Editorial
CIMARRONES
Desde que emergió el Programa de Salud Mental Barrial del
Hospital Pirovano, allá por la mitad de la década del 80, existieron aquellos
vecinos que, por su estilo, Carlos Campelo (fundador del programa) llamaba
“cimarrones”.
Según el diccionario, el significado de “cimarrón” remite a
lo no domesticado, o a los que, a pesar de haber conocido las reglas del juego,
por diversas razones no las juegan, al menos, no en su medida total.
Es verdad que ninguna organización humana sobreviría si
todos sus miembros fueran cimarrones. De hecho, no podría ni emerger un grupo
de personas que solamente se rigieran por la idea de no regirse por norma
alguna. Es por esa razón que suelen los cimarrones ser alejados de las organizaciones,
o alejarse ellos mismos de los grupos.
En la historia del programa, sin embargo, quedamos marcados
por una intuición generosa de Campelo, quien no solamente acuñó la palabra
“cimarrón” dentro de nuestra red, sino que supo, con arte, y gracias a esa
intuición, interactuar con los
cimarrones de modo tal que nos hizo crecer a todos. Tenía una gran paciencia y,
a la vez, generosidad con los “raros”, los distintos, aquellos que se
desbocaban y requerían guía, pero no siempre expulsión.
El tema es más difícil de lo que parece. En estas líneas
pretendemos decir que los cimarrones son nocivos cuando se apropian de una
organización o monopolizan sus energías, pero simultáneamente decimos que nos
hace bien tener siempre cerca algún cimarrón que nos venga a mover la
estantería, para no morirnos de perfeccionismo.
Siempre nos conviene recordar que la esencia del programa es
generar acompañamiento, mas que arribar a alguna perfección organizativa. Si
hubiésemos tenido en nuestro horizonte ser algo así como los “suizos” de la
Salud Mental Comunitaria, aceitando mecanismos, generando pautas estandarizadas
de interacción, homogeneizando el discurso “correcto” para poder generar una
pertenencia discursiva a modo de la militancia política, por ejemplo, ya lo habríamos
hecho hace rato, pero, creo, ya no existiríamos hoy como organización viva y
palpitante de vecinos generando salud con ganas y entusiasmo.
Por eso, cuando todo parece estar genialmente organizado,
aparece un cimarrón y nos complica la vida…..y habrá que agradecer que así sea.
Esa gratitud no significa otorgarle el poder, sino jugar el
juego de la inclusión hasta su extremo, sin asustarnos demasiado por algún
nivel de desorden que pueda, por ejemplo, significar que en un grupo alguien
interrumpa, salga con un “martes 13”, venga sin bañarse, haga frente a la
autoridad del grupo o tienda a pelearse con los otros, de una u otra forma.
Son ejemplo de ciertos estilos de cimarrones, quienes pueden
interrumpir el fluir amable y amoroso de un grupo ya estructurado, planteando
desafíos que, decimos, merecen abordarse con un espíritu de aprendizaje, no de
expulsión automática o segregación inmediata.
Queda claro que la firmeza de un grupo está marcada por la
profundidad de sintonía que tenga el coordinador con los valores que el
programa propone. Esos valores, entre otros, son los de acompañar, ayudar de
verdad sin asistencialismo, potenciar capacidades, verse como responsables de
los propios actos, etc.
También queda claro que la firmeza de un grupo no está
marcada por el blindaje que este tenga en su perímetro, a modo de fortaleza.
Como dice el I Ching, el libro chino de sabiduría acerca del cual tenemos un
lindo taller, la idea es ser firmes en el centro, para poder ser flexibles en
la periferia.
Por eso los cimarrones son bienvenidos, para jugar el juego
de la vitalidad que da lo que no está en el libreto. No es ser complacientes
con ellos cuando son egoístas, violentos, ególatras o simplemente tontos, sino
usar el viento de su presencia para navegar hacia aguas por las que no siempre
podemos adentrarnos cuando todos somos
“buenos chicos” y no nos sacuden la estantería cada tanto.
Se trata de un juego paradojal. El cimarrón no es del todo
salvaje, pero no está domesticado. Y su destino es andar por la periferia del
programa, transitar diversos talleres, generando a veces conflictos reiterados
en ellos. En ocasiones sabotean, pretenden arruinar la fiesta o, por el
contrario, pretenden sumarse a ella pero sin tener en cuenta a los otros
invitados.
El coordinador que recibe un cimarrón en su grupo verá qué
hacer. Quizás pueda aprovechar sin asustarse de la experiencia y salir de la
modorra, aunque, sabemos, si el cuidado del grupo indicara que algún vecino debe
irse del mismo, se procede en tal sentido, y listo.
Pero sabiendo que el coordinar un grupo puede legítimamente
ejercer el “derecho de admisión”, y con esa tranquilidad a cuestas, es
interesante guardar el “ancho de espadas” para el final y extender el juego,
aprendiendo, dejando de lado el “gatillo fácil” del enjuiciamiento o la
expulsión para sacar el mayor provecho de la experiencia.
Vernos reflejados en aquel que viene y es “raro”, tantear
los límites de nuestro enojo para que este no nos domine, entender algo de
nuestra famosa “sombra”…., pero a la vez sabiendo que se tiene la capacidad de
tomar las decisiones del caso de acuerdo al propio criterio.
El criterio del coordinador, sabemos, siempre está bien y es el adecuado…si está
dispuesto a revisarlo a posteriori en su grupo de animadores.
Volviendo al I Ching, recuerdo un “capítulo”(hexagrama, para
los entendidos) que se llama “El Caldero” en el cual se hace referencia a lo
que ocurre cuando se pone una olla al fuego. Para que la cuestión funcione hay
que manejar bien la cuestión. Si se pone mucha agua, esta se derrama y apaga el
fuego. Si se pone mucha leña, el fuego excesivo evapora el agua y daña la
olla…., así las cosas, los cimarrones pueden ser agua o fuego, pero la clave
está en cómo se relacionan dentro del grupo,
de manera tal que pueda su presencia ser algo útil para la comunidad. No
se trata tanto de los elementos, sino de cómo
y en qué medida se vinculan estos entre si. Y allí está el arte de cada
coordinador y su grupo para discernir.
Hemos tenido grandes y queridos cimarrones en el programa,
que nos han llenado de vitalidad que, no por desbocada, dejó de hacernos bien.
Es por eso que los recordamos con
gratitud y cariño. Tuvimos que marcarles la cancha, es verdad, pero ellos nos
dieron (sobre todo aquellos de buen corazón) energía y vitalidad,
permitiéndonos descubrir un área de nosotros mismos y de los otros que antes no
conocíamos, y que hoy por la fortuna de haberlos encontrado en nuestro camino
podemos conocer para no transformarnos en seres parapetados, confundiendo la
salud con la costumbre nuestra de cada día. Nada hay contra la costumbre, pero
un sacudón cada tanto, sabemos, no nos viene mal, y para ello están… los
cimarrones.
MIGUEL ESPECHE
Coordinador
General
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