LA POLÍTICA EN “MODO TALLER”
El presente de nuestro país aparece teñido por la situación política, en medio de un tiempo electoral bastante peculiar.
Los talleres se hacen eco de ésta circunstancia, resonando con las diferentes perspectivas que se presentan en el panorama, al que hoy se le suma la cuestión electoral.
Si bien alguna vez se rumoreó que en los talleres no se podía hablar de política o religión, eso no es así, y queda claro que los temas se abordan aunque, eso sí, no de cualquier manera, si es que queremos que los talleres sean eso: talleres, y no escenarios de tirantez competitiva.
Sabemos por experiencia que los talleres se debilitan cuando se los confunde con un foro de polémica, dado que nos hemos dado cuenta que la polémica (palabra que viene de polemos dios de la guerra) vacía anímicamente los grupos, impidiendo aquello que nos gusta tanto: compartir, agrandar la conciencia, empatizar, sentir en sintonía, aprender, fraternizar.
Siendo que los talleres no son un ámbito de proselitismo partidario, es obvio que no propiciamos que se use el escenario de los grupos para juntar votos o para convencer a nadie, pero eso no significa que el programa sea ascéptico y pasteurizado a la hora de tocar el tema político. No atravesamos con éxito las tormentas de la política en nuestro programa porque evitemos el tema, sino porque lo vivimos de una manera especial: lo vivimos (y compartimos) en “modo taller”.
De hecho, la historia de nuestro programa se enorgullece de un tremendo taller que hizo muchos años atrás su fundador, Carlos Campelo, que se llamaba “Habrá más penas y habrá más olvidos”, en donde compartían hijas de generales el Ejército, ex detenidos desaparecidos, miembros del equipo de Antropología Forense, mezclados con otros vecinos sensibles al tema. Fue en ese taller en donde vi por única vez llorar a Campelo, siendo la intensidad emocional de lo vivido fruto del hecho de agarrar al toro por las astas, y no por pasteurizar las vivencias o los discursos. Se compartió desde las entrañas, no desde los formatos ideológicos despojados de la subjetividad de las personas que a ellos suscribían. Y es así que el taller salió tan bien, aprendimos tanto de aquello, que aun hoy lo evocamos.
Asimismo, en el 2002 hicimos otro taller, “Salud y potencia ciudadana”, en plena crisis y con la sangre que nos hervía. Vinieron como 300 personas durante varias jornadas, en las que compartimos todo lo que experimentábamos ante el quebranto que el país vivía en ese entonces. Fue una experiencia extraordinaria, y recuerdo nuestra emoción al terminar cada reunión cantando nuestro Himno Nacional.
Por eso digo que nuestro programa no le hace feo a lo político, y que es el “modo taller” lo que permite que las cosas se encaminen, sintonizando con el otro desde el corazón, ahondando en lo que se siente a la hora de expresar una idea (priorizando ese sentir más que la idea), teniendo curiosidad por lo que el otro dice en vez de buscar la manera de
defenestrar sus dichos, buscando lo que Juan Pablo ll llamó la “semilla de verdad” que habita en cualquier perspectiva ideológica que circule por el mundo.
Es así que hemos logrado estar “juntos aunque no estemos de acuerdo” y, digámoslo, hemos logrado querernos más allá de que, a la hora de los votos o las ideologías, las cosas sean aparentemente muy distintas y hasta antagónicas.
Mi opinión es que la beligerancia ocurre cuando ninguneamos el existir del otro y, en tal sentido, defenestramos su decir. El formato de los talleres nos cuida, lo que permite que, sin miedo, desmenucemos los sentimientos que habitan tras los dichos, y nos encarguemos de, en cada taller, generar salud vecinal. No se trata de arreglar el Mundo, no se trata de generar un mapa del Universo, no se trata de tomar el Poder. Se trata de habitar una hora y media con vecinos, tripulantes de un mismo barco, espejo de una parte de lo que somos, compañeros de ruta y, por esa causa, merecedores de nuestra curiosidad. Sin miedo, protegidos por el “modo taller” que nos “obliga” a fraternizar, podemos ahondar en significados y olvidarnos de esa pesadilla que es el tener que “ganar” en pulseadas dialécticas que nos desangran y desgastan.
Así las cosas, la política se honra en una escala no competitiva y no polemizadora. Se honra sí en el contexto de las personas, las que, se sabe, son más importantes que las ideas, sobre todo, aquellas ideas pre diseñadas.
Como siempre decimos, la Verdad es grande, muy grande. Lo es a tal punto que es imposible que uno solo la abarque toda. Por eso, ponemos a la mesa del taller la parte que sí podemos percibir, y la compartimos con la parte que los otros ponen también desde su lugar. Así, armamos el rompecabezas, siendo que cada pieza es amiga de la otra, y no su competidora.
A veces cuesta, sobre todo, cuando no podemos creer que el otro piense lo que piensa, o cuando ese mismo compañero que minutos antes veíamos con afecto, dice cosas que encontramos aniquilantes o escandalosas, y nos dejamos tentar por el juego de las refutaciones seriales, que van escalando hasta que, de repente, vemos que estamos vacíos, enojados, con ganas de pelear para erradicar aquello que creemos nos produce tamaño enojo.
Ahí viene el “juntos aunque no estemos de acuerdo”, ahí aparece la ética vecinal de nuestro programa, ahí aparece el elemento anímico que nos rescata, el parar para respirar, lograr nueva perspectiva, y…convivir, aprendiendo lo más posible, en un marco en el que el objetivo no es ganar, sino compartir.
Y funciona…, y es lindo, y nos permite atravesar, con mucho menos desgaste y desazón que otras maneras más beligerantes de intercambio, los tiempos de intensidad política que, como éste que hoy nos toca a días del Ballotage, forman parte del Barrio, y nos permiten crecer, habitando con gozo nuestro “cachito de Utopía” de cada día, sin temerle a nada, porque estamos juntos.
Miguel Espeche
Coordinador General