Editorial
EL CAMINO DE LOS SENTIMIENTOS
EN EL PIROVANO
Llegamos al programa habitados por
sentimientos. Irradian, nos “salen de adentro”, tiñen nuestro
pensamiento, se vislumbran en nuestros gestos, nuestras miradas, y, también, se
notan en el tono de voz con el que nos dirigimos a los demás.
Tristeza, angustia, rabia, rencor, afecto que desborda y quiere ser
compartido…el programa abre los brazos y recibe todo eso que habita en el
corazón de los vecinos que se acercan. Ellos, los que vienen y se suman a la
fiesta, lo hacen con ánimo de poner a
circular lo que les pasa en el terreno
de las emociones, las que muchas veces atoran el pecho cuando no son
compartidas, ya que han sido hechas para circular, como lo hace el agua para encontrar su máxima
pureza.
Las emociones no merecen ser “descargadas” ya que no son deshechos que
se excretan, sino que son a la vez raíz y frutos de la pura experiencia. En
realidad, los sentimientos no cambian sino que evolucionan, sobre todo, cuando
se comparten.
Al tener nuestro programa la premisa de “perseverar en el ser”, es
decir, no pretender cambiar a la persona sino ayudarlas a ser “más ella misma”,
incorpora la noción de que la cuestión no es la de maldecir algunos
sentimientos, intentar amputarlos cirugía mediante, sino que se trata, en todo
caso, de ver cómo ese sentir se transforma, al llegar a su esencia a través del
intercambio.
Como decíamos años atrás en el taller Penas de Amor, la alegría está
hecha con la misma materialidad con la que está hecha la pena. Es el mismo ADN,
en diferente estadío de evolución. Un niño no es un adulto fallido….es un niño,
y crecerá aprendiendo, intercambiando, nutriéndose de lo que lo rodea, para ser
más él, desarrollando al máximo sus potencialidades. Pero….repito, un niño no es
un adulto fallido, y hay que honrarlo como tal para que viva bien su momento, y
desde allí, camine hacia su porvenir.
Ese es el camino del sentir en el Pirovano. No importa en qué taller
ocurre el fenómeno, el hecho de intercambiar ayuda a que circule el sentir y
que lo que es dolor o podredumbre, se transforme en fertilizante para nuevas
experiencias, sean éstas propias o ajenas. El penar de hoy, mañana es una
palabra de aliento para un vecino que sufre, a quien se le da consejo y
conocimiento a partir de decirle, con humildad,
“yo estuve allí”.
Por eso quizás muchas veces al encontrarnos en los talleres nos sentimos
más nosotros mismos, más allá de que no hayamos “solucionado” el problema. Esto
lo he visto palmariamente en casos dolorosísimos de pérdidas por muerte de
seres queridos. Nunca hemos podido ni querido resucitar a nadie, pero….hemos
acompañado y nos hemos dejado acompañar con ese dolor y allí, ¡oh maravilla!
ese dolor toma otro color, se transforma… duele igual, pero distinto…
A la vez, sabiendo que los talleres son para acompañar, no para
solucionar, los coordinadores y los compañeros de ruta dentro de un taller se
liberan del fetiche del “solucionismo” como meta, para dedicarse a compartir
con el mayor amor posible las circunstancias de cada uno y las de todos, sin
cargar con responsabilidades que estén fuera de jurisdicción.
El sentimiento, sea el que sea, tiene un lugar en los talleres. Como
tales, no merecen exclusiones. Sentimos lo que sentimos, y ningún juez podrá
enjuiciar fácilmente al respecto, aunque sí, convengamos, podrá enjuiciarnos
por lo que con esos sentimientos hagamos. Sentir bronca no es punible, pegar
una piña sí lo es, y está bien que así sea.
Los sentimientos son lo que son, y lo bueno o malo del asunto es lo que
hagamos con ellos. Hace bien que esos sentimientos puedan encontrar un lugar
compartido que los saque del exilio. Porque lo que más duele no es el sentir
angustia, envidia, rencor o lo que sea, sino el no poder ofrecerle a ese
sentimiento una ceremonia, por breve que sea, en la que se lo honre y ofrezca
un instante de aceptación. A veces los sentimientos piden eso nomás: un minuto
de aceptación que los saque del destierro, y luego, con ese momento de respeto,
se trasmutan y se transforman en una
mejor versión de ellos mismos.
Eso pasa con la envidia, la rabia, el rencor, y todos los sentimientos
“malditos” que suelen quedar guardados bajo la alfombra del “bienpensar”.
Cobijados por el programa, por sus normas y valores, es más fácil encontrar un
momento para fluir y dejar salir al común aquellos sentimientos que parecen
malditos.
A la vez, algo parecido pasa con tanta ternura, cariño, afán solidario,
abrazos y manos dispuestas al compartir, que a veces tampoco encuentran caminos
para salir a la luz del sol. Siempre he pensado que la ciudad hierve de amor,
pero no encuentra los canales comunicantes para ese amor que, con vasos
comunicantes obturados, se tranca en el alma. De hecho, una de las delicias del
compartir pirovanense y de tantos otros espacios generosos, es ver brotar ese
amor comunitario oculto, para volcarse en una corriente de arterias emocionales
que los transforman en tejido social optimista y ganoso. Es lindo vernos
saliendo de nuestros exilios para estar con otros, sacando los trapitos al sol,
ese sol que todo lo va purificando.
Leer el fenómeno de nuestro programa desde el derrotero de los
sentimientos es apasionante. Nada se pierde, todo se transforma, todo se
potencia, todo se multiplica o divide, a los fines de mejorar lo que ya somos:
humanos de ley, red de afectos, en el camino de
vivir en la mayor de las plenitudes.
MIGUEL ESPECHE
Coordinador General
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