viernes, 14 de marzo de 2014

LEALTADES

Editorial
LEALTADES

La lealtad es un hondo y noble valor. Sin él navegaríamos en la desconfianza, sin anclas afectivas que nos permitan hacer una vida que se precie. Se trata de la existencia de  lazos que apuntan al bien recíproco de quienes participan del vínculo, el que es terciado, justamente, por esa buena intención.

Toda lealtad genuina  tiene, insisto,  al bien por intermediario. Al menos, eso ocurre en los casos en que el amor es lo que une y no el espanto. Un padre, por ejemplo,  es leal con su hijo cuando le marca la cancha, le indica cómo se juega el partido, las reglas del mismo. Es leal con ese chico cuando apunta a favorecer su crecimiento y desarrollo, no cuando solamente le cumple los caprichos. Por ejemplo, el padre no es leal cuando le agranda el arco porque el chico no patea bien, le enseña a transgredir con tal de ganar en la competencia o lo endiosa cebándole el ego como si fuera Messi, sin decirle qué es lo que debiera corregir para mejorar en su juego, por más que duelan sus palabras.

La lealtad se da entre dos personas o más, no entre una persona y otros que, más que personas, son sombras del primero. En tal sentido, la lealtad no es hacerse mero eco de alguien a quien el leal se somete a modo de objeto. Es que la lealtad, de hecho, se da entre gente potente, no entre el tirano y su sombra sumisa.

Valen estas reflexiones a la hora de compartir lo que es la lealtad dentro de nuestro programa. Es un tema habitual, muy enriquecedor  e interesante ya que nos enseña qué es lo que sirve para que las experiencias perduren y florezcan, y qué es lo que hace que, esas experiencias, puedan caerse sin más.

La sana lealtad no le puede hacer mal a nadie que juegue con honestidad su juego. En el Programa de Salud Mental Barrial pretendemos ser leales a un espíritu solidario, vecinal, entusiasta y honesto que se encarna en el orden que se propone, dentro del cual cada uno juega su juego.

Un ejemplo de ésto es lo que suele ocurrir con los talleres cuando se encapsulan y pierden su nexo de lealtad con el espíritu que da sentido a nuestro programa. En esos casos, los coordinadores que antes abrevaban en un programa que los legitimaba y ofrecía identidad como tales, se cortan solos y empiezan a necesitar del beneplácito de los miembros de base, algo que está muy bien, salvo cuando dicho beneplácito pasa a ser una suerte de soborno a través del cual se logra una “lealtad” que, a mi gusto, no es tal. En esos casos, aparece un “nosotros” (el grupo del caso) y un “ellos” (el conjunto del programa) antagónico, competitivo, mala onda, que hace aparecer un juego de lealtades contrarias en donde no las hay de verdad.

Claro, para entender de verdad lo antedicho hay que entender, como decíamos antes, que la lealtad  no es  un sometimiento que nos transforma en mera “cosa”. Por el contrario, el ser leal se nutre de la voluntad de abrevar  en valores comunitarios (de común-unión)  que nos hagan ser más nosotros mismos, no transformarnos en una persona diferente a la que somos.

El chupamedias, por ejemplo, no es leal, ya que está buscando acomodo, no salud. El coordinador leal, lo es en esencia consigo mismo y con todos esos valores que tiene dentro de sí, posiblemente acuñados a lo largo de años de vida, aprendidos de sus padres o seres queridos, valores que sintonizan con él, y a partir de los cuales puede, justamente,  sintonizar con aquellos que están en una frecuencia parecida.

 A modo de ejemplo de lo que se vive en relación a la lealtad dentro del programa, digamos que ha ocurrido que algunos coordinadores llevaron amigos personales a sus grupos para que participaran como miembros de base de los mismos. De repente, en ese grupo era menester decirle algo a ese amigo, de ese tipo de cosas algo duras, que se ven cuando uno está coordinando y que son más difíciles de percibir cuando se está en el llano, comiendo un asado o charlando en un café amistosamente. He visto ante ese tipo de situaciones dos tipos de actitud por parte del amigo/miembro de base. La primera,  descalificar el decir del amigo/coordinador, “ninguneándolo” porque ese amigo propio no es “nadie” como para decir lo que dice, descalificando el rol de animador y siendo de esa manera desleal con el espíritu del programa y, por añadidura, el espíritu de la amistad. En esos casos, suele ocurrir que el aludido sienta que la lealtad con el grupo (lealtad que hace que el coordinador diga lo que dice), es, a la vez, una deslealtad para con la amistad. Se vive así una noción mafiosa de lo que es la amistad: una asociación para encubrir defectos y bendecir manejos y cosas de ese orden. Un amigo leal, se diría, no “buchonea” los defectos, no abre el juego en ese sentido, pero…si fuera así, ¿para qué estar en un grupo donde el tema es abrir y no encubrir las cosas?

La segunda actitud que he visto en esos casos en los que hay un vínculo personal por fuera del grupo entre el animador y un miembro de base, es la de aceptar y respetar la voz del animador, teniéndola en cuenta, entendiendo que ser buen amigo en ese caso es ser buen compañero en el grupo, lo que significa dejar entrar la palabra del coordinador (o de cualquier miembro del grupo) para “dejarse habitar” por ella,  para así poder explorar si dicha palabra sirve o no, sin ponerse un impermeable en el alma, que impida un genuino intercambio. Es una lealtad profunda con la verdad de las cosas, con el espíritu de confianza, y con el grupo dentro del cual se está para jugar el juego grupal, no otro.

En el programa nos reunimos en nombre de la Salud y a ella le somos leales. Esa Salud nos ordena, nos ubica, nos permite la mayor honestidad posible, y nos saca de la idea facciosa de lo leal, para ubicarnos en el lugar de una lealtad  que habilita y abre, no que obtura y cierra.

A veces nos sale mejor, otras peor. Pero somos leales con esa valoración del espíritu comunitario. Es una lealtad que nos da referencia, que nos ubica cuando nos perdemos, y que nos hace respetar el buen orden que tiene toda experiencia colectiva en la que, ser buen y leal vecino, nos salva de quedar encarcelados en el ego, por ser leales solamente a nuestros caprichos.


                                                                                  MIGUEL ESPECHE

                                                                                  Coordinador General

martes, 4 de febrero de 2014

El prestigio del Coordinador

EDITORIAL

El prestigio del Coordinador

Siempre es interesante echar a circular con nueva vida a viejas palabras que ya no se usan mucho. Es un lindo “deporte” que permite pensar las cosas a la luz de su significado primordial, despertando del sopor que producen las palabras usadas demasiado comúnmente, esas que, no por culpa de ellas sino por su mal uso, terminan vaciadas de contenido.

Una de esas palabras es “prestigio”, vocablo que me gusta utilizar a la hora de nombrar una de las características que acrecientan la potencia del animador de grupos.
Busqué en el diccionario, a ver si éste me agregaba algún elemento (suele suceder) y acá copio con qué me encontré: prestigio.(Del lat. praestigĭum).1. m. Realce, estimación, renombre, buen crédito.2. m. Ascendiente, influencia, autoridad.3. m. p. us. Fascinación que se atribuye a la magia o es causada por medio de un sortilegio.4. m. p. us. Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo.

En verdad, me encanta que los animadores de nuestro programa puedan sostenerse desde el prestigio. Esto me interesa más que el hecho de que se sostengan a fuerza de normativas y acciones automatizadas para encontrar su fuerza como autoridad del grupo al que coordinan.
Hay cosas que no convienen hacer si el deseo es mantener “realce, estimación, renombre y buen crédito” entre los miembros de un grupo, manera de lograr “ascendiente, influencia y autoridad” a la hora de cumplir con la tarea.

Desear estar allí donde se está, irradiando (cada uno en su estilo) entusiasmo es una de ellas.  Eso acrecienta la noción de que el grupo es querido por su fundador, lo que enaltece la reunión, tornándola rica, potente.

Otra manera de cuidar el prestigio es que el deseo de coordinar no tenga finalidades ulteriores, que el gozo por estar allí sea el pago mismo de la acción, no un “medio mediante el cual” se desea lograr otra cosa, diferente a la enunciada en el título del taller. Esto se notaba mucho, por ejemplo, cuando, en los tiempos primeros del programa, algún coordinador hacía un grupo para llevarse a sus miembros como pacientes, o cuando algún otro generaba la reunión con el fin de “conseguir chicas”, algo de muy mal gusto que ocurrió alguna vez y, transparentado, fue fulminante para el prestigio del señor del caso, quien debió partir no tanto por el hecho de salir con alguna persona del grupo (al no ser profesionales de la salud, las prohibiciones no corren en el PSMB, pero ello no implica que no desaconsejemos fuertemente que eso ocurra) sino porque se hizo visible que no quería a su grupo por lo que el grupo era convocado, sino que lo utilizaba como coto de caza, algo, insisto, letal para el prestigio del señor.

El PSMB pretende no manejarse con muchas reglas, dado que es sabido que a mayor cantidad de reglas, menos fuerza tiene el deseo entusiasta y más el automatismo reglamentarista. Eso sí, las pocas reglas que tenemos deben ser cumplidas a rajatabla.

En tal sentido, tenemos un elemento normativo esencial que hace que sea difícil que el prestigio de un coordinador se sostenga en alguna de las dos últimas acepciones de la palabra según indica el benemérito diccionario de la RAE, ligadas a la fascinación del sortilegio o al Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo.

La norma es que acá, en los talleres del Pirovano, todo es público. La mirada iluminada por la luz del sol impide que se expandan ilusiones “embobantes”, y se nos llene el lugar de mercachifles y prestigitadores vanos.

Cuando decimos que todo es público, señalamos que los movimientos dentro del programa están sujetos a la revisión que se dé a los mismos a la luz de algún grupo.
Al revisar el “para qué” vemos con qué intención se hace lo que se hace, y se evalúa eso, no tanto si se viola o no alguna prohibición.

Y acá vuelvo al inicio, cuando decía que el prestigio del coordinador palpita al son de su entusiasmo por la tarea. Si el animador respeta y valora sus grupos (tanto el que coordina, como el de animadores al que concurre), sin fines ulteriores, su “para qué” será bien diferente de aquel que tenga intenciones espurias. Y eso se ve, se transparenta cuando todo, tarde o temprano,  se hace público.

El prestigio no es una careta, sino un espíritu que se expande en acciones y actitudes. Tiene mil formas, pero todas ligadas al bien comunitario. Es más que una mera imagen, sobre todo, cuando el hacer es lo que genera palabra, y no cuando la palabra, sin el sustrato de la acción real,  genera embobamiento o engaño.

Sostener el prestigio, entonces, es una tarea grata, que nos mantiene despiertos, vivos, y honestos respecto de nuestras intenciones y logros. Vale tenerlo en cuenta, para que nuestros grupos sigan el camino saludable, el camino en el cual lo mejor de nosotros se ofrece a la luz pública.


                                                                MIGUEL ESPECHE
                                                                Coordinador General


Editorial del boletín Enero-Febrero 2014

lunes, 3 de febrero de 2014

Cambiar la actitud negativa y trabajar las potencialidades

El primer paso: cambiar la actitud negativa y trabajar las potencialidades
Un taller gratuito del Pirovano enseña recursos para aprender a disfrutar la vida.

Sin recetas. Escuchar los problemas del otro pone en perspectiva los propios, afirman los participantes./ L.MONACHESI
12/01/14
Un desayuno en la cama. A Patricia Elcovich, docente, le pidieron que recortara una foto de una revista que representara un deseo. “Es muy simple”, casi que se disculpa en la mesa del Bar TV, frente al Hospital Pirovano. Desde hace un par de meses Patricia va todos los jueves a la noche a “Elijo ser feliz”, uno de los casi 200 talleres gratuitos de Salud Mental Barrial del hospital. Patricia llegó sobrepasada. Se enfermó, se separó, su casa se inundó. Hoy, ya recuperada, se sienta, escucha y cuenta, en un ejercicio semanal que la ayuda definir prioridades. Fernando Alabern, vendedor en una casa de decoración y coordinador del taller, lo define como un “service de felicidad”. “Nadie tiene la receta para ser feliz. Ni tampoco hay una vara para medirla. Acá tratamos de corrernos del lugar de víctimas y ponernos en acción”.

Hace un par de años, a Fernando se le ocurrió “abrir” el taller de la felicidad (ver Los temas...) por una propia búsqueda personal. “Venía angustiado por una seguidilla de separaciones que me hacían sentir desgraciado”, cuenta. Cuando se sentó a escuchar las historias de los que venían, le dio vergüenza la suya. “Eran problemas terribles. En comparación, lo mío era nada”. “Eso es lo bueno de venir acá. Uno siempre piensa que lo de uno es lo peor pero te terminás dando cuenta de que todos sufrimos”, interrumpe María del Carmen Lasdica, asistente de obstetricia. “Hasta los 40 tuve una vida normal. De repente me separé con dos hijas chiquitas, mi mamá se murió, atrás falleció mi papá y mi hermana se enfermó. Tenía dos caminos: o me tiraba en la cama o hacía algo”, explica. Eligió hacer: se sumó a los talleres, se puso a estudiar un posgrado y terminó en pareja con Fernando.

“La idea es trabajar nuestras potencialidades. La realidad es dura y hay cosas que no podemos modificar, lo que podemos cambiar es nuestra actitud”, dice María del Carmen Gallupi, ama de casa. Cuando se sumó al programa, sentía que no podía con sus hijos. “Terminé dándome cuenta de que el límite me lo tenía que poner yo”. “A veces es más fácil decir que sí que no”, asegura Viviana Giménez, una docente que gracias al taller pudo terminar con una relación de pareja que le hacía mal.

Patricia López también cambió de actitud. Llegó al grupo con una gran tristeza. “Me había quedado sin trabajo. Mi mamá se enfermó y la tuvimos que internar. Sentía que no podía con todo”, recuerda. Ir cada jueves al taller fue la primera ocupación que tuvo en meses. “Empecé a pensar en otras cosas. Hoy mi mamá sigue internada, pero puedo tomarlo de otra manera”, cuenta.

El cambio empieza por dentro y después rebota afuera: Patricia, además, consiguió trabajo. Miguel Vigliotta, jubilado, resume: “Se trata de tomar la vida con un poco más de humor y darse cuenta de que la felicidad puede ser algo muy simple”. Tan simple como un desayuno en la cama.

http://www.clarin.com/sociedad/cambiar-actitud-negativa-trabajar-potencialidades_0_1064893601.html

lunes, 23 de diciembre de 2013

LA SALUD NO EXCLUYE TEMAS

EDITORIAL

LA SALUD NO EXCLUYE TEMAS
  
Creo que malentendemos las cosas cuando decimos que acá, en los grupos, no hablamos de enfermedad o de cuestiones como la muerte o la desgracia, ya que nos dedicamos a la salud y sólo a la salud.

Cuando hacemos eso, lo que logramos es banalizar esa salud que tanto valoramos,  circunscribiéndola a la esfera del mero bienestar placentero, cuando, en  realidad, la Salud, así con mayúsculas, es mucho más que eso.

No creo que sea bueno excluir temas como los señalados. En todo caso lo que deseamos es cuidar que en nuestro programa sea la Salud el eje de la cuestión, entendiendo que lo saludable no es la ausencia de enfermedades o sinsabores, sino que es la actitud que adoptamos ante esas circunstancias, sin que quede inhibida la posibilidad de hablar de todo, sin excluir nada.

En todo caso, ordenamos esos temas según nuestra ética vecinal que indica que nos definimos por nuestra potencia y no por nuestra carencia, y por nuestra libertad frente a los acontecimientos de la vida, sin vernos como meros objetos de dichas circunstancias. “Eso”  humano que agregamos a lo que nos pasa, es lo que nos hace personas, y eso es, justamente, el campo al que llamamos Salud.

Desde luego, la irrupción de una enfermedad en nuestra vida, de una situación dramática o la muerte de alguien querido, es algo que puede ser arrasador. Frente a eso, hay un  tiempo para “barajar” el impacto, doblarse en dos del dolor, llorar, sufrir, lamentarse, desesperarse….todo eso es lo que nos pasa ante esas cuestiones que muestran nuestra finitud y fragilidad.

Dentro de ese tiempo posterior al impacto del dolor, la enfermedad, la crisis o el problema, una de las alternativas que ofrecemos es la de venir a los talleres para acompañarnos de los vecinos que participan en los grupos. Ya el hecho de venir es un indicador de que aquel golpe no ha logrado destruir a quien, frente a lo que le tocó en suerte, toma la actitud de ir al encuentro con otros para seguir andando por la vida, sumando recursos a los que ya tiene.

Sin embargo, vale señalar que hay formas más potentes y productivas que otras para compartir  en los talleres lo que hacemos con nuestras circunstancias de vida. Por ejemplo, todos sabemos lo que genera en un grupo el que alguien “tome el micrófono” y nos cuente minuciosamente su dolencia, su catástrofe, su penar, y delegue a esas circunstancias el eje tanto del relato como de su vida. En esos casos, los grupos se vacían emocionalmente,  tanto como se vacía el portavoz de dicha desgracia, no por la desgracia en sí, sino por cómo la ubica en su discurso, el que deja afuera a todos los compañeros, que se transforman en mera audiencia pasiva ante el decir de esa persona.

En sencillo: si alguien solamente comparte un diagnóstico médico o psicológico, o, por ejemplo, cuenta una y mil veces un hecho feo que le haya ocurrido, sin que le importe sus compañeros ni lo que frente a esa cuestión puede hacer desde su potencia, se verá que el grupo al principio es solidario, pero luego se agobia y harta. Esto no ocurre, insisto, por el hecho de hablar de la enfermedad o lo que sea que aqueje a la persona en cuestión, sino que el agobio surge como eco de un discurso despersonalizado y autista, es decir: un discurso en el que la persona que nos cuenta su situación es menos importante que la situación en sí. 

Si alguien nos cuenta qué siente con su enfermedad y qué hace con ella, nos conmoverá, enojará, alegrará o angustiará su relato, pero estaremos allí, acompañando no a su enfermedad, sino a él o ella en su periplo de vida. Si en cambio, alguien nos cuenta su enfermedad, dándole prioridad a su dolencia por sobre su persona, quedándose solamente en diagnósticos, relatos médicos, escondiendo su albedrío tras esas circunstancias y con una actitud general que indique que es la enfermedad la protagonista y no él o ella, como decía antes, seguramente el grupo, tras un primer momento de solidaridad, se vaciará anímicamente. La experiencia indica que los grupos prosperan a fuerza de personas que comparten lo que hacen, y no personas que describen cómo fuerzas ajenas a ellas digitan su destino definitivo, sin que nada pueda agregarse a ese aparente destino definitivo.

Hablemos en los talleres y sin censuras previas de lo que nos atraviesa, y sobre todo, hablemos de cómo vivimos con eso que nos atraviesa. Si alguien se enferma, pues que nos cuente de la cuestión, sin miedos ni falsas nociones de salud. Porque sabemos que la enfermedad no impide la salud, pero también que la salud no impide la enfermedad.

Sabiéndonos sanos aunque estemos pasando una enfermedad, sabiendo que somos potentes aunque nos sintamos impotentes, sabiéndonos fuertes aunque nos sintamos frágiles ante avatares de la existencia,  podremos abrir los talleres para hablar de todo sin temor y con confianza con los compañeros.

No hará falta excluir temáticas que son parte de la salud aunque se vistan de dolor, miedo, angustia y oscuridad. Esas experiencias son también parte de la vida y merecen tener su momento en los talleres, para que de ellas aprendamos sobre la cantidad de recursos que tenemos, aunque lo olvidemos a veces y sea el grupo el que nos recuerde todo de lo que somos capaces.

Como dijimos alguna vez, la salud y la enfermedad no son territorios sino que son una forma de la mirada. Con una mirada saludable, que señale nuestra potencia, no habrá temas que temer y todo, pero todo, podrá ser conversado en la rueda de los talleres.


                                                                       MIGUEL ESPECHE

                                                               Coordinador General

sábado, 23 de noviembre de 2013

Invitación a pasear hablando de la vida....


Nuevo taller "Del Entusiasmo"


EL CAMINO DE LOS SENTIMIENTOS EN EL PIROVANO

Editorial

EL CAMINO DE LOS SENTIMIENTOS EN EL PIROVANO

Llegamos al programa habitados por  sentimientos. Irradian, nos “salen de adentro”, tiñen nuestro pensamiento, se vislumbran en nuestros gestos, nuestras miradas, y, también, se notan en el tono de voz con el que nos dirigimos a los demás.

Tristeza, angustia, rabia, rencor, afecto que desborda y quiere ser compartido…el programa abre los brazos y recibe todo eso que habita en el corazón de los vecinos que se acercan. Ellos, los que vienen y se suman a la fiesta, lo hacen  con ánimo de poner a circular lo que les pasa  en el terreno de las emociones, las que muchas veces atoran el pecho cuando no son compartidas, ya que han sido hechas para circular,  como lo hace el agua para encontrar su máxima pureza.

Las emociones no merecen ser “descargadas” ya que no son deshechos que se excretan, sino que son a la vez raíz y frutos de la pura experiencia. En realidad, los sentimientos no cambian sino que evolucionan, sobre todo, cuando se comparten.

Al tener nuestro programa la premisa de “perseverar en el ser”, es decir, no pretender cambiar a la persona sino ayudarlas a ser “más ella misma”, incorpora la noción de que la cuestión no es la de maldecir algunos sentimientos, intentar amputarlos cirugía mediante, sino que se trata, en todo caso, de ver cómo ese sentir se transforma, al llegar a su esencia a través del intercambio.

Como decíamos años atrás en el taller Penas de Amor, la alegría está hecha con la misma materialidad con la que está hecha la pena. Es el mismo ADN, en diferente estadío de evolución. Un niño no es un adulto fallido….es un niño, y crecerá aprendiendo, intercambiando, nutriéndose de lo que lo rodea, para ser más él, desarrollando al máximo sus potencialidades. Pero….repito, un niño no es un adulto fallido, y hay que honrarlo como tal para que viva bien su momento, y desde allí, camine hacia su porvenir.

Ese es el camino del sentir en el Pirovano. No importa en qué taller ocurre el fenómeno, el hecho de intercambiar ayuda a que circule el sentir y que lo que es dolor o podredumbre, se transforme en fertilizante para nuevas experiencias, sean éstas propias o ajenas. El penar de hoy, mañana es una palabra de aliento para un vecino que sufre, a quien se le da consejo y conocimiento a partir de decirle, con humildad,  “yo estuve allí”.

Por eso quizás muchas veces al encontrarnos en los talleres nos sentimos más nosotros mismos, más allá de que no hayamos “solucionado” el problema. Esto lo he visto palmariamente en casos dolorosísimos de pérdidas por muerte de seres queridos. Nunca hemos podido ni querido resucitar a nadie, pero….hemos acompañado y nos hemos dejado acompañar con ese dolor y allí, ¡oh maravilla! ese dolor toma otro color, se transforma… duele igual, pero distinto…

A la vez, sabiendo que los talleres son para acompañar, no para solucionar, los coordinadores y los compañeros de ruta dentro de un taller se liberan del fetiche del “solucionismo” como meta, para dedicarse a compartir con el mayor amor posible las circunstancias de cada uno y las de todos, sin cargar con responsabilidades que estén fuera de jurisdicción. 

El sentimiento, sea el que sea, tiene un lugar en los talleres. Como tales, no merecen exclusiones. Sentimos lo que sentimos, y ningún juez podrá enjuiciar fácilmente al respecto, aunque sí, convengamos, podrá enjuiciarnos por lo que con esos sentimientos hagamos. Sentir bronca no es punible, pegar una piña sí lo es, y está bien que así sea.

Los sentimientos son lo que son, y lo bueno o malo del asunto es lo que hagamos con ellos. Hace bien que esos sentimientos puedan encontrar un lugar compartido que los saque del exilio. Porque lo que más duele no es el sentir angustia, envidia, rencor o lo que sea, sino el no poder ofrecerle a ese sentimiento una ceremonia, por breve que sea, en la que se lo honre y ofrezca un instante de aceptación. A veces los sentimientos piden eso nomás: un minuto de aceptación que los saque del destierro, y luego, con ese momento de respeto, se trasmutan y se  transforman en una mejor versión de ellos mismos.

Eso pasa con la envidia, la rabia, el rencor, y todos los sentimientos “malditos” que suelen quedar guardados bajo la alfombra del “bienpensar”. Cobijados por el programa, por sus normas y valores, es más fácil encontrar un momento para fluir y dejar salir al común aquellos sentimientos que parecen malditos.

A la vez, algo parecido pasa con tanta ternura, cariño, afán solidario, abrazos y manos dispuestas al compartir, que a veces tampoco encuentran caminos para salir a la luz del sol. Siempre he pensado que la ciudad hierve de amor, pero no encuentra los canales comunicantes para ese amor que, con vasos comunicantes obturados, se tranca en el alma. De hecho, una de las delicias del compartir pirovanense y de tantos otros espacios generosos, es ver brotar ese amor comunitario oculto, para volcarse en una corriente de arterias emocionales que los transforman en tejido social optimista y ganoso. Es lindo vernos saliendo de nuestros exilios para estar con otros, sacando los trapitos al sol, ese sol que todo lo va purificando.

Leer el fenómeno de nuestro programa desde el derrotero de los sentimientos es apasionante. Nada se pierde, todo se transforma, todo se potencia, todo se multiplica o divide, a los fines de mejorar lo que ya somos: humanos de ley, red de afectos, en el camino de  vivir en la mayor de las plenitudes.

                                                                       MIGUEL ESPECHE

                                                                      Coordinador General

jueves, 19 de septiembre de 2013

Tercer Encuentro de Prácticas Comunitarias en Salud


EL CAMINO DE LOS SENTIMIENTOS EN EL PIROVANO

Llegamos al programa habitados por  sentimientos. Irradian, nos “salen de adentro”, tiñen nuestro pensamiento, se vislumbran en nuestros gestos, nuestras miradas, y, también, se notan en el tono de voz con el que nos dirigimos a los demás.
Tristeza, angustia, rabia, rencor, afecto que desborda y quiere ser compartido…el programa abre los brazos y recibe todo eso que habita en el corazón de los vecinos que se acercan. Ellos, los que vienen y se suman a la fiesta, lo hacen  con ánimo de poner a circular lo que les pasa  en el terreno de las emociones, las que muchas veces atoran el pecho cuando no son compartidas, ya que han sido hechas para circular,  como lo hace el agua para encontrar su máxima pureza.
Las emociones no merecen ser “descargadas” ya que no son deshechos que se excretan, sino que son a la vez raíz y frutos de la pura experiencia. En realidad, los sentimientos no cambian sino que evolucionan, sobre todo, cuando se comparten.
Al tener nuestro programa la premisa de “perseverar en el ser”, es decir, no pretender cambiar a la persona sino ayudarlas a ser “más ella misma”, incorpora la noción de que la cuestión no es la de maldecir algunos sentimientos, intentar amputarlos cirugía mediante, sino que se trata, en todo caso, de ver cómo ese sentir se transforma, al llegar a su esencia a través del intercambio.
Como decíamos años atrás en el taller Penas de Amor, la alegría está hecha con la misma materialidad con la que está hecha la pena. Es el mismo ADN, en diferente estadío de evolución. Un niño no es un adulto fallido….es un niño, y crecerá aprendiendo, intercambiando, nutriéndose de lo que lo rodea, para ser más él, desarrollando al máximo sus potencialidades. Pero….repito, un niño no es un adulto fallido, y hay que honrarlo como tal para que viva bien su momento, y desde allí, camine hacia su porvenir.
Ese es el camino del sentir en el Pirovano. No importa en qué taller ocurre el fenómeno, el hecho de intercambiar ayuda a que circule el sentir y que lo que es dolor o podredumbre, se transforme en fertilizante para nuevas experiencias, sean éstas propias o ajenas. El penar de hoy, mañana es una palabra de aliento para un vecino que sufre, a quien se le da consejo y conocimiento a partir de decirle, con humildad,  “yo estuve allí”.
Por eso quizás muchas veces al encontrarnos en los talleres nos sentimos más nosotros mismos, más allá de que no hayamos “solucionado” el problema. Esto lo he visto palmariamente en casos dolorosísimos de pérdidas por muerte de seres queridos. Nunca hemos podido ni querido resucitar a nadie, pero….hemos acompañado y nos hemos dejado acompañar con ese dolor y allí, ¡oh maravilla! ese dolor toma otro color, se transforma… duele igual, pero distinto…
A la vez, sabiendo que los talleres son para acompañar, no para solucionar, los coordinadores y los compañeros de ruta dentro de un taller se liberan del fetiche del “solucionismo” como meta, para dedicarse a compartir con el mayor amor posible las circunstancias de cada uno y las de todos, sin cargar con responsabilidades que estén fuera de jurisdicción.
 El sentimiento, sea el que sea, tiene un lugar en los talleres. Como tales, no merecen exclusiones. Sentimos lo que sentimos, y ningún juez podrá enjuiciar fácilmente al respecto, aunque sí, convengamos, podrá enjuiciarnos por lo que con esos sentimientos hagamos. Sentir bronca no es punible, pegar una piña sí lo es, y está bien que así sea.
Los sentimientos son lo que son, y lo bueno o malo del asunto es lo que hagamos con ellos. Hace bien que esos sentimientos puedan encontrar un lugar compartido que los saque del exilio. Porque lo que más duele no es el sentir angustia, envidia, rencor o lo que sea, sino el no poder ofrecerle a ese sentimiento una ceremonia, por breve que sea, en la que se lo honre y ofrezca un instante de aceptación. A veces los sentimientos piden eso nomás: un minuto de aceptación que los saque del destierro, y luego, con ese momento de respeto, se trasmutan y se  transforman en una mejor versión de ellos mismos.
Eso pasa con la envidia, la rabia, el rencor, y todos los sentimientos “malditos” que suelen quedar guardados bajo la alfombra del “bienpensar”. Cobijados por el programa, por sus normas y valores, es más fácil encontrar un momento para fluir y dejar salir al común aquellos sentimientos que parecen malditos.
A la vez, algo parecido pasa con tanta ternura, cariño, afán solidario, abrazos y manos dispuestas al compartir, que a veces tampoco encuentran caminos para salir a la luz del sol. Siempre he pensado que la ciudad hierve de amor, pero no encuentra los canales comunicantes para ese amor que, con vasos comunicantes obturados, se tranca en el alma. De hecho, una de las delicias del compartir pirovanense y de tantos otros espacios generosos, es ver brotar ese amor comunitario oculto, para volcarse en una corriente de arterias emocionales que los transforman en tejido social optimista y ganoso. Es lindo vernos saliendo de nuestros exilios para estar con otros, sacando los trapitos al sol, ese sol que todo lo va purificando.
Leer el fenómeno de nuestro programa desde el derrotero de los sentimientos es apasionante. Nada se pierde, todo se transforma, todo se potencia, todo se multiplica o divide, a los fines de mejorar lo que ya somos: humanos de ley, red de afectos, en el camino de  vivir en la mayor de las plenitudes.

                                                                            MIGUEL ESPECHE

                                                                          Coordinador General