En nuestro
programa damos mucha importancia al rol que ocupa y juega cada uno de los que
participan en la red de talleres.
Lo hemos
dicho muchas veces y es motivo de cotidianas charlas en los diferentes grupos:
nos parece importante que el coordinador coordine, el ayudante ayude, que el
usuario use en clave vecinal los talleres…cada uno en su lugar, atendiendo su
juego, para jugar un juego conjunto y
más abarcativo que nos parece muy interesante y grato.
Cada lugar
tiene la respetabilidad inherente a la condición humana y comunitaria de los
que comparten la fiesta pirovanense. No hay superiores ni inferiores, pero sí
los hay diferentes: personas que marcan, a través de su función, el lugar que
les corresponde en la sinfonía.
En relación
a lo antedicho, quisiera comentar que mirando las ofertas de cursos que existen
en nuestra ciudad de Buenos Aires, percibí la innumerable cantidad de los que
apuntan al tema del Liderazgo, así, con mayúsculas. Liderazgo de esto,
liderazgo de aquello…todos los cursos apuntan a ser caciques, sin que parezca
demasiado prestigiado el rol de indio, ya que no ví ningún curso ni libro
acerca del arte de obedecer, de seguir, de aceptar el rol de subordinación, de
ayudantía…., nada de nada, al punto que, en realidad, me da la impresión que
los roles mencionados, que no son referidos al del liderazgo, son sinónimos de
algo feo, servil, bajo, tonto, obsecuente, perdedor, etc.
Alguna vez
me impresionó que Carlos Campelo trajera a modo de ejemplo para la tarea de nuestros
talleres aquella frase que aparecía en el Poema del Mio Cid que decía “Qué buen
vasallo sería si tuviera buen señor”. Me impresionó aquel relato que traía
Campelo porque poco y nada se han
valorado roles que no sean los de “jefe”
de algo, como si “ontológicamente” fuera superior ser jefe que, por ejemplo,
subalterno o, como decimos en los talleres, como si ser cacique diera una
categoría esencialmente superior a quien cumple ese rol, que a quien es “indio”
y cumple con otro rol, igualmente respetable, dentro de un grupo determinado.
Es en el Programa nuestro que he visto
elaborar de la más profunda manera el rol de aquel que no manda, pero no por
ello se torna objeto inerte de la voluntad ajena, sino, por el contrario, honra
profundamente su propia voluntad desde
el lugar que ocupa y en el que profundiza, sin anhelar el lugar del otro.
Perseverar en el rol que toque, sea de cacique o de indio, nos hace crecer y
encontrar recursos que no son los de desear usurpar el lugar ajeno sino
enaltecer el propio, para que nuestro deseo sea parte de la función.
En
diferentes ámbitos se tornaron insultantes algunos adjetivos que, de por sí, no
son ofensivos ni mucho menos. Vuelvo al tema del Cid Campeador, que siendo
“vasallo” de un rey, y sin jamás pelearse contra ese lugar que deseaba ocupar,
desde hace siglos sigue siendo valorado como mito fundacional de la cultura
hispana.
Ser
“obediente”, por ejemplo, para muchos es sinónimo de ser “obsecuente”, lo que
da por tierra la capacidad humana de obedecer, es decir, desvirtúa esa
capacidad al verla como servil o claudicante en sí misma, lo que nos permite
entender muchos de los problemas de organización que tenemos en Argentina.
Por eso,
para nosotros no se trata de decir “cuando sea grande voy a ser coordinador,
pero ahora me contento con ser ayudante”, sino que consideramos de igual
importancia y jerarquía ambos roles, si bien sus atribuciones son diferentes.
Por esa
causa tenemos, por ejemplo, talleres en
los que el coordinador y uno de los usuarios invierten roles en otro grupo.
Como se entiende que se trata de cumplir funciones y no de ser uno “superior”
al otro, esto se puede desplegar y, de hecho, se despliega, sin que existan
mayores problemas.
Con la
dolorosa y desvirtuada noción de poder que generalmente tenemos, es entendible
que todos crean que ser jefe es algo bueno, y
que no ser jefe es algo malo. En realidad, ambas cosas son buenas en
esencia, aunque, como todo en la vida, se puede desnaturalizar y pervertir la
función: tanto la de jefe como la de subordinado. No es la función, sino su mal
uso lo que hace que sea “mala” la cosa.
Coordinar
un grupo no es manipular un grupo, sino conducirlo, ofrecerle ritmo, eje,
orden, referencia, enlace con el programa, nombre….No se trata de tener
“personal a cargo” sino de poner las velas bien puestas y el timón bien
rumbeado para aprovechar los vientos que trae la energía de los vecinos
concurrentes. No se domina, se coordina, un grupo y, además, se lo anima.
En éste
último sentido, la animación (el “ponerle alma” al asunto) es la parte
intangible del rol de quien genera y comparte un taller desde su lugar de
conducción. Ponerle alma al taller es tener contacto con la propia, y no es muy
recomendable suscribir una idea de “dominio” (en el sentido de “cosificar” al
otro) si es el entusiasmo lo que se desea compartir en el grupo en cuestión.
Recordemos que, sin entusiasmo, los vecinos se van, y es bastante perspicaz la
gente a la hora de percibir quién la respeta y quién la ve solamente como
público a ser manipulado.
Creo que
alguna vez he hecho mención a la ocasión en la que me dijeron algo así como
“Llevá a tu gente a tal lugar”, con ánimo a hacer algún tipo de movilización.
Yo siempre he respondido: “no soy un general, que manda tropa a cumplir una
orden, independientemente de la voluntad de esa tropa. Soy un coordinador de
voluntades, no un manejador –y menos- un generador de voluntades”. Es que el
coordinador puede influír pero no generar los actos y deseos de los que asisten
a su taller y se subordinan a su autoridad dentro del accionar del grupo. De
hecho, la autoridad del coordinador refiere a su práctica y al orden fáctico
dentro del taller, pero no avanza sobre el sentir de sus coordinados. Por eso,
no se “lleva” gente a ningún lado, sino que se comparte con ellos en los
talleres, organizando, vivenciando, sintiendo, deseando, todos juntos, y desde
el lugar de cada uno, en clave de solidaridad.
Mucho hay y
habrá para decir sobre estas cuestiones. Pero lo mejor es ir directamente a los
talleres a vivirlas en carne propia, aprendiendo que el propio lugar es el que
está bajo nuestros pies, ya que es desde allí que emprendemos el camino,
siendo, entonces, el punto del poder que tenemos para ir avanzando.
Jugando
desde nuestro rol de líderes o subordinados, acá en el programa todos somos
potentes. Lo somos porque vamos creando nuestro propio lugar sin propiciar
envidias ni confusiones respecto a las diferentes funciones. Lo hacemos
desplegando nuestro juego, para crecer en un
bienestar que es solamente posible cuando amamos lo que hacemos junto a
los vecinos que nos acompañan en el camino.
MIGUEL
ESPECHE
Coordinador General PSMB
4 comentarios:
Todos los que formamos parte del Programa y lo queremos, sabemos el rol que cumple cada uno... y sabemos el rol importantísimo que cumple Miguel en él... tan importante como el que cumple cada vecino que participa! Estoy segura de que el verdadero "Espíritu de Campelo" esta muy contento con el desarrollo que ha tenido el Programa hasta acá!
mmmmmmm......el espirutu de Campelo jajjajaj tenemos espiritismo tambien. Este es un programa con mucha diversidad jajjaja
Yo lo unico que puedo dar testimono de Campelo vivito es cuando eligio a Espeche para continuar su obra, ese fue su deseo y me siento feliz de su eleccion y asi acompaño a dos grandes hombres que la vida me puso en el camino. Tambien recuerdo cuando el maestro Campelo decia algo asi de no caer en eso de pensar que alguien es enfermo o hijo de puta que se puede ser las dos cosas al mismo tiempo.No se porque me acorde de esto ahora. Bueno esto es un programa de salud mental barrial no ? buen 2013 para todos los vecinos , mucho amor y armonia . Seguimos participando !!!! Claudia Florido
El espiritu del Programa es el honrar el lugar que cada uno elige ocupar en la vida....esa fue la idea de su fundador y sigue siendo para nostros luego de casi 30 años. Estoy feliz de pertenecer a este grupo de gente y les deseo a todos que tengan un buen año 2013 y que sigamos compartiendo juntos esta vocacion por lo barrial, la salud y lo público. Emilia Holmberg
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