestras circunstancias de vida. Por ejemplo, todos sabemos lo
que genera en un grupo el que alguien “tome el micrófono” y nos cuente
minuciosamente su dolencia, su catástrofe, su penar, y delegue a esas
circunstancias el eje tanto del relato como de su vida. En esos casos, los
grupos se vacían emocionalmente, tanto
como se vacía el portavoz de dicha desgracia, no por la desgracia en sí, sino
por cómo la ubica en su discurso, el que deja afuera a todos los compañeros,
que se transforman en mera audiencia pasiva ante el decir de esa persona.
En sencillo: si alguien solamente comparte un diagnóstico médico o
psicológico, o, por ejemplo, cuenta una y mil veces un hecho feo que le haya
ocurrido, sin que le importe sus compañeros ni lo que frente a esa cuestión
puede hacer desde su potencia, se verá que el grupo al principio es solidario,
pero luego se agobia y harta. Esto no ocurre, insisto, por el hecho de hablar
de la enfermedad o lo que sea que aqueje a la persona en cuestión, sino que el
agobio surge como eco de un discurso despersonalizado y autista, es decir: un
discurso en el que la persona que nos cuenta su situación es menos importante
que la situación en sí.
Si alguien nos cuenta qué siente con su enfermedad y qué hace con ella,
nos conmoverá, enojará, alegrará o angustiará su relato, pero estaremos allí,
acompañando no a su enfermedad, sino a él o ella en su periplo de vida. Si en
cambio, alguien nos cuenta su enfermedad, dándole prioridad a su dolencia por
sobre su persona, quedándose solamente en diagnósticos, relatos médicos,
escondiendo su albedrío tras esas circunstancias y con una actitud general que
indique que es la enfermedad la protagonista y no él o ella, como decía antes,
seguramente el grupo, tras un primer momento de solidaridad, se vaciará
anímicamente. La experiencia indica que los grupos prosperan a fuerza de
personas que comparten lo que hacen, y no personas que describen cómo fuerzas
ajenas a ellas digitan su destino definitivo, sin que nada pueda agregarse a
ese aparente destino definitivo.
Hablemos en los talleres y sin censuras previas de lo que nos atraviesa,
y sobre todo, hablemos de cómo vivimos con eso que nos atraviesa. Si alguien se
enferma, pues que nos cuente de la cuestión, sin miedos ni falsas nociones de
salud. Porque sabemos que la enfermedad no impide la salud, pero también que la
salud no impide la enfermedad.
Sabiéndonos sanos aunque estemos pasando una enfermedad, sabiendo que
somos potentes aunque nos sintamos impotentes, sabiéndonos fuertes aunque nos
sintamos frágiles ante avatares de la existencia, podremos abrir los talleres para hablar de
todo sin temor y con confianza con los compañeros.
No hará falta excluir temáticas que son parte de la salud aunque se
vistan de dolor, miedo, angustia y oscuridad. Esas experiencias son también
parte de la vida y merecen tener su momento en los talleres, para que de ellas
aprendamos sobre la cantidad de recursos que tenemos, aunque lo olvidemos a
veces y sea el grupo el que nos recuerde todo de lo que somos capaces.
Como dijimos alguna vez, la salud y la enfermedad no son territorios
sino que son una forma de la mirada. Con una mirada saludable, que señale
nuestra potencia, no habrá temas que temer y todo, pero todo, podrá ser
conversado en la rueda de los talleres.
MIGUEL
ESPECHE
Coordinador General