Editorial
LEALTADES
La lealtad es un
hondo y noble valor. Sin él navegaríamos en la desconfianza, sin anclas
afectivas que nos permitan hacer una vida que se precie. Se trata de la
existencia de lazos que apuntan al bien
recíproco de quienes participan del vínculo, el que es terciado, justamente,
por esa buena intención.
Toda lealtad
genuina tiene, insisto, al bien por intermediario. Al menos, eso
ocurre en los casos en que el amor es lo que une y no el espanto. Un padre, por
ejemplo, es leal con su hijo cuando le
marca la cancha, le indica cómo se juega el partido, las reglas del mismo. Es
leal con ese chico cuando apunta a favorecer su crecimiento y desarrollo, no
cuando solamente le cumple los caprichos. Por ejemplo, el padre no es leal
cuando le agranda el arco porque el chico no patea bien, le enseña a
transgredir con tal de ganar en la competencia o lo endiosa cebándole el ego
como si fuera Messi, sin decirle qué es lo que debiera corregir para mejorar en
su juego, por más que duelan sus palabras.
La lealtad se da
entre dos personas o más, no entre una persona y otros que, más que personas,
son sombras del primero. En tal sentido, la lealtad no es hacerse mero eco de
alguien a quien el leal se somete a modo de objeto. Es que la lealtad, de hecho,
se da entre gente potente, no entre el tirano y su sombra sumisa.
Valen estas
reflexiones a la hora de compartir lo que es la lealtad dentro de nuestro
programa. Es un tema habitual, muy enriquecedor
e interesante ya que nos enseña qué es lo que sirve para que las
experiencias perduren y florezcan, y qué es lo que hace que, esas experiencias,
puedan caerse sin más.
La sana lealtad no le
puede hacer mal a nadie que juegue con honestidad su juego. En el Programa de
Salud Mental Barrial pretendemos ser leales a un espíritu solidario, vecinal,
entusiasta y honesto que se encarna en el orden que se propone, dentro del cual
cada uno juega su juego.
Un ejemplo de ésto es
lo que suele ocurrir con los talleres cuando se encapsulan y pierden su nexo de
lealtad con el espíritu que da sentido a nuestro programa. En esos casos, los
coordinadores que antes abrevaban en un programa que los legitimaba y ofrecía
identidad como tales, se cortan solos y empiezan a necesitar del beneplácito de
los miembros de base, algo que está muy bien, salvo cuando dicho beneplácito
pasa a ser una suerte de soborno a través del cual se logra una “lealtad” que,
a mi gusto, no es tal. En esos casos, aparece un “nosotros” (el grupo del caso)
y un “ellos” (el conjunto del programa) antagónico, competitivo, mala onda, que
hace aparecer un juego de lealtades contrarias en donde no las hay de verdad.
Claro, para entender
de verdad lo antedicho hay que entender, como decíamos antes, que la
lealtad no es un sometimiento que nos transforma en mera
“cosa”. Por el contrario, el ser leal se nutre de la voluntad de abrevar en valores comunitarios (de común-unión) que nos hagan ser más nosotros mismos, no
transformarnos en una persona diferente a la que somos.
El chupamedias, por
ejemplo, no es leal, ya que está buscando acomodo, no salud. El coordinador
leal, lo es en esencia consigo mismo y con todos esos valores que tiene dentro
de sí, posiblemente acuñados a lo largo de años de vida, aprendidos de sus
padres o seres queridos, valores que sintonizan con él, y a partir de los
cuales puede, justamente, sintonizar con
aquellos que están en una frecuencia parecida.
A modo de ejemplo de lo que se vive en
relación a la lealtad dentro del programa, digamos que ha ocurrido que algunos
coordinadores llevaron amigos personales a sus grupos para que participaran
como miembros de base de los mismos. De repente, en ese grupo era menester
decirle algo a ese amigo, de ese tipo de cosas algo duras, que se ven cuando
uno está coordinando y que son más difíciles de percibir cuando se está en el
llano, comiendo un asado o charlando en un café amistosamente. He visto ante
ese tipo de situaciones dos tipos de actitud por parte del amigo/miembro de
base. La primera, descalificar el decir
del amigo/coordinador, “ninguneándolo” porque ese amigo propio no es “nadie”
como para decir lo que dice, descalificando el rol de animador y siendo de esa
manera desleal con el espíritu del programa y, por añadidura, el espíritu de la
amistad. En esos casos, suele ocurrir que el aludido sienta que la lealtad con
el grupo (lealtad que hace que el coordinador diga lo que dice), es, a la vez,
una deslealtad para con la amistad. Se vive así una noción mafiosa de lo que es
la amistad: una asociación para encubrir defectos y bendecir manejos y cosas de
ese orden. Un amigo leal, se diría, no “buchonea” los defectos, no abre el
juego en ese sentido, pero…si fuera así, ¿para qué estar en un grupo donde el
tema es abrir y no encubrir las cosas?
La segunda actitud
que he visto en esos casos en los que hay un vínculo personal por fuera del
grupo entre el animador y un miembro de base, es la de aceptar y respetar la
voz del animador, teniéndola en cuenta, entendiendo que ser buen amigo en ese
caso es ser buen compañero en el grupo, lo que significa dejar entrar la
palabra del coordinador (o de cualquier miembro del grupo) para “dejarse
habitar” por ella, para así poder
explorar si dicha palabra sirve o no, sin ponerse un impermeable en el alma,
que impida un genuino intercambio. Es una lealtad profunda con la verdad de las
cosas, con el espíritu de confianza, y con el grupo dentro del cual se está
para jugar el juego grupal, no otro.
En el programa nos
reunimos en nombre de la Salud y a ella le somos leales. Esa Salud nos ordena,
nos ubica, nos permite la mayor honestidad posible, y nos saca de la idea
facciosa de lo leal, para ubicarnos en el lugar de una lealtad que habilita y abre, no que obtura y cierra.
A veces nos sale
mejor, otras peor. Pero somos leales con esa valoración del espíritu
comunitario. Es una lealtad que nos da referencia, que nos ubica cuando nos
perdemos, y que nos hace respetar el buen orden que tiene toda experiencia
colectiva en la que, ser buen y leal vecino, nos salva de quedar encarcelados
en el ego, por ser leales solamente a nuestros caprichos.
MIGUEL
ESPECHE
Coordinador General
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