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miércoles, 2 de marzo de 2016

LA RED REAL

Editorial
LA RED REAL

Estábamos los dos en el mostrador, en la antesala del lugar en el cual nos haríamos la Resonancia Nuclear Magnética. El estaba antes que yo, pero nos dieron a ambos a la vez los formularios para el estudio, con preguntas varias sobre nuestra salud, motivo de consulta, etc.

El señor tendría unos setenta años, con pinta de haber sido medio atleta ya que se lo veía fornido y vital, una onda Hemingway bien llevada. Ibamos, uno al lado del otro, llenando los casilleros, hasta que llegamos casi a la vez al lugar en el que decía: ¿”es claustrofóbico?”.

“No se si soy claustrofóbico” dijo riéndose, “nunca me hice una de éstas y no lo sé”. Lo miré, le sonreí medio tristemente y le dije:”ya se va a enterar…por mi parte, lamentablemente ya se que lo soy, y la voy a “parir” ahí encerrado”.

Se lo dije riéndome, pero era verdad: el encierro que significa hacer una resonancia nuclear no es algo que disfrute, y tenía miedo, bastante, al ver que tenía que pasar por esa prueba otra vez, ya que anteriores veces ya había, a duras penas, pasado el trance.

Nos miramos, sonrientes, como dándonos ánimo, y el trámite siguió. Nos sentamos alejados en la sala de espera, yo al lado de mi mujer, él solo, allá a unos metros.

Pocos minutos  después el hombre pasó y fue a hacerse lo suyo, mientras que yo, con el “julepe” encima, practicaba respiraciones profundas que haría mientras la máquina me tuviera allí, encerrado durante los minutos que me tocaran.

Fue un rato bastante largo. Yo estaba en modo “espera agonizante” mientras mi mujer  acompañaba con paciencia y afecto, bancando mientras yo respiraba, meditaba y esas cosas que uno hace cuando tiene que sacar fuerzas para atravesar los temores nuevos que a veces aparecen cuando se llega a la “edad madura”.

De repente, se abrió la puerta del gabinete y salió el hombre.  Lo miré, pero pensando más en “ahora me toca a mí” que en él y  en cómo le había ido en su experiencia. Se fue acercando y, de repente, vi como su brazo me abrazaba media espalda, se acercaba a mi oído y me decía: “vos cerrá los ojos, no mires, y pensá que estás durmiendo la siesta….vas a ver que no pasa nada y se pasa volando”.

Me impactó lo repentino del hecho, su calidez inesperada y la generosidad de su decir. Me saludó y se fue, dejándome sus palabras y su compañía, que me llenó de una extraña vitalidad, algo que me puso contento…

Pasé entonces a la resonancia con esa “vibración”, me sumergí en esa suerte de extraño sarcófago, y… todo fue bien. Era como que tenía otro resto, sentía sobre mi hombro  izquierdo a mi señora, y su compañía, y sobre el derecho me quedaba la sensación de lo concreto del afecto de ese tipo que supo decir algo tan sencillo, pero con presencia real, que me permitió afrontar mis fantasmas (porque dentro del aparato sólo estábamos yo y mis fantasmas) con una entereza diferente, permitiendo que mi mente navegara durante esos largos minutos, por imágenes de amplitud y afecto, ausentes de todo temor.

Pensé que algo similar vivimos siempre en nuestros talleres. Ocurre que hay otros allí que nos dicen cosas sencillas que nos acompañan y nos fortalecen a la hora de abordar nuestras vicisitudes. Es la presencia real de los otros en clave de buena onda y en sintonía de ayuda mutua, la que nos hace bien.  Lo que sana es el acompañamiento, no la solución de un problema.

Es lindo saber que en el programa representamos esa red verdadera que habita entre nosotros, los que vivimos en este país del que tan mal se habla en ocasiones. El Programa de Salud Mental Barrial, como siempre he dicho y hoy corroboro con la gratitud que siento ante el gesto de este “Hemingway criollo”, está forjado con una red real y verdadera  de solidaridad “silvestre” que constituye la esencia de nuestros vínculos de cada día.

Nuestro programa, sin dudas, ayuda a que esa solidaridad se de dentro de los talleres, pero sepamos que somos parte de algo que nos trasciende,  y que en todos lados cobra formas de solidaridad cotidiana sencilla y “acompañadora”. Se da en forma similar a lo que viví en esa sala de espera o en tantas otras escenas que ojalá sepamos ver y valorar.

En cada taller ocurre esa suerte de iluminación sencilla pero rotunda cuando alguien, que está aislado y a la merced de sus dolores y pesadillas,  de repente recibe la presencia de otro que le dice algo así como “estamos acá, no estás solo, va todo bien…”.

De esas moléculas de amor está hecha la experiencia humana. A veces sale mejor, otras peor, pero la propuesta es generar un territorio para que recordemos que la alternativa de ayudarnos con onda está lista para ser servida.

Así las cosas, los miedos se diluyen, respiramos distinto y sabemos que somos parte de la red de nobleza que permite que los humanos sigamos haciendo nuestro camino, con el mejor combustible para continuar nuestros pasos.

MIGUEL ESPECHE
                                                                         Coordinador General

domingo, 6 de septiembre de 2015

Carlos Campelo, ese solidario y transgresor

Tu solidaridad te permitió esbozar tu sueño, porque sólo desde la solidaridad se puede pensar en  crear un programa como el PSMB.

Y tu capacidad  transgresora ayudó a que este sueño se transformara en realidad.

Cuando rescatamos la solidaridad de Carlos Campelo estamos lejos de  hablar de esa solidaridad mimetizada con el asistencialismo, que con una mano da y con la otra desvaloriza.
La solidaridad campeliana es la contribución diaria a la potencia de los otros, a la integración, a la unión de las fuerza de los vecinos a través de los talleres que integran el PSMB.
 La solidaridad campeliana es una solidaridad selectiva…..si no hay  con qué hacerse cargo, sino hay deseos de hacerse cargo….si no hay compromiso, no hay solidaridad.

Él era un transgresor, sí transgresor del  aplastado orden burocrático, transgresor de las costumbres que limitan y paralizan… y al mismo tiempo un gran respetuoso de la ley, de las instituciones y del orden .

La trasgresión de Carlos Campelo era una trasgresión creativa, era de formas, como lo expresa la frase clásica de nuestro programa….
El que busca la vida encuentra la forma
El que busca la forma encuentra la muerte…

Y había que ser transgresor para que desde un hospital se generaran redes comunitarias entre vecinos, para que desde un simple cargo de psicólogo de planta, como el que él tenía, del Servicio de Psicopatología y Salud Mental del Hospital Pirovano se desplegara  la solidaridad, día a día, construyendo lazos en los bares y espacios que están en el barrio.
Carlos Campelo hizo realidad las palabras de Martin Luther King,  Premio Nobel de La Paz de1964:




Soñar
que tendré la fuerza,
la voluntad
y el coraje
para ayudar
a concretar mis sueños
en lugar de pedir por milagros
que no merecería.

Soñar
que cuando llegue al final
podré decir
que viví soñando
y que mi vida
fue un sueño soñado
en una larga
y plácida noche
de la eternidad

Gracias al sueño de Carlos nosotros aprendimos que el tiempo vale, que nuestra vida está viva y que solo nos queda lo que damos…..

Te entrañamos Carlos.

Coordinadora Elsa Rubbo

                                                                                

Carlos Campelo, sencillo homenaje.

Difícil escribir sobre el Maestro. Se me vienen tantos recuerdos. Se me vienen veinte y tantos años de sensaciones...

Llegué al Programa casi recién salidita del horno de la Facultad de Psicología y habiendo terminado un Curso donde el último día un compañero me cuenta sobre un tal Carlos Campelo que hacía grupos. Al viernes siguiente a las 17.30 hs llegué a la reunión que se hacía en el Primer piso de la "antigua " área de Salud Mental, ahora la nueva Guardia del Hospital.  Participé en silencio, escuchando, observando, un poco asustada debo decir. No entendía nada. Al finalizar llegó el gran momento, me sorprendió un " por favor nos podría decir un comentario sobre la reunión" o algo así. Chan...No recuerdo qué contesté exactamente pero seguramente alguna "humilde interpretación" tirada de los pelos, a lo que Carlos respondió "Gracias, la esperamos el viernes próximo". Y me hizo un lugar. Yo ya tenía un lugar en la reunión. Y lo tomé, y volví, y sigo volviendo.

Él quiso, yo también.

Campelo tenía esa generosidad de hacerte lugar en su mesa. Un lugar, nada más ni nada menos! No cualquiera, uno con tu nombre y apellido en cada una de tus acciones. No fue fácil. En un principio lo sentí raro, ajeno, medio frío,  hasta que se empezó a calentar porque lo fui queriendo, porque fui entendiendo que no era solo un espacio sino que se trataba de ir construyendo un nosotros. Fui descubriendo que más allá de mi nariz había otro (otros) con el que compartir, miradas, sensaciones, emociones, y que la salud estaba ahí.  Recuerdo una vez que llegué a la reunión abrumada en silencio por una discusión que había tenido. Me senté y (como suele pasarme habitualmente) comencé a sentir que lo que se decía tenía tanto que ver con lo que me estaba pasando que me puse a llorar tratando de que no se note. Pero Campelo me vio me propuso contar lo que me pasaba. No quise. Respetó mi decisión y agregó que era un acto de generosidad compartir mis lágrimas. De la vergüenza pasé al alivio. Eso era salud.

Al Maestro lo vi amoroso como en este último gesto, enojado volcando su furia en algún compañero que desafiaba su autoridad (¡y agárrate!), asaltado por un llanto que me permitió ponerle la mano en su brazo sintetizando mi abrazo, y disfrutando como un niño el día que con Fernando Lamas y María Rosa Valle, dos compañeros, vestidos de payasos, haciendo payasadas, le festejamos su cumpleaños en el hall de ginecología del Hospital.

Sí, muchas facetas de un hombre con una sola esencia el amor por el ser humano.
Él me hizo lugar, yo le hice uno en mi corazón y allí vive.

                                                             Coordinadora Mónica Fortuna

Taller de las Fotos

El que aspira a ser fotógrafo no debería subestimar jamás a fotógrafos con más corazón que plata.
La fotografía se hace con amor, pasión sentimiento, no con soberbia. Así lo creemos aquellos que hacemos el Taller de las Fotos.

La fotografía es mucho más que un pasatiempo o una profesión, es un medio para comunicarnos con los demás, para expresar que pensamos, que sentimos, que vimos reflejado en una persona que nos molestó o que nos alegró…

Poder reunir todo esto en una imagen no es fácil, no se logra comprando una buena cámara ni un gran teleobjetivo, se logra desarrollando nuestra sensibilidad y aprendiendo como volcarla en una imagen.





En el Taller de las Fotos nos reunimos los miércoles a las 17:30 hs en el Bar Palacio, Museo Fotográfico Simik, Av. F. Lacroze 3901 y Fraga, para compartir como transmitir lo que nos pasa a través de una foto.


Miguel Vella, Animador

Leer a Carlos Campelo

       Leer a Carlos Campelo es disfrutar de ser humano, de ser-con-otros. Es mirarse en el espejo y no ver la propia imagen, sino la imagen de una comunidad viva trabajando y trabajándose con intensidad, valorando todos los espacios, las presencias, las ausencias. Significa vencer los miedos propios y comunitarios para vernos  completos, capaces de vencer nuestros propios límites, abriendo fronteras, derribando muros, dando la palabra a los silencios y a las sombras que anidan, ignorados, en nuestro interior, sin prisa pero sin pausa, con los tiempos del espíritu.
Leer a Carlos Campelo es dejarlo acercarse a nosotros, abrir los pliegues del corazón para que su presencia nos hable en libros, en la web, en los que tuvieron el privilegio y la alegría de conocerlo. Escucharlos es sentir vibrar la pasión de Campelo por un camino en el amor de una comunidad que sigue avanzando hacia un horizonte donde no faltan los obstáculos, los recodos, las contradicciones, pero también, la paciencia atenta, la persistencia renovada, la escucha inteligente, la risa compartida, la mirada que va más allá de las palabras. Por eso es tan valiosa la presencia de aquellos que compartieron esa etapa fundante del Programa, porque en ellos habitan los genes espirituales de Carlos Campelo.
Leer a Carlos Campelo es sentir nuestras potencias como personas y como comunidad, esa que él soñó, construyéndola-con-otros y que sus propias palabras la definen: “Una comunidad bien habida no es un coro homogéneo, no es un regimiento que desfila de a cuatro en fondo, un dos, un dos. Una comunidad es uno de esos mejunjes de ir y volver, de disentir y unirse, de acordar y estar enfrentados, que nos ha llevado a decir, desde aquel doloroso 18 de julio del 94, "Sigamos juntos, aunque no estemos de acuerdo". (Porque acordar, de a-cordis, significa juntar los corazones, y nosotros, en el Programa Salud Mental Barrial, si no podemos juntar los corazones juntaremos las manos, o las voces, los movimientos, o el deseo – que es uno solo siempre: crecer, y ser feliz, que es la única razón para filosofar, dice San Agustín – o las almas, que no pueden estar sino juntas, y "al sol". (Alma que no se junta con sus prójimos, y prójimos que inventan enemigos y rivales, no son almas, no son prójimos,).
       Para nosotros, "todo es común" (…)una comunidad, un lugar de comunes, un lugar en donde para ser hay que ser con otros, más allá de las cuatro paredes de mi living, un lugar en donde, cuando decimos nosotros, nosotros es nuestra mejor forma de decir yo, un lugar en el que sabemos por propia experiencia, que nadie puede ser feliz en un pueblo que no se realiza, un lugar en el que cuando alguien llora, por ese dolor sin fin que le ocupa casi toda la vida, llora para su bienestar, y con él, produce bienestar a quienes la vemos llorar, y algunos, hasta desconocidos, ya listos para acompañarla, preparan los pañuelos”.(..) Por eso reclamamos que nuestro programa de salud mental barrial sea entendido como un programa de salud y crecimiento comunitario, o de animación barrial, por eso del ánima, o el alma, ¿recuerdan?, o de cultura barrial, por lo que de cultivo y cuidado tiene la cultura. Bueno; pero lo que yo quería es decir que, contrariamente a lo que piensan muchos "trabajadores comunitarios", que creen que pueden ir a algún lugar a "hacer comunidad", la comunidad bien entendida empieza por casa, que nadie puede hacer "comunidad" desde otro si no la hace desde sí, y que no es un requisito sine qua non ser pobre de toda pobreza para hacer un proyecto comunitario. Las familias de barrios "acomodados", o de clases medias, o de buen pasar, o de "si hay pobreza que no se note", algunas de esas familias, decimos que somos una comunidad, casi tanto como los vecinos sensibles de Flores o de Palermo, esos compañeros”.

Coordinadora Elvi Palacios
Taller de Coordinadores de V.Pugnali-M.Couriel

lunes, 20 de julio de 2015

EL PROGRAMA COMO UN ENTRETEJIDO DE ESCENAS

EDITORIAL

EL PROGRAMA COMO UN ENTRETEJIDO DE ESCENAS

Ellas se reúnen en una sala de la parroquia, pero el otro día, por no recuerdo qué razón, tuvieron que cambiar a otro de los ambientes del lugar. Allí, en esa sala más pequeña en la que hay un piano, se sienten más cómodas. El lugar es frío, pero ellas, las asistentes al taller que coordina Laura allá en Padua,  se sienten bien allí, al punto que una de ellas decidió llevar un calentador de ambientes y otra un mantel para cubrir una mesa y allí poner las “cositas” que llevan para compartir a modo de alimento. Es verdad que hace unas semanas hubo un paro que decidió al párroco a cerrar la iglesia, pero ellas, a la hora exacta, se reunieron en la escalinata del templo y allí, a pesar de que estaba un poco fresco, se sentaron y departieron haciendo una linda jornada de taller. 

En otro lugar, una señora se suma a un taller de teatro, pero no quiere actuar. Está allí, mira, pero no hace nada. ¿Qué la llevará a ir cada semana a compartir un espacio al que va, pero no para hacer lo que se supone que hay que hacer en un lugar así? No sabemos. Mira, a veces con rostro crítico, pero no actúa…misterio total…¿sabremos alguna vez qué la lleva a estar allí?

En otro grupo, los integrantes se enojan porque su coordinador no viene más. No saben qué pasa realmente, tironeados por las diversas versiones acerca del por qué de su partida. Lo apreciaban y no entienden qué hacen allí en el grupo otros coordinadores que aparecen para reemplazar a aquel que, por conflictos en su grupo de coordinadores, decidió partir. Igualmente cantan, porque es un taller ligado a lo musical, pero parece que, razonablemente, están enojados y no se sabe qué harán en el futuro, más allá de que ese taller posiblemente siga allí con alguien diferente que lo anime, para que siga la música. 

Las escenas que describo son eso: escenas, de las miles que habitan desde mediados de los años 80 nuestra red de talleres. Son el ADN de nuestro programa, el entretejido esencial de eso que llamamos “talleres”, la trama a través de la cual circula lo vital que habita en todo grupo de personas. El PSMB ofrece el escenario, los vecinos lo llenan de contenido.

Pero no solamente las tramas de hechos y emociones se remiten al territorio de los talleres, sino también  a los ecos que generan en las vidas de sus participantes, por fuera de la geografía “pirovanense”. 

Ejemplos personales: En el andén de la estación Callao del subterráneo una señora me increpa por causa de un conflicto en los talleres ocurrido hace más de 10 años. En una importante institución, en una reunión que nada tenía que ver con el programa, otra señora me agradece porque su madre participó de los talleres a lo largo de sus últimos años de vida, siendo feliz en ese compartir. 

En el taller de la página web un vecino se acerca para ofrecer sus conocimientos y “hospeda” nuestra página en su empresa de Internet de manera gratuita, mientras que en el grupo de prensa otro vecino, compañero coordinador, enseña a otros de qué se trata Facebook y cómo usarlo de la mejor manera para potenciar nuestros talleres. 

Una mujer encuentra sosiego en un taller en la Biblioteca Nacional, otros vecinos van a los talleres, pero no le dan bolilla real a los grupos, porque lo único que quieren es encontrar pareja, pero, como se sabe, con esa actitud es más que difícil encontrar pareja. 

El Gran Barrio es un entretejido de escenas. Miles de ellas. Duras, amables, dulces, terribles. Son situaciones que tienen un eje en común: se viven en comunidad, se transitan junto a otros, quienes testimonian ese acontecer. Nosotros, en el Programa de Salud Mental Barrial, creemos que eso es bueno.

Los grupos son eso: grupos. Pero además de serlo, en nuestro programa son parte de un cuerpo, una suerte de aldea forjada alrededor de la ayuda mutua, la solidaridad, la salud y el deseo de potenciarnos desde lo que somos. Dentro de ese cuerpo, las escenas, de a miles, forjan el día a día de todos, agregándole condimento, aventura, valor, a una vida que sería desabrida sin escenas, sean éstas del tenor que sean, para que despleguemos nuestra humanidad con ganas, tejiendo entre todos la gran novela del mundo.


                                                                                               Miguel Espeche
                                                                                          Coordinador General

miércoles, 18 de febrero de 2015

La última palabra

Cuando alguien ingresa a cualquiera de nuestros talleres, debe saber que en esa reunión el que tiene la última palabra es el coordinador.
Deberá saber que es algo muy bueno que eso así sea, porque sino todo sería un lío.

La autoridad del coordinador lo habilita, entre otras cosas,  a marcar rumbo de las temáticas del grupo, ejercer el derecho de admisión y vincularse con las autoridades del lugar con el fin de contribuir a que se guarde el buen orden dentro del grupo, el que, se sabe, es una representación de todo un programa esencialmente solidario y bastante grande e interesante, como lo es el Programa de Salud Mental Barrial.

En esa línea, la palabra del coordinador es la última. Y lo es en el sentido de que marca el punto desde el cual las cosas van a seguir dentro de la dinámica del grupo, priorizando algunos elementos por sobre otros, según el saber y su entender del que conduce la experiencia.

Nosotros en el Pirovano valoramos mucho el “saber y entender” de los coordinadores. El mismo es importantísimo, porque es la medida del éxito o fracaso (si es que el fracaso existe) de un taller. Sin un coordinador que sepa algo y entienda también algo, no iríamos a ningún lado y, si existiese un grupo con un coordinador que no se afirmara en su saber y entender para, desde allí, conectarse con la experiencia compartida, dicho grupo en breve quedaría diluído y estéril.

A veces ocurre que alguien (coordinador o participante de algún taller) confunde aquello de la última palabra con la única palabra. Cuando eso ocurre, se arma jaleo, en versión altisonante,  o versión calladita pero corrosiva.

En realidad, la última palabra es una palabra habitada, en cuyo ADN se percibe rastros inconfundibles de las palabras precedentes pronunciadas por los miembros del taller, incluyendo al coordinador mismo. Es decir: en la última palabra habita la penúltima, la antepenúltima, y así sucesivamente, en dosis y proporciones que son decididas por el coordinador.

En la única palabra, lo que se percibe en el ADN es que nada de lo que los otros han dicho habita en ella, por lo que es una palabra que suelen preferir los tiranos, los tontos y los malos, para jorobar a la gente y dominarla cual objetos que sean una extensión de sí mismos. Es que la única palabra es la palabra que no tiene prójimo, es una palabra desolada y vampírica que no tiene vecino, y es propia de aquellos que usan a los demás para tener una pared en blanco sobre la cual descargar sus pensamientos, los que se tornan estériles al no tener deseo de ser fecundados por lo que los otros tengan para decir.

La única palabra está vacía de toda curiosidad, solo quiere afirmarse a sí misma, por lo que suele ser insufrible o, en algunos casos, seductora cuando lo que se desea es que otro se haga cargo de las escenas para así evitar la propia responsabilidad de protagonía.

Por suerte, acá en el programa valoramos la última y no la única palabra. Cuando un coordinador apunta a tener la única palabra su taller se vacía de sentido y, generalmente, de gente. Cuando un participante apunta él a su vez a la única palabra, su participación es precaria, tensa y aburrida, cuando no violenta.

La última palabra,  bien pronunciada por el coordinador de un grupo, puede ser rotunda y cortar de cuajo alguna situación desmadrada. De hecho, cuando eso ocurre lo que sentimos es una sensación importante de paz, como cuando en una reunión de consorcio alguien, en uso de sus facultades, decide algo de una buena vez de manera nítida; o cuando vamos a un restaurante y vemos que un padre o madre en la mesa de al lado corta de cuajo algún llanto histérico de un hijo díscolo. En este terreno de lo metafórico, también podemos decir que la última palabra es como cuando por fin llueve, tras horas y más horas de calor, nubes y mortal humedad. Esa lluvia, generalmente precedida por un trueno de aquellos, alivia y ordena el mundo tanto como el “¡basta!” bien dicho de una madre a su alterada prole.

A no dudarlo, cuando alguien quiere licuar la autoridad de un coordinador, lo acusará de tirano. Pasa bastante. En general, los acusadores son personas que quieren tener ellos la última palabra (en realidad, la única), como cuando los hijos adolescentes nos quieren complicar la vida pero, a diferencia de éstos, que lo hacen para crecer poniéndonos a prueba, los que quieren adueñarse de la última palabra de un grupo sin ser los habilitados para ello, son los que en épocas de Campelo se llamaban “personas con problemas con la autoridad”.

Ni qué decir cuando en un grupo se arma una puja por imponer la única palabra....el clima se pone denso y dan ganas de irse: muchos argumentos en batalla silogística, pero nada de vínculo y común-unión, ausencia que, sabemos, mata el entusiasmo y las ganas de estar, y llena de bostezos las reuniones.

A los fines de ayudar a los coordinadores y, a su través, a los miembros de los grupos, lo que ocurre en el animador dentro de su grupo es revisado con sus compañeros animadores en las reuniones de coordinadores. Allí la última palabra de un taller de ayer, puede ser la palabra inicial del taller de mañana, fertilizada por el intermedio de los compañeros-pares de ese animador, quien retornará  la semana siguiente al taller que coordina nutrido por sus propias reflexiones y las de sus compañeros.
Es así que, si lo pensamos bien, la última palabra absoluta al fin de cuentas no existe, aunque podemos imaginar que en el final de los tiempos la encontraremos. Bueno, mientras esos tiempos finales van llegando (para lo cual en lo personal no tengo ningún apuro), las palabras circulan y circulan, en un juego fértil de intercambio.

En lo que a talleres respecta queda claro: la palabra final a ser dicha en ese espacio definido, es del coordinador, quien asume esa responsabilidad, ayudado por un programa que lo respalda y acompaña en su proceso.

Ordenados por esa premisa, todas las palabras tendrán su lugar correspondiente y, ¡maravilla! se abrirán las posibilidades de escuchar las palabras de otros, algo muy aconsejable por cierto, ya que no todo es decir en esta vida, sino también lo es escuchar el decir del otro que nos acompaña y nos nutre con el lenguaje de su vivencia.


                                                                            MIGUEL ESPECHE
                                                                            Coordinador General

Editorial del Coordinador General publicada en el Boletin del PSMB de Enero 2011

El valor del Boletín

A Marta Carvajal, la inclaudicable y a todos mis compañeros de taller.

               Quizás Eduardo Sacheri vino a los Talleres del Pirovano, porque leí una reflexión de un personaje que profundiza bella y sencillamente en lo de “la enfermedad no impide la salud”. Me refiero a su novela Papeles en el viento que, casualmente ahora, se estrenó como película.

               Por otra parte, en casa de amigos, estuve viendo las series que se ven por cable, donde el dinero y el negocio se privilegian sobre la vida, el trabajo honrado, el amor y la alegría. Y recordé nuestros “ad gaudium” y “se trabaja con lo que hay”: una ternura tibia me envolvió.

               Ambas me llevaron a volver a sentir que el Programa de Salud Mental Barrial es un tesoro aún por descubrir, por desarrollar y por dar a conocer. Para esto, una herramienta fundamental es el Boletín, que da a conocer y permanece en el tiempo, más que cualquier soporte digital, porque es papel.

               Lo digital se supera año a año: cassettes y zips ya fueron. Su fugacidad se desmorona ante la permanencia del soporte papel, atravesando los siglos, registrando el quehacer humano. Esa es la gran diferencia entre lo digital y el papel, por eso, el Boletín, además de su valor real de soporte, tiene un valor simbólico: nuestro deseo, como red, de permanecer, de perseverar en el ser, de privilegiar la salud de lo tangible y lo intangible de los seres humanos sobre la enfermedad y el negocio, atravesando el dolor y la muerte con el coraje y la esperanza del estar juntos, para compartir las luces y las sombras, la angustia y la felicidad.

                                                                                              Coordinadora  Elvi Palacios
                                                                               Taller de coordinadores de Virginia Pugnalli

Nota: El texto imperdible de Sacheri está en la pág
ina 259, de Alfaguara, 1ª edición 4ª reimpresión, 2012.

lunes, 9 de febrero de 2015

Un taller contado por sus animadoras

Las Animadoras del taller cuentan de qué se trata el Taller "Una invitación a la lectura" haciendo clic sobre el nombre del taller.

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También te acercan unas frases de la autora que resultaron ser disparadoras de emocionalidad en cada uno de los talleres:

"Para el dolor se dio la memoria, si es la paz de espíritu lo que deseas, olvida!!"      
"...... una luz que no es fe ni esperanza, sino amor, una señal de triunfo".
"......y aquel que mira las estrellas nunca volverá a estar completamente solo".
"El amor nos llega sin avisar y una vez que se nos entrega nunca pueden arrebatárnoslo, debemos recordarlo, jamás puede perderse....tampoco puede comparase un amor con otro, sencillamente existe. Hasta el roce más sutil y fugaz con el amor verdadero puede bastarle durante toda una vida".

Del libro.Astrid y Veronica, Linda Olsson. Editorial Letras de Bolsillo.

TALLER "UNA INVITACIÓN A LA LECTURA". 
2do. y 4to. lunes del mes
19 hs Bar Plaza del Carmen -Cabildo y Monroe.

Coordinadora: Nora Davis
Ayudante: Liliana Minenna

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Y regalan a continuación palabras de un tallerista:

Invitación a la Lectura

El que sabe leer, no se aburre nunca,
El que sabe leer nunca puede ordenar con éxito una bohardilla.
El que sabe leer es quien es, además todos los personajes que viven en el libro.
El que lee entiende cada vez más y mejor todo.
El que lee maneja todos los recursos de las letras de la lengua..
El que lee es local, regional y universal sin moverse de su silla, sillón o poltrona.
El que lee tiene alas sin límite de altura a cualquier destino, y no padece jet laj.
El que lee no envejece, lo sabe todo y no se figura como cuando era joven.
El que lee siempre dispone de libros para afirmar una mesa renga.
Tenlo presente ,para sentirte realizado es preciso, tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.
Dios escribe derecho en renglones torcidos, la agneda, garra lo libro!!

ROBERTO, participante del taller. "UNA INVITACION A LA LECTURA"

lunes, 22 de diciembre de 2014

Saludos


LA ALDEA

EDITORIAL 

LA ALDEA 

Cada vez  que estoy en el hospital o sus adyacencias, saludo gente.
 En la vereda, en los pasillos del hospital, en los bares aledaños…  con gestos, con un “chau” o con besos y apretones de manos, ese andar se “afectiviza”, se llena de rostros de personas que, de distintas maneras, le dan humanidad y nombre a mi andar.

Algo parecido ocurre en los pueblos chicos, en donde el anonimato no existe, todos saben el nombre de todos y saludan, mucho, durante todo el día, ya que cada transeunte es un vecino que tiene nombre e historia compartida.

Verdad es que no vamos a idealizar a los “pueblos chicos”  y que eso de nunca pasar desapercibido puede ser medio pesado en ocasiones, pero la verdad es que, cuando uno es engullido por la gran ciudad, ve miles de personas por día, pero saluda menos que si estuviera viviendo en una pequeña aldea.

El Programa de Salud Mental Barrial quizás cumpla esa función…la de aldea. Quizás sea un espacio en el que podemos honrar esa cualidad aldeana que nos pide ser parte de una “red social” real, no virtual, en donde se despliegue lo que somos, y en la cual podamos encontrar afinidades, afectos, discusiones, chismerío e historias, muchas historias humanas que compartir, esas que son “la sal de la vida”.

No se trata solamente de los talleres, sino de la red de grupos, de las interacciones que se dan cuando de ser islas pasamos a formar parte de un archipiélago, como decía Thomas Merton, un interesante autor que tenía intuiciones similares a las que forjaron nuestro programa.

No es que somos todos amigos, ya que no se trata de solamente vivir lo placentero y amable,  sino que a veces pertenecer a nuestra “aldea” nos permite tener también enemigos, rivales, peleas, reconciliaciones, entendidos y malentendidos, pero siempre juntos,  para que la novela de nuestra vida sea más interesante que un campo sembrado con monocultivo.

La ciudad es, justamente, un espacio de soledades compartidas si no nos movemos para despertar a nuestra humanidad “aldeana”, esa que nos da nombre, lugar, afecto, pertenencia y la agradable noción de que existimos en un espacio que va más allá de nosotros mismos, por eso de estar en el corazón de nuestros compañeros de ruta.

Los edificios a veces son altos y fríos, las veredas a veces están tomadas por el miedo, los parientes viven lejos, la vida nos llevó por lugares nuevos y por eso quedó atrás el lugar de nuestro origen… Si lo miro desde un tinte melancólico, de cierta manera la ciudad es un espacio de exilios, porque nos llama a alejarnos del afecto, nos convoca a producir bienes y servicios sin pausa, nos parapeta, y nos hace desconfiados…

Si, ya sé, lo anterior es, como dije, una mirada un poco árida de esta ciudad de Buenos Aires, pero nadie puede decir que no es parte de lo real, si bien esa idea del exilio no honra algunas ricas posibilidades que la ciudad nos ofrece.

El programa es, justamente, una posibilidad que la gran urbe ofrece para recrear la aldea, la red de afectos, la pertenencia, la referencia que nos nombra y da sentido, sacándonos del exilio mencionado. Es un reflejo de esa Patria, que es, a la vez, el otro que está con nosotros, y el universo de nuestra interioridad, de la cual a veces huimos por eso de ser “duros” en un mundo desangelado.

Los talleres son esos fueguitos que mantienen el calor de lo comunitario, en clave intimista. Y la unión de esos talleres forja una aldea silenciosa, con gente que se conoce, con historias que circulan, con amores furtivos o no, con rencores que podrían escribirse en la más negra de las novelas a la vez que, con otra mirada, podrían formar parte de la más cómica comedia costumbrista. Y lo lindo es que nos permite ser protagonistas de eso, no solamente espectadores.

Es verdad que la ciudad tiene otros lugares que también ofrecen pertenencia. Pero éste es, a mi gusto, de los más lindos. Es una linda aldea la del Programa de Salud Mental Barrial. Al ver los rostros, los afectos, al escuchar las historias, los chismes, las epopeyas y las tragedias que habitan este territorio, me da alegría la fortuna de ser habitante de este pueblo y su peculiar trama.

Eso es salud…también. Salud espiritual, cultural, emocional, nacional, aldeana… Es reconocer la raíz aldeana de nuestra humanidad, ya que sin ella viene el antes mencionado exilio, el que nunca podrá ser compensado con teorías o devaneos retóricos.

Desde esa aldea, creceremos y haremos nuestra vida. El hospital hospitalario, el Pirovano, ofrece esa oportunidad de ser con otros…ofrece la oportunidad de saludar gente, saber nombres, tejer historias y sabernos habitantes en el corazón de otros, esos otros que, a su vez, habitan en nuestro corazón y son nuestro tesoro más preciado.


MIGUEL ESPECHE

Coordinador General

jueves, 13 de noviembre de 2014

MEMORIOSO

Hola Compañeras:  Adjunto les mando un escrito hecho por un integrante del taller Nuestra Vida Después de los 70 Años.  Su lectura ya fue compartida en el taller hace unas semanas. Se trata de un integrante de 84 años, lúcido y con un envidiable sentido del humor y una mirada siempre positiva sobre todos los temas, muy querido en el grupo e integrante de otros talleres.
Creo que es una pequeña joya de optimismo y vale la pena que se conozca en el programa. Si fuera posible, les pido su publicación en el blog de la página y en el próximo boletín.
Gracias desde ya, besos y abrazos.
Carlos Montes. Animador Taller “Nuestra vida después de los 70 años”


MEMORIOSO

Ayer un vecino me dijo que estaba yendo a un taller para la memoria, me dio un poco de lástima por él, será por lo bien que yo recuerdo todo, lo cual también tiene su desventaja pues me hace ver lo mucho y mal que han cambiado las cosas estos últimos 70 años, desde que yo era un pibe.

La luz del sol, por ejemplo, ya no es la misma, es más débil, las cosas lejanas se ven borrosas, y las cercanas también, como las letras, las cuales inclusive son más difíciles de entender porque ahora se escribe más confuso.  Lo mismo sucede con las horas, el minuto actual dura la mitad que antes, y lo sé porque antes tardaba 1 y ½ minuto para hacer una cuadra y ahora tardo 3!

Y ni qué decir de la gente, especialmente las mujeres a quienes antes había cortejado mucho para conquistarlas y ahora te ceden el paso amablemente y apenas subís al colectivo te dan el asiento con una sonrisa, la verdad que no lo entiendo.

Y mucho menos a mis amigos, antes estábamos en el romanticismo y ahora se la pasan hablando del reuma-ticismo!  Recuerdo que formábamos una banda y siempre estábamos en “nosotros” tal cosa y “nosotros” tal otra, ahora son todos socios de un llamado PAMI y están con el PAMI de aquí, PAMI de allá.

Y por último esto de la moda:  hay que escapar del alemán y que la manera de saber si te alcanzó o no, si te olvidaste dónde dejaste la llave no importa, si no sabés para qué sirve una llave ya te alcanzó.  Yo estoy retranquilo,  pero me da curiosidad:  ¿Qué demonios es una llave?


                                                                                            JOSEGE


                                                  Integrante del taller “Nuestra vida después de los 70 años”

lunes, 15 de julio de 2013

Lejos de mi tierra

Hace un año y  medio..... ya!!!! emprendí con mucha emoción una aventura sin saber por qué vicisitudes me iba a llevar. El origen España, mi tierra, ese lugar dónde nací y crecí; el destino Buenos Aires, ciudad que me acogió y me acoge con los brazos abiertos dentro de este hermoso caos de pasiones y gente que ha puesto en juego mis estructuras, donde he podido descubrir una nueva Sara, o tal vez, aquí, a poco más de 10.000 kilómetros me he permitido ser y estar.

Deducirán pues que estoy encantada y feliz acá.....pero ayyyyy ¿qué pasa cuando surgen esos momentos donde las añoranzas brotan sin contemplación o las diferencias culturales se hacen manifiestas y me brotan a mí?.

Muchas veces siento como la tierra me grita y me reclama de diferentes formas poniendo en juego mis deseos.  Este taller lejos de mi tierra, me gustaría fuera un espacio donde aquellas personas que no somos de Buenos Aires y vivimos acá podamos compartir nuestras alegrías y añoranzas, lo que nos llama la atención de un lugar y de otro, aquello que nos impacta o que nos divierte, sobre todo que podamos expresar nuestros sentimientos y emociones sintiéndonos acompañados.

Animadora Sara Fernández
Taller "Lejos de mi tierra"
Lunes 18:30hs Bar TV

domingo, 26 de mayo de 2013

SALUD, LIBERTAD Y AIRE FRESCO EN LA EXPERIENCIA DE SALUD COMUNITARIA



Creo hacerme eco de muchos de quienes se han acercado al Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano en estos últimos años si digo que, en lo que a vivencias respecta, la sensación de aire fresco, de vitalidad y entusiasmo es lo que nos cautivó desde el primer día, y lo hizo de forma tal que, sin demasiada duda, nos afincamos en este territorio en el que las décadas pasan y nosotros, ganosos como estamos,  ni nos damos casi cuenta. 

A veces me asomo a la cotidianidad de otras lindas y respetables instituciones ligadas a la Salud Mental y me pregunto cómo compartir con ellos este sentir. Me dan ganas de poder juntos airear el discurso de la Salud Mental instituida, ventilarlo, llenarlo de aliento nuevo, como para que sean las ganas y la frescura del entusiasmo y no el afán reivindicativo y batallador lo único que nos hermane e identifique como comunidad que hace por la salud de la población de la que formamos parte.

Al árbol se lo conoce por sus frutos. En esa línea debo decir que, al sumar años a mi tarea dentro del campo de la salud mental comunitaria, cada día más enfáticamente busco frutos de alegría  y potencia anímica en las experiencias compartidas, en desmedro de los discursos que, más allá de su inteligencia, generan frutos emocionales del orden del bajón, el resentimiento y el afán reivindicatorio como fin en sí mismo.

En otras palabras, lo que entusiasma para mí vale más que lo que enoja o resiente en clave de rumiante agobio, más allá de que puedan haber razones o realidades bien descriptas en ese discurso. El entusiasmo, hemos comprobado, no depende de lo que te pase tanto como de lo que haces con lo que te pase. Y si ese “hacer” es compartido con tus compañeros de ruta, mejor, tal como lo descubrimos una y otra vez en nuestros muchos talleres y en estos muchos años de experiencia acumulada, en la que se cuentan por miles y miles los participantes de nuestros grupos.

Es así que cada día agradezco más las enseñanzas de Carlos Campelo, quien nos sorprendía con sus palabras, su abordaje a los temas reales de la vivencia comunitaria, su contacto con el día a día de las personas que, como vecinos que eran, se acercaban al hospital para encontrar a quien valorara y acompañara su experiencia, su dolor y su deseo de salud. Campelo veía al vecino como un ser potente, no un “carenciado” o un “enfermo” víctima de una estructura social y discursiva. Nunca negó esa estructura social ni el discurso que fomenta la injusticia, la segregación, la violencia y la explotación, solo que no se quedó allí, embelesado con esa descripción de las estructuras, sino que se metió en ellas, para desentrañar la salud que había aquí y allá, en toda experiencia existente dentro de la comunidad, más allá de las circunstancias que atravesaran a dicha comunidad.

Creo que es por ese origen sencillo y poderoso que el programa es tan nutrido y grande, cualitativamente y cuantitativamente hablando. Es por su lenguaje fresco, su mirada respetuosa del poder de cada uno y de todos juntos, que ya desde la lejana década del ochenta, se pudo nuclear a tanta gente y talleres. Creo que el programa del Pirovano es tan popular y representativo de las vivencias de la comunidad dentro de la cual se enclava porque que habita el barrio, no pretende colonizarlo con discursos ajenos a la experiencia cotidiana.
Desde allí, nuestra red de talleres palpita cotidianamente en paz, regando con amor la vecinalidad, sin guerras ni batallas que no hacen a la cuestión.

La energía del Programa de Salud Mental Barrial es la del jardinero que ama a su jardín y, por eso, lo cuida. No va en contra de nada sino que va a favor de una vivencia de Salud que apunta a la Libertad. Esa libertad incluye, entre otras cosas, la liberación respecto de las imágenes del pasado que obturan la sensación fresca del presente que se logran cuando los vecinos comparten y conversan de sus cosas. Es de una profunda belleza testimoniar la alegría que genera en los vecinos el poder lograr salir, con confianza en su propio ser y saber, del determinismo que agobia y resiente a fuerza de ideas repetitivas y vacías. 

La libertad es darnos cuenta de que podemos hacer “algo” con lo que nos fue dado desde la historia y desde el lugar en el mundo en el que aparecimos en la vida. Ese “algo” tiene que ver con despertar a lo que somos, no con corregirnos según un modelo prefabricado de lo que debiera ser “salud”, o una maqueta artificial de lo que es “comunidad”, construida por los entendidos de turno. 

Quizás sea interesante no dividir las cosas entre las experiencias populares “buenas” o las “malas” sino, en todo caso, entre las que están “vivas” y las que, por el contrario, están “muertas”, en el sentido de estar ajenas a la posibilidad de la sencilla alegría del compartir a favor del amor comunitario, ese amor que se nutre de ganas y no de afanes guerreros.
Por eso el Programa de Salud Mental Barrial enamora a tantos (obviamente, no a todos). Es como una novia eterna, un perpetuo despertar a las ganas de generar historia, sin cargarnos con agobio las espaldas con un relato del pasado que nos pisa el alma. Al pasado lo usamos con la autoridad que nos da el ser dueños de nuestro presente, no permitimos (al menos es nuestra aspiración) que el pasado nos use y nos saque del partido.

La Salud es la libertad, decía Campelo. Eso proclama nuestro programa. La libertad no es una meta a la que llegamos para, luego, no saber qué hacer con ella. La libertad es un inicio, un nacimiento, no un final. En ella empieza la historia, no se termina. Somos libres, aunque no nos demos siempre cuenta de ello. Dentro de esa libertad se tejen las historias de los talleres, esas que, a modo de los cuentos de las Mil y Una Noches, nos hacen vivir cada día con ganas, esperando a su vez el día por venir con anhelo, al intuir que somos parte del relato, no solo meros espectadores o, peor aún, víctimas impotentes del relato ajeno.

Cuando vemos a la red de talleres como un jardín lleno de plantas diferentes, tenemos una semblanza de lo que es la abundancia de nuestra comunidad. Esa abundancia nos define, sin dudas, mucho más que tantas pesadillas que hay por allí dando vueltas, que serán parte de nuestra identidad, pero no son, ni cerca, la última palabra respecto de lo que es nuestra potencia comunitaria y ciudadana.


                                                                                         MIGUEL ESPECHE

martes, 9 de abril de 2013

MALDITA INUNDACIÓN


Las inundaciones han lastimado. Las casas fueron invadidas por el agua, la que entró a traición en dormitorios, cocinas, livings, etc., llevándose muebles, televisores, ropa y recuerdos guardados desde hacía generaciones, de esos que no se recuperan, como las fotos de los abuelos o las viejas cartas de amor.

El agua fue implacable y mató gente. En dormitorios, en sus autos…¡qué tristeza pensar en eso!,  en ese destino  que arrebató a tantos que lo sufrieron. ¡Maldita agua!

El primer día del drama fue en Belgrano, Coghlan, Saavedra (los barrios del hospital Pirovano) y muchos otros lugares capitalinos. Al siguiente, La Plata, pero también La Matanza, San Fernando, y tantísimas otras localidades, con miles y miles de historias de tristeza y angustia que superan la posibilidad emocional de abarcarlas sin sentir que es demasiado para poderlo bancar sin también ahogarnos de pena.

Conmovida, la gente empezó a ayudar. Salió a la luz lo que siempre está y que nosotros, dentro del programa, sabemos bien que existe: la solidaridad. Como todo fenómeno humano, viene mezclado (de vedetismo, de alguna hipocresía…) pero, de fondo, salió una de las características sociales más ocultadas en esta época de metódico escepticismo: la buena vecindad, el amor comunitario. Apareció esa nobleza social que se nos oculta a la conciencia con tanta permanente descripción del infierno que vemos día a día en los medios.

La idea, frente a esta calamidad y al despertar solidario concomitante, fue ofrecernos  como red de ayuda mutua para acompañar. Todos los talleres del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano son, potencialmente, un lugar para recibir a los vecinos que sufrieron en carne propia la inundación.

Seguramente varios de nuestros coordinadores y vecinos participantes en los grupos han sufrido al agua en sus casas, han vivido el apagón, han visto flotar sus pertenencias en medio de la impotencia. Eso no lo podemos remediar, recordando que, aunque a veces quisiéramos ser Superman, nuestro programa no está para remediar nada, solamente para acompañar con el corazón a los vecinos, apuntando a la potencia de lo comunitario como valor esencial dentro del cual todos participamos y tomamos fuerzas.

Acompañar en el sentir, estar allí, disponibles, es nuestro lugar y nuestro deseo. Quizás hagamos algún taller específico un poco más adelante para los que vivieron la pesadilla, o quizás no haga falta, porque los “canales aliviadores” de la  red de talleres posiblemente absorban por sí mismos a quienes elijan arrimarse al fogón pirovanense a compartir su pena y a recibir la tibieza que vence al frío del agua y la humedad.

Hay una frase de G.K. Chesterton que he recordado estos días. Dice así:


"El modo de atenuar la pena es magnificándola. La manera de afrontar una crisis penosa es insistiendo mucho en que se trata de una crisis; hay que permitir a la gente que se siente triste que por lo menos se sienta importante".

 El dolor es parte de nuestra potencia, no de nuestra impotencia. Por eso estamos dispuestos a recibirlo y compartirlo acá en el programa dándole, como aconseja Chesterton,  la importancia que se merece, ofreciéndole un lugar de calidez.
Queremos que acá, en nuestra red de talleres, esa pena encuentre reparo, humanidad y fraterna compañía, para reiniciar el camino con fuerzas nuevas, antes impensadas.


                                                                                  MIGUEL ESPECHE
                                             Coordinador General