EDITORIAL
El prestigio del Coordinador
Siempre es
interesante echar a circular con nueva vida a viejas palabras que ya no se usan
mucho. Es un lindo “deporte” que permite pensar las cosas a la luz de su
significado primordial, despertando del sopor que producen las palabras usadas
demasiado comúnmente, esas que, no por culpa de ellas sino por su mal uso,
terminan vaciadas de contenido.
Una de esas
palabras es “prestigio”, vocablo que me gusta utilizar a la hora de nombrar una
de las características que acrecientan la potencia del animador de grupos.
Busqué en el
diccionario, a ver si éste me agregaba algún elemento (suele suceder) y acá
copio con qué me encontré: prestigio.(Del lat. praestigĭum).1. m. Realce, estimación,
renombre, buen crédito.2. m. Ascendiente,
influencia, autoridad.3. m. p. us. Fascinación que se
atribuye a la magia o es causada por medio de un sortilegio.4. m. p. us. Engaño, ilusión o
apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo.
En verdad, me encanta que los animadores de nuestro programa
puedan sostenerse desde el prestigio. Esto me interesa más que el hecho de que
se sostengan a fuerza de normativas y acciones automatizadas para encontrar su
fuerza como autoridad del grupo al que coordinan.
Hay cosas que no convienen hacer si el deseo es mantener “realce, estimación, renombre y buen crédito”
entre los miembros de un grupo, manera de lograr “ascendiente, influencia y autoridad” a la hora de cumplir con la
tarea.
Desear estar allí donde se está, irradiando (cada uno en su
estilo) entusiasmo es una de ellas. Eso
acrecienta la noción de que el grupo es querido por su fundador, lo que
enaltece la reunión, tornándola rica, potente.
Otra manera de cuidar el prestigio es que el deseo de coordinar no
tenga finalidades ulteriores, que el gozo por estar allí sea el pago mismo de
la acción, no un “medio mediante el cual” se desea lograr otra cosa, diferente
a la enunciada en el título del taller. Esto se notaba mucho, por ejemplo,
cuando, en los tiempos primeros del programa, algún coordinador hacía un grupo
para llevarse a sus miembros como pacientes, o cuando algún otro generaba la
reunión con el fin de “conseguir chicas”, algo de muy mal gusto que ocurrió
alguna vez y, transparentado, fue fulminante para el prestigio del señor del
caso, quien debió partir no tanto por el hecho de salir con alguna persona del
grupo (al no ser profesionales de la salud, las prohibiciones no corren en el
PSMB, pero ello no implica que no desaconsejemos fuertemente que eso ocurra)
sino porque se hizo visible que no quería a su grupo por lo que el grupo era
convocado, sino que lo utilizaba como coto de caza, algo, insisto, letal para
el prestigio del señor.
El PSMB pretende no manejarse con muchas reglas, dado que es
sabido que a mayor cantidad de reglas, menos fuerza tiene el deseo entusiasta y
más el automatismo reglamentarista. Eso sí, las pocas reglas que tenemos deben
ser cumplidas a rajatabla.
En tal sentido, tenemos un elemento normativo esencial que hace
que sea difícil que el prestigio de un coordinador se sostenga en alguna de las
dos últimas acepciones de la palabra según indica el benemérito diccionario de
la RAE, ligadas a la fascinación del sortilegio o al Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan
al pueblo.
La norma es que acá, en los talleres del Pirovano, todo es
público. La mirada iluminada por la luz del sol impide que se expandan
ilusiones “embobantes”, y se nos llene el lugar de mercachifles y
prestigitadores vanos.
Cuando decimos que todo es público, señalamos que los movimientos
dentro del programa están sujetos a la revisión que se dé a los mismos a la luz
de algún grupo.
Al revisar el “para qué” vemos con qué intención se hace lo que se
hace, y se evalúa eso, no tanto si se viola o no alguna prohibición.
Y acá vuelvo al inicio, cuando decía que el prestigio del
coordinador palpita al son de su entusiasmo por la tarea. Si el animador
respeta y valora sus grupos (tanto el que coordina, como el de animadores al
que concurre), sin fines ulteriores, su “para qué” será bien diferente de aquel
que tenga intenciones espurias. Y eso se ve, se transparenta cuando todo, tarde
o temprano, se hace público.
El prestigio no es una careta, sino un espíritu que se expande en
acciones y actitudes. Tiene mil formas, pero todas ligadas al bien comunitario.
Es más que una mera imagen, sobre todo, cuando el hacer es lo que genera
palabra, y no cuando la palabra, sin el sustrato de la acción real, genera embobamiento o engaño.
Sostener el prestigio, entonces, es una tarea grata, que nos
mantiene despiertos, vivos, y honestos respecto de nuestras intenciones y
logros. Vale tenerlo en cuenta, para que nuestros grupos sigan el camino
saludable, el camino en el cual lo mejor de nosotros se ofrece a la luz
pública.
MIGUEL ESPECHE
Coordinador General
Editorial
del boletín Enero-Febrero 2014