EDITORIAL
LOS TALLERES COMO
CEREMONIA
Hace algunas semanas
nos dimos cuenta que los talleres son como ceremonias. Nos percatamos de ello
en el grupo de animadores de los viernes a la mañana, cuando pensábamos y
hablábamos de cómo vivimos esas experiencias que, semanalmente (casi todos los
talleres son de frecuencia semanal) nos reúnen en un tiempo y en un espacio
determinado para compartir algo de nosotros.
Ocurre que cuando
vemos al grupo como una cantidad de gente que se junta cuando logramos “manejar”
las cosas de forma tal que “reclutamos” una determinada cantidad de individuos,
las cosas se vuelven opacas, “técnicas” ,y todo pareciera abrir las puertas al
marketing, al encontrar el título que “pegue”, a percibir la demanda y
pretender satisfacerla… todo menos percibir en el grupo un espacio de vida con
alma incluida, alma sin la cual no habría razón de ser para toda esta movida de
los talleres.
Por eso lo de
ceremonia. Es que sin duda hay algo de ritual en nuestros talleres: ubicamos
las sillas, nos saludamos, confiamos en que el encuentro se realizará ese día y
en ese lugar, tenemos una serie de formas que respetamos… todo en derredor de
un propósito bueno, saludable, que sobrevuela por sobre esa reunión de vecinos
con ganas de compartir.
Hay un ritmo en el taller, una cadencia, una
suerte de música emocional que se va forjando a medida que el grupo se afianza,
las personas se conocen, tanto a sí mismas como a los que acompañan en el viaje
grupal. Las ceremonias son así, una alianza entre lo predecible y lo profundo,
entre el acto que se repite siempre igual, y la aventura de ahondar en las
cosas humanas, compartiendo con otros.
Toda ceremonia tiene
su “alma”, ese intangible que le ofrece eje y sentido. Quizás el nuestro sea el
deseo de salud, de acompañamiento, de bien común… Hay un sentido profundo que
entrelaza, aunque sea por esa hora y media, el destino de quienes están allí,
en el taller. De hecho, ya que se confíe en que el taller está allí, en ese
horario, en ese lugar, con ese coordinador y perteneciendo a esa red de salud,
ya eso, digo, sana, acompaña, sosiega, durante el tiempo en el que no se está
en el grupo. Es como el faro, que te guía aun cuando no estés cerca de él, aun
cuando por momentos se apaga, vos sabes que existe luz, y eso ya te libera del
totalitarismo de la oscuridad.
Mil veces imagino a
los talleres como reuniones que se realizan en derredor de un fueguito, o de
una mesa en la que se comparten
alimentos…son formas que aparecen en mi mente a la hora de imaginar eso
que ocurre en nuestros grupos, aunque a veces hay gente que cree que en ellos
tan solo se conversa y se “arreglan problemas”. Los talleres a veces reparan
como el taller al que llevamos nuestro auto a arreglar, pero, sobre todo, se
parecen más a los talleres de orfebres, aquellos que transforman el metal duro
y crudo en una obra que le da a ese metal una forma humanizada.
Es verdad que casi
todos miran a los talleres de salud mental comunitaria como espacios “técnicos”
de reparación de problemas, de resolución de conflictos, de intercambio de
consejos o de “contención emocional”. Como dije antes, no digo que los grupos
de nuestro programa no actúen de esa manera. Pero esa mirada prescinde de una
perspectiva mucho más plena, que es la que entiende a los talleres como
ceremonias en donde lo que ocurre tiene una mística que le da otra luz a la
experiencia.
Una ceremonia es,
reitero, un ritual predecible, rutinario, y, a la vez, una ventana a la
trascendencia. Como lo es, por ejemplo, la ceremonia de llevar a dormir al hijo
y contarle un cuento antes de darle el beso de las buenas noches. Puede ser el
mismo cuento siempre, pero no importa, es, justamente, eso lo que el chico
desea: que el cuento sea igual, para sentir, paradojalmente, la plenitud del mundo…pero
sin miedo.
A la hora de abrir un
nuevo taller, generando toda la movida previa que requiere para descubrir el
deseo que lo concibe, y la movida posterior para promoverlo, apostamos a que
sea entendida la importancia del aspecto ceremonial del taller.
Esa intimidad de las
ceremonias sentidas ilumina el espacio del grupo, y lo hace saludable y
poderoso, aun cuando sea un grupo pequeño.
Por eso, a la hora de andar por allí, en zonas
del hospital o alrededores, cuando vea un grupo de los del programa, mírelo
bien, con respeto. Es una ceremonia disfrazada de reunión de bar o de pasillo
de hospital. Si lo ve así, verá de verdad y entenderá por qué hace tanto tiempo
los talleres andan por acá, convocando a los vecinos para crecer en su salud
con ganas y en nombre de lo mejor de nuestra comunidad.
MIGUEL ESPECHE
Coordinador General
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