El taller nació de los acontecimientos de nuestros propios nidos y una vez que fue autorizado, dos mesas y ocho sillas quedaron a la espera de los talleristas. Así se fueron ocupando y comenzaron las conversaciones que giraron sobre el tema.
Si la vivencia es lo vivido, la experiencia aporta lo que hacemos con lo vivido. De este modo pensamos en el vacío, no como cero, no como falta, sino como posibilidad de entrar en contacto con este momento de la vida, con el paso del tiempo, los cambios del cuerpo, la sexualidad, la soledad, las asignaturas pendientes. De mirarnos y escucharnos en la intimidad de nuestra pareja.
En cuanto a nuestros compañeros del taller, cada encuentro toma la forma de una celebración, porque celebramos cada una de las historias que nos traen.
Jorge, apreciado por su síntesis varonil, relata la separación con su mujer y también con sus hijas, él se quedó solo en la casa, cuyas paredes vieron y escucharon el inicio y el distanciamiento de la Familia.
Clyde, con su sabiduría, con sus ganas, con la juventud de su alma, se trae con generosidad y compromiso.
Haydee, con su capacidad de escuchar y reflexionar, nos trae también su manera de ser madre y abuela.
Olga, Silvia y Mirta, compañeras potentes, promueven con aires renovados el taller, cuando compartimos su presencia.
Otros, como Norma, Rina, Oscar y algunos más, pasajeros inconstantes en el trabajo de conocerse a sí mismo, nos dejan un sentimiento de respeto por los tiempos singulares.
Y así, se van sucediendo diferentes relatos de nidos que dan cuenta de lo vivido por otros y que escuchados por el grupo, dejan a su paso estelas de sentimientos y pensamientos.
De este modo, en una síntesis de lo compartido, privilegiamos que el nido vacío se trata de LA PAREJA y SU SEXUALIDAD, más que de los hijos que ya crecieron y emprendieron la búsqueda de su propio camino.
Ayudante : Monica Peró
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