Cuando alguien ingresa a cualquiera de nuestros talleres, debe saber que en esa reunión el que tiene la última palabra es el coordinador.
Deberá saber que es algo muy bueno que eso así sea, porque sino todo sería un lío.
La autoridad del coordinador lo habilita, entre otras cosas, a marcar rumbo de las temáticas del grupo, ejercer el derecho de admisión y vincularse con las autoridades del lugar con el fin de contribuir a que se guarde el buen orden dentro del grupo, el que, se sabe, es una representación de todo un programa esencialmente solidario y bastante grande e interesante, como lo es el Programa de Salud Mental Barrial.
En esa línea, la palabra del coordinador es la última. Y lo es en el sentido de que marca el punto desde el cual las cosas van a seguir dentro de la dinámica del grupo, priorizando algunos elementos por sobre otros, según el saber y su entender del que conduce la experiencia.
Nosotros en el Pirovano valoramos mucho el “saber y entender” de los coordinadores. El mismo es importantísimo, porque es la medida del éxito o fracaso (si es que el fracaso existe) de un taller. Sin un coordinador que sepa algo y entienda también algo, no iríamos a ningún lado y, si existiese un grupo con un coordinador que no se afirmara en su saber y entender para, desde allí, conectarse con la experiencia compartida, dicho grupo en breve quedaría diluído y estéril.
A veces ocurre que alguien (coordinador o participante de algún taller) confunde aquello de la última palabra con la única palabra. Cuando eso ocurre, se arma jaleo, en versión altisonante, o versión calladita pero corrosiva.
En realidad, la última palabra es una palabra habitada, en cuyo ADN se percibe rastros inconfundibles de las palabras precedentes pronunciadas por los miembros del taller, incluyendo al coordinador mismo. Es decir: en la última palabra habita la penúltima, la antepenúltima, y así sucesivamente, en dosis y proporciones que son decididas por el coordinador.
En la única palabra, lo que se percibe en el ADN es que nada de lo que los otros han dicho habita en ella, por lo que es una palabra que suelen preferir los tiranos, los tontos y los malos, para jorobar a la gente y dominarla cual objetos que sean una extensión de sí mismos. Es que la única palabra es la palabra que no tiene prójimo, es una palabra desolada y vampírica que no tiene vecino, y es propia de aquellos que usan a los demás para tener una pared en blanco sobre la cual descargar sus pensamientos, los que se tornan estériles al no tener deseo de ser fecundados por lo que los otros tengan para decir.
La única palabra está vacía de toda curiosidad, solo quiere afirmarse a sí misma, por lo que suele ser insufrible o, en algunos casos, seductora cuando lo que se desea es que otro se haga cargo de las escenas para así evitar la propia responsabilidad de protagonía.
Por suerte, acá en el programa valoramos la última y no la única palabra. Cuando un coordinador apunta a tener la única palabra su taller se vacía de sentido y, generalmente, de gente. Cuando un participante apunta él a su vez a la única palabra, su participación es precaria, tensa y aburrida, cuando no violenta.
La última palabra, bien pronunciada por el coordinador de un grupo, puede ser rotunda y cortar de cuajo alguna situación desmadrada. De hecho, cuando eso ocurre lo que sentimos es una sensación importante de paz, como cuando en una reunión de consorcio alguien, en uso de sus facultades, decide algo de una buena vez de manera nítida; o cuando vamos a un restaurante y vemos que un padre o madre en la mesa de al lado corta de cuajo algún llanto histérico de un hijo díscolo. En este terreno de lo metafórico, también podemos decir que la última palabra es como cuando por fin llueve, tras horas y más horas de calor, nubes y mortal humedad. Esa lluvia, generalmente precedida por un trueno de aquellos, alivia y ordena el mundo tanto como el “¡basta!” bien dicho de una madre a su alterada prole.
A no dudarlo, cuando alguien quiere licuar la autoridad de un coordinador, lo acusará de tirano. Pasa bastante. En general, los acusadores son personas que quieren tener ellos la última palabra (en realidad, la única), como cuando los hijos adolescentes nos quieren complicar la vida pero, a diferencia de éstos, que lo hacen para crecer poniéndonos a prueba, los que quieren adueñarse de la última palabra de un grupo sin ser los habilitados para ello, son los que en épocas de Campelo se llamaban “personas con problemas con la autoridad”.
Ni qué decir cuando en un grupo se arma una puja por imponer la única palabra....el clima se pone denso y dan ganas de irse: muchos argumentos en batalla silogística, pero nada de vínculo y común-unión, ausencia que, sabemos, mata el entusiasmo y las ganas de estar, y llena de bostezos las reuniones.
A los fines de ayudar a los coordinadores y, a su través, a los miembros de los grupos, lo que ocurre en el animador dentro de su grupo es revisado con sus compañeros animadores en las reuniones de coordinadores. Allí la última palabra de un taller de ayer, puede ser la palabra inicial del taller de mañana, fertilizada por el intermedio de los compañeros-pares de ese animador, quien retornará la semana siguiente al taller que coordina nutrido por sus propias reflexiones y las de sus compañeros.
Es así que, si lo pensamos bien, la última palabra absoluta al fin de cuentas no existe, aunque podemos imaginar que en el final de los tiempos la encontraremos. Bueno, mientras esos tiempos finales van llegando (para lo cual en lo personal no tengo ningún apuro), las palabras circulan y circulan, en un juego fértil de intercambio.
En lo que a talleres respecta queda claro: la palabra final a ser dicha en ese espacio definido, es del coordinador, quien asume esa responsabilidad, ayudado por un programa que lo respalda y acompaña en su proceso.
Ordenados por esa premisa, todas las palabras tendrán su lugar correspondiente y, ¡maravilla! se abrirán las posibilidades de escuchar las palabras de otros, algo muy aconsejable por cierto, ya que no todo es decir en esta vida, sino también lo es escuchar el decir del otro que nos acompaña y nos nutre con el lenguaje de su vivencia.
MIGUEL ESPECHE
Coordinador General
Editorial del Coordinador General publicada en el Boletin del PSMB de Enero 2011
2 comentarios:
Hola, que tal? Se por gente conocida que los talleres son maravillosos, pero hoy estoy buscando opciones para mi hijo adolescente, de 17 años, que es demasiado timido y esta queriendo encontrar un espacio para el. Habra talleres para gente de su edad? Desde ya muchas gracias !
Marga, es cierto que los talleres del Pirovano son maravillosos !!!
Si bien estás consultando para encontrar un espacio para tu hijo, me permito
invitarte a experimentar la maravilla que se produce en los talleres.
Lunes 9:30 “Compartiendo la adolescencia de nuestros hijos”
Bar Misión Plaza - Nueva York 4048 1er piso – Devoto
Sábado 17:30 “Hablemos de lo que nos pasa. Los cambios, los hijos, el dinero.”
Confitería QUEBEC-Av. Cabildo 2782
Hasta pronto !
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