EDITORIAL
NUESTRAS
RESERVAS FRENTE A LAS CRISIS
El cuerpo tiene
reservas que se activan cuando son convocadas. Cuando hay hambre o sed, cuando
aparece una infección o peligro, se activan partes de nosotros mismos que
estaban allí, dormidas, esperando por las dudas… En nosotros está el alimento
acumulado, el líquido que hemos bebido, los anticuerpos que habitan nuestro
universo celular y que, a la hora de defendernos de un intruso que viene a
infectarnos, se apresta, como un soldado, a defender el territorio con recursos
poderosos.
El alma también tiene
esas reservas. Por ejemplo, contamos con
coraje cuando hay peligro, temple cuando las cosas se ponen feas,
humildad cuando hay que repechar una circunstancia que nos mostró nuestra
pequeñez, o paciencia, para las ocasiones en las que no es la épica sino el
“paso a paso” lo que se requiere para salir de la mala.
Lo antedicho apunta a
lo que está en nosotros, en el terreno de nuestra interioridad o, si se
prefiere, dentro de nuestra mente.
Sin embargo, existen
también otras reservas al momento de vérnosla con los dolores, los peligros,
las crisis, los dilemas o las confusiones que forman parte de nuestra vida.
Parte de esas reservas son los otros, es decir, aquellas personas que forman
parte de nuestro ecosistema emocional.
Parientes, amigos,
vecinos…con ellos contamos cuando nos agarra algún “tsunami”, o cuando alguna
encrucijada nos lastima u obnubila.
A veces ni siquiera
son personas que conocemos. En ese sentido, me suele conmover lo que pasa por
lo general cuando alguien se cae en la calle, o cuando un ciego debe cruzar un
semáforo que no puede ver. Si bien siempre habrá algún egoísta, por lo general
en esas ocasiones aparece gente que ayuda, que da una mano. Es un ejemplo
sencillo, casi obvio, pero sirve a modo de ejemplo de lo que quiero decir al
nombrar aquello con lo que contamos para los momentos de dificultad, sea eso
obvio o no para nuestra percepción.
Otra reserva con la
que contamos es nuestra historia. Podemos apelar a la evocación de nuestros los
logros como ejemplo ante los nuevos desafíos. También está la historia de
nuestra familia o de nuestro pueblo, que suman nociones que nos ayudan a sentir
que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos. Las tradiciones, por
ejemplo, tan vituperadas cuando salen
del mero pintoresquismo de danzas y trajes típicos, son una acumulación de
sabiduría que puede ayudarnos a la hora de decidir frente a lo que la vida nos
pone enfrente. Sin conciencia de que formamos parte de una tradición, o que lo
que los antepasados han acuñado no es todo “dinosaurismo”, nos vemos muy
débiles y perdemos sostén frente a las cosas de la vida, perdiendo solvencia y
calidad anímica.
Habitualmente evoco
aquella frase que le escuché a Jayme Barylko que decía que “el individuo es un
error antropológico”. No hace falta ser filósofo para valorar la importancia de
esta frase. Significa que esa idea de que somos seres aislados y separados de
nuestros prójimos o de la Tierra en la que vivimos, es un error que pagamos
caro. Somos en red, en comunión con los otros y con el Mundo, formamos parte de
algo que está más allá y más acá de nosotros.
Algunos pensadores
apuntan al concepto de “persona” en vez del de “individuo” ya que el primero
apunta a una concepción más profunda y generosa de nuestra identidad,
constituida en red con los otros y con el mundo en general.
En esa línea, hace
poco, para mi sorpresa, encontré en internet un discurso de Arnold
Schwarzenegger, el corpulento actor de “Terminator”. El hombre criticaba la
noción del “self made man”, es decir, el “hombre que se hace a sí mismo”, tan
elogiado en la Individuocracia norteamericana, pero tan dañino como irreal a la
hora de describir lo que somos. Enumeraba el gran Arnold en su discurso, a todos aquellos que lo
habían ayudado en el camino desde su Austria natal hasta Hollywood Eran
personas sin las cuales él no habría llegado nunca a donde llegó. Nunca pensé
que palabras dichas por ese actor y ex gobernador de California podrían
conmoverme pero…la vida trae sus sorpresas, si dudas.
Nuestras reservas son
los otros, y cuando nos quedamos solos, cuando nos aislamos de la red de
prójimos, o cuando perdemos aquellos sostenes en los que habíamos confiado,
estará siempre esa red de familia, vecinos, amigos, personas, que forman parte
de nuestra identidad y le dan riqueza a la misma.
Cuando en la crisis
del 2001 los ahorros fueron confiscados por los bancos, y los trabajos cayeron
en picada, estuvo la red de vecinos llamada Programa de Salud Mental Barrial
para acompañar, para cuidar, actuando como reserva frente a la dolorosa
circunstancia. Es un ejemplo de lo que significa saber que formamos parte de
una comunidad, no somos islas, somos red. El programa en aquellos días ayudó a
que no nos identificáramos con nuestra economía, recordando que hay un capital
inconfiscable: los humanos que nos acompañan en el camino de la vida, con los
cuales podemos contar en los malos momentos (y en los buenos también).
A veces, por propio
descuido, por las desgracias que suelen ocurrir o porque fuimos egoístas o
equivocamos el camino, quedamos solitarios y a la deriva, sin nadie con quien
compartir nuestro penar. Asimismo, en ocasiones, por esas mismas razones, nos
olvidamos de lo que valemos, de lo que podemos ayudar, de nuestra sabiduría
desconocida o dejada de lado.
Allí aparece la red
de talleres, que permiten recordar quienes somos, con qué contamos, cuáles son
nuestras fuerzas y virtudes, para atravesar los momentos duros. Somos la gran
familia de la comunidad que se acuerda que, para existir, debe ser solidaria y
organizada, pudiendo así activar nuestras potencias y nuestras reservas.
Cuando nos duele el
alma, el solo hecho de compartir con alguien significa un consuelo. Sin
embargo, algo pasa en nuestra cultura que ese compartir no se hace fácil, nos
aislamos, nos avergonzamos o creemos en aquello del “self made man” criticado
por el bueno de Arnold, el ahora amigo
de nuestro programa.
La red comunitaria
nos fortalece, nos ayuda, nos da perspectiva y ganas. Son cientos o miles de
pequeños milagros de amor, encarnados en conversaciones que se dan en los
talleres, así, como quien no quiere la cosa.
A veces nos olvidamos
de la maravilla del sencillo acompañarnos, el compartir la mesa de la emoción y
la idea. Pero esa posibilidad es nuestra reserva, nuestra red, nuestra
fortaleza compartida, sin la cual, sin dudas, poco seríamos, sobre todo, cuando
los tiempos se hacen difíciles y se hace duro vivir a la intemperie.
Miguel
Espeche
Coordinador General