sábado, 2 de abril de 2011

EL FUEGUITO

Hay tiempos para grandes fuegos y otros para pequeñas brasitas que aguanten toda la noche. Hay momentos de llamarada luminosa y otros para la llamita del piloto que posibilita que, cuando cambie la cosa, vuelva a haber un fuego intenso si ese es el deseo.
Así en la vida como en los grupos. Digamos que hay talleres con lenguas de fuego que se ven desde lejos y otros que tienen una pequeña llamita que es cuidada con amor por el animador, el que sabe que, sin ella, el grupo entra en el terreno del frío que todo lo aprieta.
Es más importante la llamita que las lenguas de fuego que, ostentosas, parecen ser eternas, aunque no, no lo son, sobre todo cuando surgen de un material volátil de rápida extinción.

Valoramos el fuego grande, pero en el programa cuidamos más las llamitas o, si se prefiere, las brasitas que duran largo rato, posibilitando así que se atraviese la noche con esa calidez imprescindible, aunque humilde, que hace que, cuando los tiempos son fríos y difíciles, la continuidad de la vida se asegure más allá de que no hay deslumbramiento.
Lo que marca la fuerza de la llama es el material desde el cual emerge. El papel, por ejemplo, engaña porque genera una llamarada falluta que en poco rato se esfuma sin dejar más que unas cenizas que se elevan hacia la nada. La madera, en cambio, viene mejor si se desea alguna perduración, más allá de que cuesta más encenderla y no siempre su llama es tan fácil como la del papel.

En los grupos nosotros gustamos de los animadores de buena madera porque son los que están allí, en el territorio de la confianza. Ellos encuentran en la intimidad de la experiencia el valor de su reunión, más allá de las estadísticas numéricas acerca de cantidad de participantes y de los elogios respecto de su gestión “técnica” que, sabemos, son pan para hoy y hambre para mañana, si no están relacionados también a la trama del grupo y solo se quedan en el encandilamiento que el “papel” del coordinador puede ejercer a cuenta de su carisma individual.
De nuevo: el carisma de los coordinadores es más que bienvenido, pero la red grupal le da sentido a ese carisma que, sin la misma, sería (como hemos dicho muchas veces) como una flor lindísima....en el florero, es decir: una flor sin raíz y pronta a marchitarse.

La intimidad de la experiencia es el fueguito. Es la que habita en el corazón del coordinador y que se conecta con su red de referencia que es el Programa. Esa intimidad cálida es también la que da la bienvenida a los vecinos que se acercan con su antorcha a encender su propio fuego a partir de aquel que el grupo ofrece, para irlo llevando aquí y allá, para bien de la salud de toda la comunidad.
El fueguito es el que no nos falla. De él surgirá el calor del amor comunitario reflejado en nuestro programa, el que derrite la dureza del corazón y el frío de tantos desencuentros que, según nos cuentan los noticieros, abundan.

Por eso cuidamos nuestros fueguitos, tanto en talleres como en el programa mismo en su conjunto: para que esa llamita mantenga viva la conciencia de lo mejor de nuestra comunidad. Aquella nobleza de nuestro “gran taller”, el humano, que parece ocultarse a nuestra mirada cuando olvidamos que hay fuegos inextinguibles y que los mismos están, sin dudas, en el corazón de las personas y de las comunidades que no se rinden frente al frío del miedo y la desazón.

                                                                                   MIGUEL ESPECHE
                                                                                    Coordinador General
Publicado en boletín Nro 135 (Marzo-Abril 2011)

1 comentario:

Unknown dijo...

Miguel, me encantó el editorial.
Notas así avivan el fueguito.
Maria Emilia Holmberg