domingo, 6 de septiembre de 2015

Leer a Carlos Campelo

       Leer a Carlos Campelo es disfrutar de ser humano, de ser-con-otros. Es mirarse en el espejo y no ver la propia imagen, sino la imagen de una comunidad viva trabajando y trabajándose con intensidad, valorando todos los espacios, las presencias, las ausencias. Significa vencer los miedos propios y comunitarios para vernos  completos, capaces de vencer nuestros propios límites, abriendo fronteras, derribando muros, dando la palabra a los silencios y a las sombras que anidan, ignorados, en nuestro interior, sin prisa pero sin pausa, con los tiempos del espíritu.
Leer a Carlos Campelo es dejarlo acercarse a nosotros, abrir los pliegues del corazón para que su presencia nos hable en libros, en la web, en los que tuvieron el privilegio y la alegría de conocerlo. Escucharlos es sentir vibrar la pasión de Campelo por un camino en el amor de una comunidad que sigue avanzando hacia un horizonte donde no faltan los obstáculos, los recodos, las contradicciones, pero también, la paciencia atenta, la persistencia renovada, la escucha inteligente, la risa compartida, la mirada que va más allá de las palabras. Por eso es tan valiosa la presencia de aquellos que compartieron esa etapa fundante del Programa, porque en ellos habitan los genes espirituales de Carlos Campelo.
Leer a Carlos Campelo es sentir nuestras potencias como personas y como comunidad, esa que él soñó, construyéndola-con-otros y que sus propias palabras la definen: “Una comunidad bien habida no es un coro homogéneo, no es un regimiento que desfila de a cuatro en fondo, un dos, un dos. Una comunidad es uno de esos mejunjes de ir y volver, de disentir y unirse, de acordar y estar enfrentados, que nos ha llevado a decir, desde aquel doloroso 18 de julio del 94, "Sigamos juntos, aunque no estemos de acuerdo". (Porque acordar, de a-cordis, significa juntar los corazones, y nosotros, en el Programa Salud Mental Barrial, si no podemos juntar los corazones juntaremos las manos, o las voces, los movimientos, o el deseo – que es uno solo siempre: crecer, y ser feliz, que es la única razón para filosofar, dice San Agustín – o las almas, que no pueden estar sino juntas, y "al sol". (Alma que no se junta con sus prójimos, y prójimos que inventan enemigos y rivales, no son almas, no son prójimos,).
       Para nosotros, "todo es común" (…)una comunidad, un lugar de comunes, un lugar en donde para ser hay que ser con otros, más allá de las cuatro paredes de mi living, un lugar en donde, cuando decimos nosotros, nosotros es nuestra mejor forma de decir yo, un lugar en el que sabemos por propia experiencia, que nadie puede ser feliz en un pueblo que no se realiza, un lugar en el que cuando alguien llora, por ese dolor sin fin que le ocupa casi toda la vida, llora para su bienestar, y con él, produce bienestar a quienes la vemos llorar, y algunos, hasta desconocidos, ya listos para acompañarla, preparan los pañuelos”.(..) Por eso reclamamos que nuestro programa de salud mental barrial sea entendido como un programa de salud y crecimiento comunitario, o de animación barrial, por eso del ánima, o el alma, ¿recuerdan?, o de cultura barrial, por lo que de cultivo y cuidado tiene la cultura. Bueno; pero lo que yo quería es decir que, contrariamente a lo que piensan muchos "trabajadores comunitarios", que creen que pueden ir a algún lugar a "hacer comunidad", la comunidad bien entendida empieza por casa, que nadie puede hacer "comunidad" desde otro si no la hace desde sí, y que no es un requisito sine qua non ser pobre de toda pobreza para hacer un proyecto comunitario. Las familias de barrios "acomodados", o de clases medias, o de buen pasar, o de "si hay pobreza que no se note", algunas de esas familias, decimos que somos una comunidad, casi tanto como los vecinos sensibles de Flores o de Palermo, esos compañeros”.

Coordinadora Elvi Palacios
Taller de Coordinadores de V.Pugnali-M.Couriel

lunes, 20 de julio de 2015

EL PROGRAMA COMO UN ENTRETEJIDO DE ESCENAS

EDITORIAL

EL PROGRAMA COMO UN ENTRETEJIDO DE ESCENAS

Ellas se reúnen en una sala de la parroquia, pero el otro día, por no recuerdo qué razón, tuvieron que cambiar a otro de los ambientes del lugar. Allí, en esa sala más pequeña en la que hay un piano, se sienten más cómodas. El lugar es frío, pero ellas, las asistentes al taller que coordina Laura allá en Padua,  se sienten bien allí, al punto que una de ellas decidió llevar un calentador de ambientes y otra un mantel para cubrir una mesa y allí poner las “cositas” que llevan para compartir a modo de alimento. Es verdad que hace unas semanas hubo un paro que decidió al párroco a cerrar la iglesia, pero ellas, a la hora exacta, se reunieron en la escalinata del templo y allí, a pesar de que estaba un poco fresco, se sentaron y departieron haciendo una linda jornada de taller. 

En otro lugar, una señora se suma a un taller de teatro, pero no quiere actuar. Está allí, mira, pero no hace nada. ¿Qué la llevará a ir cada semana a compartir un espacio al que va, pero no para hacer lo que se supone que hay que hacer en un lugar así? No sabemos. Mira, a veces con rostro crítico, pero no actúa…misterio total…¿sabremos alguna vez qué la lleva a estar allí?

En otro grupo, los integrantes se enojan porque su coordinador no viene más. No saben qué pasa realmente, tironeados por las diversas versiones acerca del por qué de su partida. Lo apreciaban y no entienden qué hacen allí en el grupo otros coordinadores que aparecen para reemplazar a aquel que, por conflictos en su grupo de coordinadores, decidió partir. Igualmente cantan, porque es un taller ligado a lo musical, pero parece que, razonablemente, están enojados y no se sabe qué harán en el futuro, más allá de que ese taller posiblemente siga allí con alguien diferente que lo anime, para que siga la música. 

Las escenas que describo son eso: escenas, de las miles que habitan desde mediados de los años 80 nuestra red de talleres. Son el ADN de nuestro programa, el entretejido esencial de eso que llamamos “talleres”, la trama a través de la cual circula lo vital que habita en todo grupo de personas. El PSMB ofrece el escenario, los vecinos lo llenan de contenido.

Pero no solamente las tramas de hechos y emociones se remiten al territorio de los talleres, sino también  a los ecos que generan en las vidas de sus participantes, por fuera de la geografía “pirovanense”. 

Ejemplos personales: En el andén de la estación Callao del subterráneo una señora me increpa por causa de un conflicto en los talleres ocurrido hace más de 10 años. En una importante institución, en una reunión que nada tenía que ver con el programa, otra señora me agradece porque su madre participó de los talleres a lo largo de sus últimos años de vida, siendo feliz en ese compartir. 

En el taller de la página web un vecino se acerca para ofrecer sus conocimientos y “hospeda” nuestra página en su empresa de Internet de manera gratuita, mientras que en el grupo de prensa otro vecino, compañero coordinador, enseña a otros de qué se trata Facebook y cómo usarlo de la mejor manera para potenciar nuestros talleres. 

Una mujer encuentra sosiego en un taller en la Biblioteca Nacional, otros vecinos van a los talleres, pero no le dan bolilla real a los grupos, porque lo único que quieren es encontrar pareja, pero, como se sabe, con esa actitud es más que difícil encontrar pareja. 

El Gran Barrio es un entretejido de escenas. Miles de ellas. Duras, amables, dulces, terribles. Son situaciones que tienen un eje en común: se viven en comunidad, se transitan junto a otros, quienes testimonian ese acontecer. Nosotros, en el Programa de Salud Mental Barrial, creemos que eso es bueno.

Los grupos son eso: grupos. Pero además de serlo, en nuestro programa son parte de un cuerpo, una suerte de aldea forjada alrededor de la ayuda mutua, la solidaridad, la salud y el deseo de potenciarnos desde lo que somos. Dentro de ese cuerpo, las escenas, de a miles, forjan el día a día de todos, agregándole condimento, aventura, valor, a una vida que sería desabrida sin escenas, sean éstas del tenor que sean, para que despleguemos nuestra humanidad con ganas, tejiendo entre todos la gran novela del mundo.


                                                                                               Miguel Espeche
                                                                                          Coordinador General

Taller de las Fotografías - apertura miércoles 22 de julio

Las fotos tienen gran poder de expresión, muestran el motivo y descubren el mundo íntimo de su autor. Mirarnos a través de las imágenes nos potencia en la búsqueda y el hacerlo en grupo nos da la opción de ampliar la mirada más allá de nuestra propia subjetividad.


Taller de las Fotografías
TÉCNICA Y EMOCIÓN PARA LA EXPRESIÓN
Anima: Miguel Vella
Miércoles 17:30 – Av. F. Lacroze 3901 esq. Fraga
 MUSEO FOTOGRÁFICO SIMIK / Bar Palacio

A partir del 22 de julio

lunes, 20 de abril de 2015

SOMOS REFLEJO DE NUESTRA COMUNIDAD

Editorial
SOMOS REFLEJO DE NUESTRA COMUNIDAD

Alguna vez nos han dicho que el Programa de Salud Mental Barrial es único, que es un espacio de excepción dentro de un contexto social, dicen,  árido y poco gentil.
En realidad, prefiero pensar que nuestra red de talleres pirovanenses no es un espacio de excepción sino que es un espejo que nos permite ver y ejercer un montón de virtudes que son, también, patrimonio de nuestra comunidad.

Creernos diferentes o mejores que la comunidad en la cual vivimos no nos hace bien. Es lindo estar orgullosos de lo que somos y lo que hacemos, pero agradecidos por el hecho de que participamos de una sociedad en la cual, si lo sabemos ver, habitan esos mismos valores que nos permiten ser los que somos y hacer bien lo que hacemos.

Vale una linda experiencia que me tocó vivir hace unas semanas para graficar lo antedicho, dado que, en ella, se produjo una situación intensa y significativa,  que no se dio en un contexto “pirovanense” pero, al menos para mí, demostró que eso de juntarse a compartir, sea en el paisaje que sea, hace bien.

Estaba en un geriátrico de PAMI por un tema familiar, junto a mi hija Lucía. Debíamos esperar un buen rato por un trámite burocrático, así que, en el hall central del lugar, lleno de ancianos sentados en diferentes mesas,  nos sentamos en una en la que estaban varios hombres reunidos. Éstos eran algo más jóvenes que los demás habitantes del lugar, pero tenían algún tipo de discapacidad motriz por la cual debieron jubilarse y, vaya a saber por qué historias, fueron a vivir a ese hogar dentro del cual, en general, había gente mucho mayor que ellos.

Sentados alrededor de esa mesa, inmediatamente surgió la conversación. Ellos con buena onda, mi hija que ama conversar y yo con el perfil de tallerista en la sangre… el asunto es que en pocos minutos nos estábamos contando la historia de nuestras vidas.
Supervisor en empresas, maestro mayor de obras, bancario y….músico, todos los señores allí presentes tenían vidas intensas en su haber, relatos fuertes de hombres que honraban, al evocar su digno pasado,  aquello de que “la enfermedad no impide la salud”.

Uno de ellos, el músico, al que llamaré Eduardo, tenía unos cincuenta años y hablaba y movía con dificultad por un ACV.

Contó que conocía a rockeros  varios, que  él a su vez era conocido en el ambiente. Con dificultad contaba anécdotas, nombraba luminarias del rock y de la música en general, y una y otra vez se refería  a dos de sus ídolos: Paco de Lucía y  Al Di Meola dos sublimes guitarristas, ninguno de ellos estrictamente rockero, pero sí  dueños de dedos maravillosos que hacían magia con la guitarra.   Al hablarnos de ellos, a Eduardo se le iluminaba el rostro, mientras nos contaba que conocía personalmente a Di Meola y que, de hecho, en el día previo al recital de él en España, había sufrido su ACV.

Todos lo escuchábamos atentos y conmovidos. Inclusive los que ni idea tenían de los músicos nombrados. En derredor de la mesa nos sumergimos en la pasión de Eduardo, evocando las propias, lo que nos permitía saber de qué estaba hablando, más allá de la música.

Eduardo de repente detuvo su relato para suspirar y decir: “Lo que más lamento es que al venir acá al hogar, desapareció el DVD  que Al Di Meola me regaló con el recital que él y Paco  dieron juntos…una maravilla, era un tesoro que se me perdió…”. Ante sus palabras, repentinamente esa mesa extraña cobró forma de tristeza, con un silencio respetuoso dado que, sin dudas, todos los presentes sabíamos, por aquello de que “nada de lo humano me es ajeno”, qué significa perder tesoros que no volveremos a tener jamás.

Con la tristeza circulando en el grupo, Lucía y yo nos miramos…y nos entendimos. Ella sacó su teléfono y empezó a tocar el teclado con la rapidez que solamente los jóvenes pueden tener. Mientras tanto, la conversación seguía, con escenas entrecortadas de otros tiempos, con un clima de honda emocionalidad.

La tecnología funcionó bien. El video estaba en Youtube y así, de repente, Lucía puso en medio de la mesa su celular en el cual tocaban, con todo entusiasmo, Paco de Lucía y Al Di Meola en la pequeña pero nítida pantalla.

Eduardo, sorprendido y extasiado, se empezó a reír, mientras que nosotros, sus compañeros de mesa, lagrimeábamos…era un reencuentro sagrado, del que fuimos testigos en ese instante irrepetible…
Fue un rato. Un atisbo de fraternidad casi sacramental. Todos entendimos, aunque parecíamos de tan diferentes tribus. Es que la oscuridad ya no es tan oscura cuando sabemos que, aunque tan sólo  lo atisbemos, existe la luz  que se enciende en el compartir.

No sé si lo que vivimos sentados en derredor de esa mesa es fielmente transmitido a través de estas palabras. Pero ocurrió y va a seguir ocurriendo, porque la gente es gente, y a veces se acuerda de esa maravillosa condición, sobre todo, cuando se sienta a compartir a corazón abierto.
En los talleres, estas cosas pasan todo el tiempo. Esos momentos sacramentales se dan, sobre todo, cuando menos los esperamos. Pero se trata de un patrimonio humano, no monopolio de un grupo iluminado.

Son escenas que, para verlas,  es bueno entrenar la mirada ya que, convengamos, a veces llamamos “realidad” solamente a una versión desangelada de nuestra vida, aquella que describe solamente nuestras impotencias y mezquindades, como si fueran éstas todo lo que somos.

Eduardo sabe que su música no se perdió, aunque cambió su forma. Los presentes en ese momento tuvimos una escena para recordar, una situación inesperada vivida entre desconocidos,  que le dio color al día y movió energías frescas. Seguramente Eduardo tendrá de nuevo un DVD con el recital de sus músicos preferidos juntos. Pero, a la vez,  lo lindo es ver que a veces compartir genera recursos, inclusive cuando no pretendemos que eso ocurra.

Pasa en el mundo, y pasa en el Pirovano. Esa es la idea de compartir esta anécdota. Sea donde sea que ocurra, personas reunidas para compartir algo de sí mismas, que generan un chispazo de maravilla que nos hace recuperar las ganas…

MIGUEL ESPECHE
Coordinador General

miércoles, 18 de febrero de 2015

La última palabra

Cuando alguien ingresa a cualquiera de nuestros talleres, debe saber que en esa reunión el que tiene la última palabra es el coordinador.
Deberá saber que es algo muy bueno que eso así sea, porque sino todo sería un lío.

La autoridad del coordinador lo habilita, entre otras cosas,  a marcar rumbo de las temáticas del grupo, ejercer el derecho de admisión y vincularse con las autoridades del lugar con el fin de contribuir a que se guarde el buen orden dentro del grupo, el que, se sabe, es una representación de todo un programa esencialmente solidario y bastante grande e interesante, como lo es el Programa de Salud Mental Barrial.

En esa línea, la palabra del coordinador es la última. Y lo es en el sentido de que marca el punto desde el cual las cosas van a seguir dentro de la dinámica del grupo, priorizando algunos elementos por sobre otros, según el saber y su entender del que conduce la experiencia.

Nosotros en el Pirovano valoramos mucho el “saber y entender” de los coordinadores. El mismo es importantísimo, porque es la medida del éxito o fracaso (si es que el fracaso existe) de un taller. Sin un coordinador que sepa algo y entienda también algo, no iríamos a ningún lado y, si existiese un grupo con un coordinador que no se afirmara en su saber y entender para, desde allí, conectarse con la experiencia compartida, dicho grupo en breve quedaría diluído y estéril.

A veces ocurre que alguien (coordinador o participante de algún taller) confunde aquello de la última palabra con la única palabra. Cuando eso ocurre, se arma jaleo, en versión altisonante,  o versión calladita pero corrosiva.

En realidad, la última palabra es una palabra habitada, en cuyo ADN se percibe rastros inconfundibles de las palabras precedentes pronunciadas por los miembros del taller, incluyendo al coordinador mismo. Es decir: en la última palabra habita la penúltima, la antepenúltima, y así sucesivamente, en dosis y proporciones que son decididas por el coordinador.

En la única palabra, lo que se percibe en el ADN es que nada de lo que los otros han dicho habita en ella, por lo que es una palabra que suelen preferir los tiranos, los tontos y los malos, para jorobar a la gente y dominarla cual objetos que sean una extensión de sí mismos. Es que la única palabra es la palabra que no tiene prójimo, es una palabra desolada y vampírica que no tiene vecino, y es propia de aquellos que usan a los demás para tener una pared en blanco sobre la cual descargar sus pensamientos, los que se tornan estériles al no tener deseo de ser fecundados por lo que los otros tengan para decir.

La única palabra está vacía de toda curiosidad, solo quiere afirmarse a sí misma, por lo que suele ser insufrible o, en algunos casos, seductora cuando lo que se desea es que otro se haga cargo de las escenas para así evitar la propia responsabilidad de protagonía.

Por suerte, acá en el programa valoramos la última y no la única palabra. Cuando un coordinador apunta a tener la única palabra su taller se vacía de sentido y, generalmente, de gente. Cuando un participante apunta él a su vez a la única palabra, su participación es precaria, tensa y aburrida, cuando no violenta.

La última palabra,  bien pronunciada por el coordinador de un grupo, puede ser rotunda y cortar de cuajo alguna situación desmadrada. De hecho, cuando eso ocurre lo que sentimos es una sensación importante de paz, como cuando en una reunión de consorcio alguien, en uso de sus facultades, decide algo de una buena vez de manera nítida; o cuando vamos a un restaurante y vemos que un padre o madre en la mesa de al lado corta de cuajo algún llanto histérico de un hijo díscolo. En este terreno de lo metafórico, también podemos decir que la última palabra es como cuando por fin llueve, tras horas y más horas de calor, nubes y mortal humedad. Esa lluvia, generalmente precedida por un trueno de aquellos, alivia y ordena el mundo tanto como el “¡basta!” bien dicho de una madre a su alterada prole.

A no dudarlo, cuando alguien quiere licuar la autoridad de un coordinador, lo acusará de tirano. Pasa bastante. En general, los acusadores son personas que quieren tener ellos la última palabra (en realidad, la única), como cuando los hijos adolescentes nos quieren complicar la vida pero, a diferencia de éstos, que lo hacen para crecer poniéndonos a prueba, los que quieren adueñarse de la última palabra de un grupo sin ser los habilitados para ello, son los que en épocas de Campelo se llamaban “personas con problemas con la autoridad”.

Ni qué decir cuando en un grupo se arma una puja por imponer la única palabra....el clima se pone denso y dan ganas de irse: muchos argumentos en batalla silogística, pero nada de vínculo y común-unión, ausencia que, sabemos, mata el entusiasmo y las ganas de estar, y llena de bostezos las reuniones.

A los fines de ayudar a los coordinadores y, a su través, a los miembros de los grupos, lo que ocurre en el animador dentro de su grupo es revisado con sus compañeros animadores en las reuniones de coordinadores. Allí la última palabra de un taller de ayer, puede ser la palabra inicial del taller de mañana, fertilizada por el intermedio de los compañeros-pares de ese animador, quien retornará  la semana siguiente al taller que coordina nutrido por sus propias reflexiones y las de sus compañeros.
Es así que, si lo pensamos bien, la última palabra absoluta al fin de cuentas no existe, aunque podemos imaginar que en el final de los tiempos la encontraremos. Bueno, mientras esos tiempos finales van llegando (para lo cual en lo personal no tengo ningún apuro), las palabras circulan y circulan, en un juego fértil de intercambio.

En lo que a talleres respecta queda claro: la palabra final a ser dicha en ese espacio definido, es del coordinador, quien asume esa responsabilidad, ayudado por un programa que lo respalda y acompaña en su proceso.

Ordenados por esa premisa, todas las palabras tendrán su lugar correspondiente y, ¡maravilla! se abrirán las posibilidades de escuchar las palabras de otros, algo muy aconsejable por cierto, ya que no todo es decir en esta vida, sino también lo es escuchar el decir del otro que nos acompaña y nos nutre con el lenguaje de su vivencia.


                                                                            MIGUEL ESPECHE
                                                                            Coordinador General

Editorial del Coordinador General publicada en el Boletin del PSMB de Enero 2011

El valor del Boletín

A Marta Carvajal, la inclaudicable y a todos mis compañeros de taller.

               Quizás Eduardo Sacheri vino a los Talleres del Pirovano, porque leí una reflexión de un personaje que profundiza bella y sencillamente en lo de “la enfermedad no impide la salud”. Me refiero a su novela Papeles en el viento que, casualmente ahora, se estrenó como película.

               Por otra parte, en casa de amigos, estuve viendo las series que se ven por cable, donde el dinero y el negocio se privilegian sobre la vida, el trabajo honrado, el amor y la alegría. Y recordé nuestros “ad gaudium” y “se trabaja con lo que hay”: una ternura tibia me envolvió.

               Ambas me llevaron a volver a sentir que el Programa de Salud Mental Barrial es un tesoro aún por descubrir, por desarrollar y por dar a conocer. Para esto, una herramienta fundamental es el Boletín, que da a conocer y permanece en el tiempo, más que cualquier soporte digital, porque es papel.

               Lo digital se supera año a año: cassettes y zips ya fueron. Su fugacidad se desmorona ante la permanencia del soporte papel, atravesando los siglos, registrando el quehacer humano. Esa es la gran diferencia entre lo digital y el papel, por eso, el Boletín, además de su valor real de soporte, tiene un valor simbólico: nuestro deseo, como red, de permanecer, de perseverar en el ser, de privilegiar la salud de lo tangible y lo intangible de los seres humanos sobre la enfermedad y el negocio, atravesando el dolor y la muerte con el coraje y la esperanza del estar juntos, para compartir las luces y las sombras, la angustia y la felicidad.

                                                                                              Coordinadora  Elvi Palacios
                                                                               Taller de coordinadores de Virginia Pugnalli

Nota: El texto imperdible de Sacheri está en la pág
ina 259, de Alfaguara, 1ª edición 4ª reimpresión, 2012.

JUGUEMOS CON INGENIO Y HUMOR

A los fines de que los talleristas que concurrían  al taller  'JUGUEMOS CON INGENIO Y HUMOR' (que coordinaba Carlos Montes), sepan que el taller se va a reunir a partir  del próximo martes 24/2/15, a las 16.30 hs., en el Bar Lo Di Carlo,  - mismo día, hora y lugar que tenía -,  les pido por favor si pueden incluir este aviso tanto en la cartelera como en la Web.
Andrea Robles

lunes, 9 de febrero de 2015

Taller 13 lunas - Nuevo taller para agendar

 

Un taller contado por sus animadoras

Las Animadoras del taller cuentan de qué se trata el Taller "Una invitación a la lectura" haciendo clic sobre el nombre del taller.

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También te acercan unas frases de la autora que resultaron ser disparadoras de emocionalidad en cada uno de los talleres:

"Para el dolor se dio la memoria, si es la paz de espíritu lo que deseas, olvida!!"      
"...... una luz que no es fe ni esperanza, sino amor, una señal de triunfo".
"......y aquel que mira las estrellas nunca volverá a estar completamente solo".
"El amor nos llega sin avisar y una vez que se nos entrega nunca pueden arrebatárnoslo, debemos recordarlo, jamás puede perderse....tampoco puede comparase un amor con otro, sencillamente existe. Hasta el roce más sutil y fugaz con el amor verdadero puede bastarle durante toda una vida".

Del libro.Astrid y Veronica, Linda Olsson. Editorial Letras de Bolsillo.

TALLER "UNA INVITACIÓN A LA LECTURA". 
2do. y 4to. lunes del mes
19 hs Bar Plaza del Carmen -Cabildo y Monroe.

Coordinadora: Nora Davis
Ayudante: Liliana Minenna

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Y regalan a continuación palabras de un tallerista:

Invitación a la Lectura

El que sabe leer, no se aburre nunca,
El que sabe leer nunca puede ordenar con éxito una bohardilla.
El que sabe leer es quien es, además todos los personajes que viven en el libro.
El que lee entiende cada vez más y mejor todo.
El que lee maneja todos los recursos de las letras de la lengua..
El que lee es local, regional y universal sin moverse de su silla, sillón o poltrona.
El que lee tiene alas sin límite de altura a cualquier destino, y no padece jet laj.
El que lee no envejece, lo sabe todo y no se figura como cuando era joven.
El que lee siempre dispone de libros para afirmar una mesa renga.
Tenlo presente ,para sentirte realizado es preciso, tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.
Dios escribe derecho en renglones torcidos, la agneda, garra lo libro!!

ROBERTO, participante del taller. "UNA INVITACION A LA LECTURA"