Todo pasa y todo queda. Eso dicen el poema y la canción. Y es verdad.
Por eso, quería comentar aquí algo sobre los pasantes, esos estudiantes de universidades e instituciones, que
“pasan” por el programa y dejan lo suyo, llevándose a su vez aquello que
tenemos nosotros para ofrecerles.
En realidad, si bien siempre nuestro espacio ha sido campo para que
vecinos-estudiantes vinieran para capitalizar su experiencia como usuarios del
programa, para crecer también en el rol profesional, en los últimos tiempos
hemos sido visitados de manera muy interesante por estudiantes de la
Universidad de Morón que, a escala antes
nunca vista, dejaron un agradable sabor
a través de su travesía por los talleres.
¿A qué se debe esto? No lo sabemos bien, si bien sospechamos una previa
preparación muy interesante por parte de la cátedra (complementada luego por
nuestro “taller de los pasantes” coordinado por Silvia Vanella) que, sumado seguramente a la calidad personal de
los involucrados, facilitó a los chicos
y chicas, que venían para cumplir con un requisito académico, el poder
comprender y, luego, poner en práctica
noción de que la participación en los talleres sería (y de hecho, fue)
un espacio en el cual ellos se encontrarían consigo mismos, y no solo con esos
“otros” medio raros que van a grupos a los cuales se estudia a modo de monos en
el zoológico.
El respeto, el compromiso y la vitalidad fresca de esos estudiantes fue
algo que nos llamó la atención. Hasta cuando metieron la pata los pasantes
ofrecieron pedazos de alma a partir de los cuales los grupos en los que
estuvieron se vieron enriquecidos. Eso se percibía en los comentarios que en el
Comité de Conducción recibíamos a diario, con gratitud por la calidad humana de
las intervenciones de esos futuros psicólogos que, a diferencia de pasadas y
desagradables experiencias, no venían a mirarnos como bichos raros, a los que
luego se criticaba de mala manera desde paradigmas impertinentes a la hora de
evaluar una movida vecinal de Salud Mental comunitaria.
Desde siempre decimos que a los talleres vienen vecinos, un título del que nadie puede escaparse ya que todos somos
vecinos de alguien y ese es un destino inexorable desde el cual empezamos a
hacer nuestra historia. Por eso somos refractarios a las observaciones en las
que los observadores no se reconocen como parte de aquello observado.
Existen talleres cuyos coordinadores no aceptan pasantes, quizás porque
les complica la vida el verse al servicio de un paradigma diferente al barrial
y comunitario. Eso corre para los casos en los que los pasantes miran detrás
del vidrio lo que ocurre en el grupo, sin darse cuenta que en ese grupo no solamente
ocurre “eso” que ellos miran, sino que también ocurre que algunos vecinos
(ellos) eligen mirar al prójimo desde un lugar distante que, sin embargo, no
deja de mostrar quienes son y qué actitud tienen.
Todo esto que digo, sin embargo, no fue lo que ocurrió con los pasantes
que últimamente vinieron por acá.
Sí ocurrió que alguno no se quedó a alguna autogestión porque nadie le
firmaría el papelito que acreditaba su participación en el grupo (los
coordinadores eran los habilitados a firmar la asistencia de los estudiantes).
Recordemos que las autogestiones son la forma que adoptan los talleres cuando
los coordinadores o ayudantes se ausentan y son tan talleres como los que están
físicamente coordinados por los animadores.
El choque entre lo burocrático y
lo vivencial fue fuerte en la escena que paso a relatar. Ante la ausencia de los coordinadores,
suplida por una autogestión, en cierta ocasión
los estudiantes partieron, papelito en mano, hacia otro grupo que
contara con un “firmador” autorizado. Llegaron tarde al taller de “Ensamble de
Familias”, y acomodaron las sillas para entrar, hasta que el coordinador les
dijo que era demasiado tarde para incorporarse. Allí explicaron que habían ido
a aquel otro taller cuyo coordinador se había ausentado. “Se hubieran quedado
en la autogestión” les dijo Claudio, el coordinador de “Ensamble…”. La
respuesta al comentario fue “¿y quién nos firma el papelito?”, respuesta que
motivó, sin demasiado trámite, que no fuera autorizada la participación ese día
de los estudiantes ya que Claudio consideró que no: demorados y por causas lejanas al interés por
el grupo en sí, no iba a aceptar la participación de esos estudiantes por
macanudos que fueran.
Escenas como estas, pero en general en clave menos conflictivas y plenas
de entrega emocional y buena onda,
fueron de gran enriquecimiento en los talleres. Tanto es así que surgió
el deseo de escribir acerca de esto, con gratitud y con ánimo alegre por sentir
que hay valores que están marcados en la forma de ser de los jóvenes que se
arriman a la tarea de potenciar la salud anímica desde un rol profesional, rol
que se nutre con el compromiso personal .
Frescura, alegría, horizonte y buena compañía durante el cuatrimestre y,
quizás, algo más de tiempo, ( porque los rumores dicen que varios de esos
estudiantes seguirán por acá, no para firmar papelitos, sino porque se
contagiaron del Ad Gaudium” -por el gozo- que revolotea por nuestros
talleres) alimentaron las ganas nuestras
de cada día.
Todo pasa y todo queda. Y lo que quedó de la visita de los pasantes vale
un editorial de nuestro boletín, y un brindis agradecido por la buena onda.
MIGUEL
ESPECHE
Coordinador
General