Las
inundaciones han lastimado. Las casas fueron invadidas por el agua, la que
entró a traición en dormitorios, cocinas, livings, etc., llevándose muebles,
televisores, ropa y recuerdos guardados desde hacía generaciones, de esos que
no se recuperan, como las fotos de los abuelos o las viejas cartas de amor.
El agua fue
implacable y mató gente. En dormitorios, en sus autos…¡qué tristeza pensar en
eso!, en ese destino que arrebató a tantos que lo sufrieron.
¡Maldita agua!
El primer
día del drama fue en Belgrano, Coghlan, Saavedra (los barrios del hospital
Pirovano) y muchos otros lugares capitalinos. Al siguiente, La Plata, pero también La Matanza, San Fernando, y
tantísimas otras localidades, con miles y miles de historias de tristeza y
angustia que superan la posibilidad emocional de abarcarlas sin sentir que es
demasiado para poderlo bancar sin también ahogarnos de pena.
Conmovida,
la gente empezó a ayudar. Salió a la luz lo que siempre está y que nosotros,
dentro del programa, sabemos bien que existe: la solidaridad. Como todo
fenómeno humano, viene mezclado (de vedetismo, de alguna hipocresía…) pero, de
fondo, salió una de las características sociales más ocultadas en esta época de
metódico escepticismo: la buena vecindad, el amor comunitario. Apareció esa
nobleza social que se nos oculta a la conciencia con tanta permanente
descripción del infierno que vemos día a día en los medios.
La idea,
frente a esta calamidad y al despertar solidario concomitante, fue
ofrecernos como red de ayuda mutua para
acompañar. Todos los talleres del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital
Pirovano son, potencialmente, un lugar para recibir a los vecinos que sufrieron
en carne propia la inundación.
Seguramente
varios de nuestros coordinadores y vecinos participantes en los grupos han
sufrido al agua en sus casas, han vivido el apagón, han visto flotar sus
pertenencias en medio de la impotencia. Eso no lo podemos remediar, recordando
que, aunque a veces quisiéramos ser Superman, nuestro programa no está para
remediar nada, solamente para acompañar con el corazón a los vecinos, apuntando
a la potencia de lo comunitario como valor esencial dentro del cual todos
participamos y tomamos fuerzas.
Acompañar en
el sentir, estar allí, disponibles, es nuestro lugar y nuestro deseo. Quizás
hagamos algún taller específico un poco más adelante para los que vivieron la
pesadilla, o quizás no haga falta, porque los “canales aliviadores” de la red de talleres posiblemente absorban por sí
mismos a quienes elijan arrimarse al fogón pirovanense a compartir su pena y a
recibir la tibieza que vence al frío del agua y la humedad.
Hay una
frase de G.K. Chesterton que he recordado estos días. Dice así:
"El modo de atenuar la pena es
magnificándola. La manera de afrontar una crisis penosa es insistiendo mucho en
que se trata de una crisis; hay que permitir a la gente que se siente triste
que por lo menos se sienta importante".
El dolor es
parte de nuestra potencia, no de nuestra impotencia. Por eso estamos dispuestos
a recibirlo y compartirlo acá en el programa dándole, como aconseja
Chesterton, la importancia que se
merece, ofreciéndole un lugar de calidez.
Queremos que
acá, en nuestra red de talleres, esa pena encuentre reparo, humanidad y
fraterna compañía, para reiniciar el camino con fuerzas nuevas, antes
impensadas.
MIGUEL
ESPECHE
Coordinador General