Mucha gente llega al nuestro programa para no ser o no sentir algo. Quieren no ser malos, no ser tontos, no ser igual a la mamá o al papá, no ser neuróticos (sea lo que sea lo que eso signifique) y, en lo que a sentimientos respecta, quieren no sentir dolor, no sentir bronca, no sentir envidia ni ganas de comer demasiado torta de chocolate y engordar.
No quieren sentir pereza, ni remordimiento, tampoco quieren ser rencorosos ni medio locos, como creen ser. Y así la cuestión sigue, hasta el infinito.
Al arribar a los talleres, es habitual que de a poco, o de golpe, se den cuenta que acá en el programa preferimos compartir lo que ellos y ellas son y sienten, más que abundar en lo que no quieren ser o sentir. Así como lo digo en sencillo, sin embargo lo anterior hace a una cualidad esencial del programa que, entre otras maneras de nombrarlo, llamamos “perseverar en el ser”.
Por alguna razón, nuestra cultura apuesta más al cambio que a cualquier otra cosa. “Cambiar por cambiar nomás” decía Fito Páez, cuando tenía el pelo largo y los dientes torcidos. Cambiar de dentadura, de auto, de personalidad, de mujer y de tamaño de partes del cuerpo. Cambiar sin agradecer los servicios prestados por aquello que se desea erradicar del mapa, sin entender su sentido y su valor.
Por eso, para no cambiar sin sentido, para crecer ahondando lo que somos y no pretendiendo mudar de cuero y de ADN, estamos más que dispuestos a aceptar lo que existe (y actuar en consecuencia), sabiéndolo más interesante que lo que debiera existir. Vale repetir esa máxima del PSMB hasta el infinito.
Es demasiada la energía enajenada en “no ser” y “no sentir” determinada cosa. No queremos cambiar a quienes eligen esa vía para dar cauce a sus fuerzas vitales. Pero acá estamos para otra cosa. El que viene con pena, puede honrarla en vez de sólo pretender anestesia sin entender antes el mensaje de su dolor. El que odia, puede compartir ese odio y percibir el amor que oculta. El que percibe en cierto momento de su vida que es mucho más parecido a sus padres de lo que creía, y se espanta por ello, puede en nuestros grupos separar trigo de cizaña respecto a lo heredado, sin pretender una cirugía brutal que le ampute la identidad.
La estructura y los dispositivos del programa habilitan a que una gran parte de lo que las personas son y sienten tenga un lugar para la circulación. Y allí suele descubrirse que la falta de ventilación del alma es lo que perturba e inhibe el crecer (crecer es mucho más interesante que cambiar, por cierto). Para esa ventilación, nada mejor que un grupo del Pirovano.
MIGUEL ESPECHE
Coordinador General
Boletín PSMB Mayo 2011
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