La Salud no es un producto. No se vende, no se compra, no se trafica según los estilos tan propios del Mercado.
La Salud es una mirada, un enfoque, una posibilidad de encontrarse con la vida y sus circunstancias y, asimismo, una manera de desentrañar las verdades que sostienen esas circunstancias.
La Salud no es un territorio. No responde a una geografía delimitada. La Salud es la perspectiva que ofrece sentido a todo lo que es humano, es la conciencia ampliada, desplegada, afianzada en la naturaleza de lo que somos: seres de comunidad.
La Salud es, como nos enseñó Campelo, superior, en términos ontológicos, a la enfermedad. Esta última es un accidente, o, si se prefiere, es una forma, también, de nombrar o de mirar lo que es, pero no es lo que es (si se entiende lo que quiero decir).
Debilitada nuestras capacidades inherentes el creer que debemos “adquirir” Salud en algún mercado. Fortalece esas capacidades inherentes el hecho de saber que somos los generadores, los hacedores de la Salud.
Esta generación de Salud, que tanto que ver tiene con nuestra Libertad, la hacemos con otros, vecinos nuestros en este viaje por la vida.
El trabajo existencial de vivir nuestra vida en términos saludables no tiene, como decía antes, lugares específicos. No hay “zonas” de Salud y otras de enfermedad. Recuerdo la interpretación de Campelo a una foto de un chico de Somalia, flaco como se me ocurre sólo un somalí puede estar, que se bañaba usando para eso un jarrito.
Los diarios hablaban de miseria y hambre. Mis ojos también se centraban en el drama del chiquito hambreado como tantos otros de su pueblo. Sólo Carlos supo decir que ese chico estaba bañándose y que, si mirábamos bien, su rostro esbozaba algo así como una sonrisa. Solo Campelo vio con ojos de Salud la dignidad y fortaleza de ese muchachito que tanto nos podía enseñar de Salud Mental a nosotros, los que no sabemos a veces que hacer con nuestros rollitos de sobrealimentados.
No tengo dudas y reitero, la Salud no conoce geografías ni espacios que le sean vedados, sólo tenemos que tomarnos el tiempo de aprender a verla en cada circunstancia vital siempre que, claro está, realmente queramos encontrarla.
El laburo de generar nuestra Salud lo hacemos de muchas maneras. Lo hacemos con el médico cuando vamos a él a compartir la ceremonia sanadora dentro del consultorio. Lo hacemos también con el enfermero que nos coloca la venda en la herida; lo hacemos con el kinesiólogo que nos ayuda en la rehabilitación del músculo débil; lo hacemos con el psicólogo cuando nos entregamos al viaje hacia nuestras profundidades y alturas y, fundamentalmente, lo hacemos con el señor o la señora que vive cerca nuestro, con el habitante del Gran Barrio, con quien tenemos contacto sea para comprar un kilo de tomates o para, en un taller, compartir con él el mas profundo y abismal de nuestros dolores.
Es por eso que, cuando se acerca a nuestro Programa alguien con un diagnostico determinado, nosotros respetuosamente le decimos que nos debemos a la legislación vigente y que, por esa causa, obligatoriamente debemos ver su avatar vital desde la mirada saludable. No nos queda alternativa, por suerte y por convicción. No podemos más que verla como persona con una dimensión sana con la que queremos tomar contacto de manera orgánica y programada, además de, claro está, genuinamente solidaria.
Cuando una señora que se proclama depresiva nos comentaba, en plena reunión de orientación, que le era imposible cualquier acción autónoma (allí al lado, cual stopper futbolero, estaba su hermana para corroborar su decir), debimos, por lo dicho mas arriba, apelar a sus piernas. A ellas le hablé ya que obviamente no había sido traída a “upa” y el resquicio de libertad que percibimos en ella estaban en el uso que había realizado de sus miembros inferiores, a los que dirigió hacia nuestro Programa. En todo el resto, ella se presentaba como objeto inerte, inanimado, predicado de un cuadro psicopatológico imposibilitante de toda acción. Y bué... era libre de decir y creer lo que quisiera (una libertad saludable, por cierto), pero sus piernas decían otra cosa.
La pícara se rió cuando a esas piernas nos dirigimos para ofrecerle talleres varios (gimnasia expresiva, por ejemplo) otra vez, al ver su sonrisa, recordé aquello de “la enfermedad no impide la Salud”. ¿Podríamos decir que la Salud (la Vida) es la que posibilita la enfermedad?. Cada día creo más que sí.
Creo, así mismo, que aliviará a los profesionales de la batalla contra la enfermedad y a vecinos-panaderos, contadores, plomeros etc. (psicólogos en uso de su vecindad inclusive), saber que en el PSMB lo que se hace es mirar desde la Salud y no otra cosa.
Aliviará a los primeros porque el reino de las operaciones profesionales en este rubro sigue, como debe ser, en sus (para tal fin) habilitadas manos. A los segundos, es decir, a aquellos dentro de la categoría propia de los coordinadores del Programa, aliviará saber que por más cuadro clínico que pueda deducirse de la conducta de alguien dentro del PSMB, la mirada posible para con ellos es, sin embargo, la de la Salud, lo que inhibe al vecino- coordinador de toda responsabilidad que no sea la de cualquier ciudadano frente a otro en una situación no profesional ni comercial, “sólo” vital (esto, claro está, además de lo atinente a la responsabilidad como coordinador de hacer cumplir la normativa del Programa).
Tener las cosas claras propicia lo saludable. Permite el despliegue de la acción, el despliegue de lo que somos en términos de acto y no tanto de rótulos paralizantes. Ese acto, solidario y acompañado de la conciencia ampliada que son los otros, nuestros prójimos, es generador de Salud, es generador de vida. Nosotros nos organizamos para eso, lo demás se da por añadidura.
Miguel Espeche
Pulicado en boletín de diciembre 2009. (reedición del publicado en Julio 1998 -Bol. 39 y 51)
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