martes, 3 de mayo de 2016

CIMARRONES

Editorial
CIMARRONES

Desde que emergió el Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, allá por la mitad de la década del 80, existieron aquellos vecinos que, por su estilo, Carlos Campelo (fundador del programa) llamaba “cimarrones”.
Según el diccionario, el significado de “cimarrón” remite a lo no domesticado, o a los que, a pesar de haber conocido las reglas del juego, por diversas razones no las juegan, al menos, no en su medida total.

Es verdad que ninguna organización humana sobreviría si todos sus miembros fueran cimarrones. De hecho, no podría ni emerger un grupo de personas que solamente se rigieran por la idea de no regirse por norma alguna. Es por esa razón que suelen los cimarrones ser alejados de las organizaciones, o alejarse ellos mismos de los grupos.

En la historia del programa, sin embargo, quedamos marcados por una intuición generosa de Campelo, quien no solamente acuñó la palabra “cimarrón” dentro de nuestra red, sino que supo, con arte, y gracias a esa intuición,  interactuar con los cimarrones de modo tal que nos hizo crecer a todos. Tenía una gran paciencia y, a la vez, generosidad con los “raros”, los distintos, aquellos que se desbocaban y requerían guía, pero no siempre expulsión.

El tema es más difícil de lo que parece. En estas líneas pretendemos decir que los cimarrones son nocivos cuando se apropian de una organización o monopolizan sus energías, pero simultáneamente decimos que nos hace bien tener siempre cerca algún cimarrón que nos venga a mover la estantería, para no morirnos de perfeccionismo.

Siempre nos conviene recordar que la esencia del programa es generar acompañamiento, mas que arribar a alguna perfección organizativa. Si hubiésemos tenido en nuestro horizonte ser algo así como los “suizos” de la Salud Mental Comunitaria, aceitando mecanismos, generando pautas estandarizadas de interacción, homogeneizando el discurso “correcto” para poder generar una pertenencia discursiva a modo de la militancia política, por ejemplo, ya lo habríamos hecho hace rato, pero, creo, ya no existiríamos hoy como organización viva y palpitante de vecinos generando salud con ganas y entusiasmo.

Por eso, cuando todo parece estar genialmente organizado, aparece un cimarrón y nos complica la vida…..y habrá que agradecer que así sea.

Esa gratitud no significa otorgarle el poder, sino jugar el juego de la inclusión hasta su extremo, sin asustarnos demasiado por algún nivel de desorden que pueda, por ejemplo, significar que en un grupo alguien interrumpa, salga con un “martes 13”, venga sin bañarse, haga frente a la autoridad del grupo o tienda a pelearse con los otros, de una u otra forma.

Son ejemplo de ciertos estilos de cimarrones, quienes pueden interrumpir el fluir amable y amoroso de un grupo ya estructurado, planteando desafíos que, decimos, merecen abordarse con un espíritu de aprendizaje, no de expulsión automática o segregación inmediata.

Queda claro que la firmeza de un grupo está marcada por la profundidad de sintonía que tenga el coordinador con los valores que el programa propone. Esos valores, entre otros, son los de acompañar, ayudar de verdad sin asistencialismo, potenciar capacidades, verse como responsables de los propios actos, etc.

También queda claro que la firmeza de un grupo no está marcada por el blindaje que este tenga en su perímetro, a modo de fortaleza. Como dice el I Ching, el libro chino de sabiduría acerca del cual tenemos un lindo taller, la idea es ser firmes en el centro, para poder ser flexibles en la periferia.
Por eso los cimarrones son bienvenidos, para jugar el juego de la vitalidad que da lo que no está en el libreto. No es ser complacientes con ellos cuando son egoístas, violentos, ególatras o simplemente tontos, sino usar el viento de su presencia para navegar hacia aguas por las que no siempre podemos  adentrarnos cuando todos somos “buenos chicos” y no nos sacuden la estantería cada tanto.

Se trata de un juego paradojal. El cimarrón no es del todo salvaje, pero no está domesticado. Y su destino es andar por la periferia del programa, transitar diversos talleres, generando a veces conflictos reiterados en ellos. En ocasiones sabotean, pretenden arruinar la fiesta o, por el contrario, pretenden sumarse a ella pero sin tener en cuenta a los otros invitados.

El coordinador que recibe un cimarrón en su grupo verá qué hacer. Quizás pueda aprovechar sin asustarse de la experiencia y salir de la modorra, aunque, sabemos, si el cuidado del grupo indicara que algún vecino debe irse del mismo, se procede en tal sentido, y listo.

Pero sabiendo que el coordinar un grupo puede legítimamente ejercer el “derecho de admisión”, y con esa tranquilidad a cuestas, es interesante guardar el “ancho de espadas” para el final y extender el juego, aprendiendo, dejando de lado el “gatillo fácil” del enjuiciamiento o la expulsión para sacar el mayor provecho de la experiencia.

Vernos reflejados en aquel que viene y es “raro”, tantear los límites de nuestro enojo para que este no nos domine, entender algo de nuestra famosa “sombra”…., pero a la vez sabiendo que se tiene la capacidad de tomar las decisiones del caso de acuerdo al propio criterio.

El criterio del coordinador, sabemos,  siempre está bien y es el adecuado…si está dispuesto a revisarlo a posteriori en su grupo de animadores.

Volviendo al I Ching, recuerdo un “capítulo”(hexagrama, para los entendidos) que se llama “El Caldero” en el cual se hace referencia a lo que ocurre cuando se pone una olla al fuego. Para que la cuestión funcione hay que manejar bien la cuestión. Si se pone mucha agua, esta se derrama y apaga el fuego. Si se pone mucha leña, el fuego excesivo evapora el agua y daña la olla…., así las cosas, los cimarrones pueden ser agua o fuego, pero la clave está en cómo se relacionan dentro del grupo,  de manera tal que pueda su presencia ser algo útil para la comunidad. No se trata tanto de los elementos, sino de cómo  y en qué medida se vinculan estos entre si. Y allí está el arte de cada coordinador y su grupo para discernir.

Hemos tenido grandes y queridos cimarrones en el programa, que nos han llenado de vitalidad que, no por desbocada, dejó de hacernos bien. Es por eso que los  recordamos con gratitud y cariño. Tuvimos que marcarles la cancha, es verdad, pero ellos nos dieron (sobre todo aquellos de buen corazón) energía y vitalidad, permitiéndonos descubrir un área de nosotros mismos y de los otros que antes no conocíamos, y que hoy por la fortuna de haberlos encontrado en nuestro camino podemos conocer para no transformarnos en seres parapetados, confundiendo la salud con la costumbre nuestra de cada día. Nada hay contra la costumbre, pero un sacudón cada tanto, sabemos, no nos viene mal, y para ello están… los cimarrones.

                                                                                                       MIGUEL ESPECHE

                                                                         Coordinador General

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