lunes, 29 de septiembre de 2014
invitacion a un nuevo taller
-- Cuando estaba buscando el nombre del taller, por esa "sincronicidad"
que nos habla Felisa, comence a "ver" varios articulos de
diarios y mensajes en la radio que hablaban del mismo tema.
- De todos los caminos que se abrian a los (20) años, los que yo elegi fueron los mejores (?)
- Que otras alternativas tenia (?)
- - Que deseo (frustracion) guardo en mi interior por algo no realizado (?)
- - A mis actuales años (70) en este momento de mi vida, de esa "carpeta" de sueños o deseos incumplidos, que es lo que tengo "ganas de hacer (?).
-- Es una busqueda (interna) de mi historia de vida. Como muchos (hijos
de inmigrantes), el sueño de "mi hijo el doctor" fue cumplido por
mi,y la pregunta es cuanto hay de mi en esta decision de vida
-- Como siempre para mi caso, hay muchas preguntas y pocas respuestas,
que quiero compartir con Uds, vecinos "pirovanenses", todos los
martes a partir de las 18.30 hs en el Bar Fame (Av. Cabildo 2921) a partir del
21 de octubre
#- La idea es con otros , revisar esa "carpeta" de sueños y
ver para esta etapa de nuestra existencia , cuales pueden transformarse en una
realidad.
(animador carlos amorin del taller de felisa/viernes 14 hs)
lunes, 15 de septiembre de 2014
AL MAESTRO AGRADECIDOS
EDITORIAL
AL MAESTRO AGRADECIDOS
Por esas
casualidades, al iniciar estas líneas y tras escribir el título, me doy cuenta
de que justo lo hago en el día del
Maestro, siendo que “maestro” fue el título que orgullosamente ostentaba Carlos
Campelo, el fundador del Programa Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano,
de cuyo fallecimiento el día 15 de septiembre se cumplieron 17 años.
Queremos homenajearlo
en estas líneas, lo que significa revivir
de manera agradecida el valioso legado de alguien que hoy no está con
nosotros, pero que sentimos presente cada día. Carlos Campelo, aquel psicólogo
de planta del hospital, usó la ley y no
la transgresión como “revolucionaria” manera de promover la salud, generando
así una experiencia que sigue haciendo historia en nuestro país a la hora de
hablar de Salud Mental y de comunidad.
Siempre a la hora de
honrar su memoria es bueno tener presentes a quienes no lo conocieron. Muchos
coordinadores y vecinos que hoy transitan los talleres de nuestro programa no
conocieron a Campelo más que de mentas, o, (y ésta es la vía más valiosa) a
través de su obra. Por eso, desde su fallecimiento hemos evitado sobrevalorar
el hecho de haberlo conocido, siendo que lo esencial es valorar los principios
que le dieron corazón a la experiencia comunitaria y de salud que él propuso y
que hoy continúa viva. No apostamos tampoco al endiosamiento de su figura, y
eso es algo que repetimos en toda ocasión ya que considero que marca la
vitalidad actual de la red de grupos, dado que todos hemos asumido algo de la
grandeza de nuestro fundador sin que el ideal compitiera con nuestra realidad.
En lo personal, esta
manera de “entrañar” a Carlos Campelo me ayudó a no “acomplejarme” frente a su
indudable genialidad y sabiduría que,
con generosidad, Carlos
desparramaba mientras paseaba por los pasillos del hospital, compartiendo
palabras con tantos que se cruzaban por su camino, a quienes les daba siempre
alguna frase llena de energía, nunca un lugar común o una idea prefabricada.
El programa, a
instancias de Campelo, siempre utilizó la “metáfora del padre” a la hora de
hablar de sus cosas. El lugar del coordinador, por ejemplo, sirvió muchas veces
para que pensáramos en lo que significa
conducir con autoridad cualquier experiencia, ya que, por ejemplo, lo que nos ocurre al animar un grupo tiene muchas e
interesantes similitudes con lo que nos pasa en casa, con nuestros hijos.
Campelo es, en ese
sentido, el padre del programa. Es un padre “entrañado” como él solía decir, es
decir, un padre que se lleva dentro y forma parte de lo que somos, de nuestras
acciones, de nuestros acontecimientos. Y tan entrañado está que, aun quienes no
lo conocieron, sin casi saberlo están honrando su memoria al apelar a valores
que él ayudó a sembrar y cosechar en un ámbito comunitario.
Uno quisiera que los
propios hijos vivieran así nuestra partida: que nos entrañen, que les sirva lo
que con ellos compartimos para ejercer su libertad, su creatividad, su coraje….
Suele ser grato para
mí ver que, a la hora de escuchar los recuerdos de Campelo de boca de sus
compañeros antiguos, los “nuevos” disfrutan. Me da la impresión de que eso
indica que la evocación es viva, no melancólica ni parte de alguna ostentación
por parte de quienes tuvimos la suerte de conocerlo y tenerlo cerca.
En esos momentos en
los que emergen naturalmente los recuerdos, me doy cuenta que no nos vamos al
pasado, sino que traemos al presente aquello vivido y lo hacemos válido en el
hoy. Por eso los que no estuvieron allí suelen disfrutar y sentir que los relatos
no son una galería de viejas fotos llenas de polvo y melancolía, sino que
son escenas de cosas que hoy valen mucho
a modo de ejemplo, estímulo y referencia.
Personalmente mi
gratitud a Campelo es infinita y esencial. Fue quien me permitió percibir la
unión entre la acción y la inteligencia cuando me decía que no siempre hay que
“parar para pensar” sino que el hacer es, también, un pensar. Asimismo, al
hablar de grupos, de comunidad, de salud como potencia y no como carencia, me
sacó del exilio que muchas veces signa a quienes han abrazado una profesión y
se quedan enredados en un lenguaje ajeno al de su comunidad y una mirada
“tribunera” de la experiencia. Con Campelo aprendí que nada de lo humano me es
ajeno, y que compartir esa humanidad es salud en estado puro.
Tantas cosas…los
recuerdos aparecen de a muchos, demasiados para estas líneas. Y son todos
recuerdos que ofrecen y dan, no que quitan y saquean el presente. Porque la
vitalidad de Campelo contagiaba y aun contagia cuando lo evocamos. Sus ideas
son claras, sus emociones transparentes, y lo que sabía él lo daba, con ganas
de que entendiéramos, sin mezquindades ni
erudiciones narcisistas, con el arte de los buenos maestros.
Lo han llamado
ególatra, tirano, autoritario, charlatán, violento…, palabras que, él
diría, “algo de razón tendrían”. Él
compartía lo que era en el contexto de los grupos, que lo apasionaban. En ese
compartir, como nos pasa a todos los humanos en los grupos que funcionan desde
la generosidad, lo que parece malo se hace fecundo al transformarse en palabra
y abrazo. No era un hombre pasteurizado ni siempre amable, no era de esos que
pasan desapercibidos en las reuniones, no siempre era fácil, pero compartía
todo, y con esa energía compartida y honesta movía un universo entero.
Siempre lo digo: al
árbol se lo conoce por sus frutos. Y muchos creemos y sentimos que el fruto de
lo que Campelo propuso se ve en unos lindos talleres que, de manera numerosa y
potente, contagian salud por los pasillos y adyacencias del hospital Pirovano, y más lejos también.
Campelo ya tiene
plaza, tiene pos mortalidad (como él quería) y tiene el amor de quienes lo
evocamos. Argentina parió un Campelo, se gestó entre nosotros, creció acá, con
el mismo ADN que los que hoy estamos en este pago. Evocarlo y homenajearlo
también es honrar lo que somos, sobre todo, cuando el agobio toca a la puerta y
el descorazonamiento pide su tajada.
Agradecidos de
tenerlo de referente y de espejo, seguiremos caminando, generando más de ese
ADN anímico del bueno que nos anima. Acá estamos, contentos de vivir esta
experiencia, con Campelo entrañado y sabiendo que sus virtudes despiertan a las
nuestras, mientras seguimos el camino con ganas inagotables.
MIGUEL
ESPECHE
Coordinador
General
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